4 de marzo de 2020
Muchos
tandilenses se sorprendieron al ver como se estaba trabajando en las enormes
paredes del Hotel Mulen, en avenida Santamarina al 300.
Se trata de un
proyecto del artista Elian Chali, reconocido y premiado en el plano
internacional por sus murales, pinturas, fotografías e intervenciones
callejeras.
Podemos conocer
un poco más de Elian a través de la nota que le realizó Juan Manuel Mannarino
para el medio Infobae:
ELIAN CHALI, EL ARTISTA CORDOBÉS QUE CONMUEVE AL
MUNDO CON SUS OBRAS GIGANTES
Reconocido y premiado en el plano internacional
por sus murales, pinturas, fotografías e intervenciones callejeras, el
talentoso Elian Chali viaja por el mundo mostrando su obra. Sufre una displasia
ósea severa que afecta su capacidad corporal, sin embargo planifica murales de
hasta 60 metros de altura. "Mi obsesión es la ciudad", dice
Apenas pasó los
30 años y la carrera del joven Elian Chali parece la de un artista
experimentado. Su ritmo es maratónico: ya conoció 30 ciudades de 25 países en
el mundo. Viaja mensualmente con su equipo de trabajo, toma aviones, vive en comunidades
extranjeras, se relaciona con artistas internacionales. Hasta hay lugares que
lo esperan con técnicos para que trabajen a su cargo. Su agenda del 2020, en
efecto, está completa.
Sin embargo, en
Argentina -y en buena parte de su provincia, Córdoba- hay quienes no lo
conocen. Y, más aun, quienes no creen en su proyección mundial.
-Por esto también
empecé a sacar fotos de mis trabajos y a mostrarlas en mis redes sociales. Y
por otro lado, armé un mapa de todos los lugares donde tuve la suerte de trabajar
como Asia o Europa, es bastante shockeante. Cuando veo todo lo que ya hice,
respiro y cierro los ojos. Todo lo que ya hice, uf, es un sacudón que no caigo,
un enorme privilegio.
Elian Chali -31
años, nacido y criado en Córdoba, 1.30 metros de estatura, 46 kilos, zurdo-
camina por el centro de La Docta hacia su muestra "Manifiesto", que se expone
en el imponente edificio Casa Naranja. Es una tarde de verano y viste de
remera, bermudas y zapatillas. Antes de salir de su amplio departamento,
emplazado en uno de los mobiliarios arquitectónicos más históricos de la
ciudad, se puso una campera de viento. "Ahora va a refrescar, me tengo que
cuidar", dice, con su voz un tanto aniñada, mientras se sube el cierre.
De su barrio
-Mercado Norte- cuenta que es una de las pocas zonas del centro donde hay
trabajadoras sexuales, después que el gobierno hace años las corriera hacia la
periferia. En la puerta del edificio donde vive se encuentra con ellas: charla,
las saluda. "Están organizadas, defienden sus derechos. Córdoba es bestial,
como toda gran ciudad ha sufrido la gentrificación. Es algo que me interesa estudiar
y escribir: la división por clases sociales que hace el poder, la lucha por la
supervivencia. Vivo inmerso en esa realidad", dice, locuaz y expresivo con sus
manos.
Sigue su marcha
firme, acompasada, y entonces se frena frente a Casa Naranja. "A esta zona la
quieren convertir en Puerto Madero", larga, y hace un análisis minucioso de la
especulación inmobiliaria. Dice que allí, frente al edificio, pasó tardes
enteras de pie, silencioso y frustrado. Luego de recibir el encargo para hacer
una muestra, empezó a ir todos los días. Es algo común en su trabajo como
artista: pisar el territorio y estudiarlo para después diagramar hipótesis
-confiesa que con encargos internacionales usa el Street View, de Google Maps-.
Ninguna idea parecía convincente.
Y cierto día se
puso a pensar en el dispositivo del muro: firewalls virtuales, los muros de
redes sociales, los muros que generan división geopolíticas como el de Berlín o
el de México con Estados Unidos instalado por Trump.
"Casi como si
fuera una navaja, un muro de gran longitud se introduce desde la vereda hasta
el palier del edificio. Es una pared de altura discreta, pero suficiente para
interrumpir el espacio público/privado partiéndolo en dos. Rompe la armonía de
un ingreso relajado, obliga a recorridos incómodos, irrumpe la visualidad
posible. El muro en sí aborda su propio intercambio con el gigante naranja; lo
desafía. Lo atraviesa", escribió en el programa, que una guía reparte a los
visitantes en la entrada, mientras en la planta baja a Elian lo saludan
amablemente.
"Manifiesto" es
una obra abierta a la interpretación, algo usual en el arte contemporáneo: el
tránsito de un espacio a otro, performático, ir de una parte llamada "Horizonte
cancelado" -pintura mural sobre un ventanal- a otra nombrada como "Arrastre",
que consiste en obras impresas sobre cartelería de vía pública recuperada.
"Transitando el
pasillo interno como si fuera un laberinto minero, se descubren carteles de la
vía pública que han sido utilizadas para comunicar este proyecto -reza otro
fragmento del programa-. Se han arrastrado hasta adentro, reclaman su lugar por
su participación, demandan la reconciliación callejera, se emancipan de su
patrón y se refugian del frío metropolitano".
Elian Chali sube
una escalera. Entra a una sala que pasa desaparecida en la muestra, denominada
como "Archivo", donde hay cuadros con fotos de sus murales en el mundo: Taiwán,
Brasil, Italia, Uruguay, Alemania, Ucrania, Australia. En una foto de su obra
"Fluid", en República Dominicana, realizada en 2014, el artista aparece
asomando su cabeza por sobre un tacho de metal, al lado de una fachada, a la
vez que pasa una moto por la calle. La imagen parece sintetizar el carácter de
Elian: su sentido voyeurista, su praxis urbana, su instalarse desde su cuerpo
pequeño en la vorágine callejera.
Cientos de
paredes y fachadas con manchas de colores primarios; plazas, patios, esquinas y
hasta canchas de fútbol intervenidas. Los cuadros de sus obras son el
testimonio vivo de una labor prolífica, que resulta impactante por su huella
global, por su persistencia nómade, por su pensamiento teórico y conceptual
anclado siempre sobre la práctica, por su despliegue físico y creativo.
"Manifiesto", en
rigor, es el tