24 de enero de 2018
por
Mauro Carlucho
"Yo me
declaro uruguayo de nacimiento", se presentó así, de
sopetón, cuando le dimos play al grabador. Mas precisamente del barrio La Teja,
de Montevideo. No había salido de la adolescencia cuando tuvieron que dejar su
tierra en tiempos muy tristes. Vivió más fuera que entre los orientales, pero
igual guarda el tono y las palabras de su pueblo.
"Nos fuimos
de Uruguay a Buenos Aires porque empezó el proceso militar en 1973. Mi hermano
era adolescente y ya aparecía en listas, y yo creo que también. Apenas tenía
catorce años. Vivíamos en un barrio obrero, de gente muy humilde. Ahí teníamos
un SUM en donde venían trabajadores sociales y gente comprometida para darnos
gimnasia, juegos. Líderes los llamábamos. Pero bueno, estaban pasando cosas muy
feas y nuestros padres tomaron la decisión de salir de allá. Mi padre manejaba
los camiones recolectores de residuos y había sido futbolista profesional
desempeñándose en clubes como Liverpool y Rampla Junior. Vengo de familia de futbolistas. Mi abuelo jugó en
Peñarol y hasta en la selección nacional. Pero bueno, aunque mis viejos se deslomaban
trabajando, la plata no alcanzaba. Es triste esa imagen de la pobreza, yo no sé
la deseo a nadie". ¡Pavada de presentación, bo!
En esa infancia dura no faltó la música.
Incentivado por su madre, se inscribió en el Conservatorio para estudiar guitarra.
Los tambores eran cosas de grandes, todavía. Pero ya estaban ahí nomás. En el
horizonte: "En la familia se respiraba
candombe. A pesar de las carencias se bailaba y cantaba seguido. Siempre con un
vinito de por medio. Pero a los guríses no nos dejaban tocar los parches,
teníamos que ingeniárnoslas para poder agarrarlos. Recién cuando nos instalamos
en una pensión del barrio de Belgrano retomé la historia del candombe. El hecho
de irte de tu patria por la fuerza es un quiebre muy fuerte. Quizás por ello
quise recuperar mi bagaje y las vivencias a través de mi cultura", sostuvo
ante el micrófono de ElDiarioDeTandil.
Hacía changas en Buenos Aires y abandonó la
secundaria. En ese momento decidió que
quería estudiar música. Más precisamente quería volver a sentir los
tambores. Al poco tiempo dio con un
maestro en la Capital y se metió de lleno. No solo le enseñó las técnicas, sino
que le abrió el corazón. Le dio las herramientas y el conocimiento para entender
de donde vienen los tambores. Lo impulsó a seguir investigando, a viajar por
todo el continente buscando nuevos sonidos y técnicas: "Fue como un redescubrimiento. Me movilizó por completo. En aquel
tiempo yo laburaba de lo que se podía. Fui cadete por un tiempo y hice todo
tipo de changas. Pero lo que ganaba no era solo para mí. Había que ayudar en la
casa y colaborar con la economía de la familia. No es fácil vivir como
inmigrante, pero no me quejo. Es la vida que me ha tocado y lo guardo como un
grato recuerdo. Además en ese tiempo reafirmé mi identidad. Hablaba mucho con
mi abuelo, nacido en Porto Alegre. Indagué en mis raíces. Quería saber de dónde
había venido. Mi abuela nació en cautiverio y mi bisabuela fue esclava. A ella
la vendieron a Montevideo y ahí se conocieron con mi abuelo. Cuando yo empiezo
a conocer que había una última esclava africana de Mozambique, me movilizó",
dijo muy emocionado.
Muy metido en la historia de la descendencia
afro y el candombe, viajó por todos lados. Estudió en Bahía, en Perú, en Cuba.
Iba y volvía. Juntaba mango sobre mango y armaba el bolso. "No es que andaba de gira. Porque todas esas movidas tienen un costo.
Los maestros están en un lugar específico, los tenes que buscar y pagarles,
porque es una forma de reconocer su sabiduría. Eso me hizo definirme como
músico percusionista", indicó.
Vinculado a la cultura afro también incursionó
en el teatro. Allí conoció a Susana Platero, quien le habló de una ciudad
llamada Tandil y la creación de la querida Escuela de Música Popular. Pasaron
25 años de aquel acontecimiento. Recuerda su primer viaje junto a las hermanas
Platero. Vino a dar una charla cuando recién se estaba armando esta historia.
Entre el público estaban Coie Granato,
el toco Saldivar y Luis Tangorra, jóvenes músicos con gran recorrido en la
ciudad.
"Al
tiempo, yo seguía viviendo en Buenos Aires, y me dedicaba a tocar en la calle o
donde se pudiera, me dijo mi hermana que habían venido a buscarme unos
muchachos de Tandil. Resulta que eran Coie y Luis que me querían invitar para
dar clases de percusión en la Escuela. Hasta ese momento había muy poco y no
había docentes que enseñara candombe, son y esos ritmos. Me puse en contacto
con ellos y al año siguiente me vine para Tandil. Tuve la suerte de poder hacer
camino. No solo en Tandil, sino también, en toda la zona. Me cargaba los
tambores al hombro y salía por los pueblos de alrededor. Ahora, jubilado de la
Escuela por mi discapacidad en la vista, me da alegría ver lo que ha crecido el
mundo de los tambores en Tandil. Los grupos de candombe, de afro. Yo estoy en
otra ahora. Con mi compañera construimos instrumentos de percusión y salimos a
girar por otros lados. Tocamos los tambores con la gente de otros lugares. Este
invierno que pasó estuvimos en Brasil, di un taller de candombe allá. Mi vida
es andar, ir de acá para allá con la música. Esa es mi vida", sentenció.
Con solo verlo tocar en la calle o en un
escenario, uno vislumbra el sentimiento de este oriental por la música. Así nos
habló de su pasión: "Tocar los tambores
son muchas cosas. Yo he descubierto muchas cosas. Es encontrarme conmigo mismo.
Es hablar con mis ancestros y encontrarme con ellos. Es abrir una puerta
energética para otros. Es transmitir lo que te pasa; estés alegre, triste o
enojado. Es expresarte desde lo más estético, que tiene que ver con la música,
hasta lo más rustico, como seres humanos. No importa si lo que estoy tocando,
lo estoy tocando bien, lo estoy tocando porque lo necesito. Cuando me di cuenta
que pasaba eso, comencé a tener un cuidado extremo con el tambor. Que es mío. Yo
no le planteo eso a los demás, el respeto que yo siento no pretendo que sea el
de los demás. Ancestralmente pasa una cosa y eso me pasa a mí. El tamborcito
parece tatata, algo sencillo. Pero cuando el tamborcito empieza a vibrar, se carga
de energía?los que saben, sienten mucho respeto por el tambor. Hay una
presencia. Una cosa somos nosotros, y otra cosa somos nosotros con el tambor en
el medio. Es una mediación. En todo momento es una mediación. En mi vida abrió
y cerró puertas todo el tiempo. A partir de ahí la música es importante, pero
no es lo más importante. No necesito definirme como músico para seguir tocando
el tambor y hacer lo que hay que hacer". Es un placer escucharlo. Habla con
el corazón en la mano. Forjó una relación muy intima. Profunda. Los parches definieron
su existencia.
En todo este tiempo se dio el lujo de tocar
con muchos grosos. Locales y de afuera. En una fogata en Tandil o en una playa
de Brasil. Ahora disfruta mucho salir a tocar donde pinte. "Me identifico como músico callejero. Me siento en una esquina a cantar
y tocar. Pongo la gorra porque sostengo que es válido el reconocimiento. Como
hablábamos antes, el tambor desde tiempos ancestrales requiere un
reconocimiento, que no solo tiene que ver con el dinero. La gorra está ahí",
explicó.
Entre sus viajes, cada tanto vuelve a su
tierra: "A Montevideo voy cada tanto. Tengo
algunos sobrinos y familiares. Este año fui, pero hacía como 4 años que no iba.
El paso del tiempo te hace verlo diferente a Montevideo. Yo creo que lo que más
añoro es volver a mi barrio y encontrarme con los amigos de crianza, que no los
volví a ver. Eso es lo que tiene el emigrar. A los uruguayos nos pasó eso. Muchos
volvieron al barrio y ya no encontraron a la barra. Me gusta ir, pero no me
quedaría. Seguiré haciendo mi aporte desde aquí o desde donde esté. Porque
digamos que lo que estoy haciendo acá me lo dio Montevideo y eso no se olvida. Siempre hay que volver a la fuente".
Este año tuvo una gran alegría, con la
organización del 1er Encuentro de Candombe Regional por la Identidad en Tandil.
Un gran despliegue que reunió a una multitud con los tambores y la identidad
como seña. Los coordinadores, de Kilumbo Añá y Kambá Candombe, explicaron que "quienes llevamos adelante este encuentro,
creemos en la imperiosa necesidad del respeto a la identidad. De la nuestra,
así como también de las diferentes con las cuales convivimos cotidianamente. En
este contexto creemos en la necesidad de movilizarnos y expresarnos a través
del candombe. No solo como una mera expresión rítmica o artística. Creemos en
él cómo un espacio de encuentro fundamental. Un lugar de intercambio, de
comunión. Creemos en el candombe como una expresión sociocultural que nos
orienta hacia un encuentro constante. Y en ese encuentro, donde conectamos con
el otro, donde nos alegran sus festejos y nos preocupan sus angustias, ahí construimos
identidad".
Barbosa fue parte importante y lo consideró un
sueño realizado: "Esto empezó hace 25
años, o más. Se fue haciendo. Estas son
aquellas semillas. Mucha gente que fue vinculándose. Conociendo el
candombe. Mi alegría es que el taller
sigue funcionando en la Escuela de Música. Ahora lo dirige Pedrito Abraham, que
tiene casi 20 años ahí adentro. Yo quería que haya una movida así. Se armó un grupo humano que se puso la
organización al hombro. Amigos como
Facundo Morel, Pedro Abraham, Leo López, Lali, Belén. Para mí fue un corolario
ver a los tambores por las calles de Tandil. Los tambores fueron una
herramienta de resistencia ante el flagelo de la esclavitud. Hoy no vivimos ese
nivel de flagelo, pero lo vivimos de otra forma. El sometimiento sigue estando
y el tambor sigue siendo la herramienta, el escape, el descubrimiento o el
alivio. Hace 20 años que hablo de esto. Algunos lo entendieron y otros no. Algunos agarraron para otro lado. Yo nunca plantee
esto es así, tenes que ir por este lado", deslizó.
Le fluye el maestro desde adentro. Casi sin
darse cuenta. Cuando nos ve la cara de emboados escuchándolo, le baja el tenor:
"Yo soy botija de Montevideo, con una
luz muy grande. Esa luz a veces se me pone
adelante para abrirme camino y a veces se pone adelante para abrir camino a
otros. Yo solo trato de generar herramientas para que uno pueda ser una persona
íntegra moralmente, ser fiel a sus principios y ser solidario con los demás.
Eso es echar luz. Yo siempre le dije a los alumnos que no hay que creérsela,
hay que ser. Hoy, mirando para atrás, creo que me pasó eso. No me la creí,
siempre fui el botija de mi país".
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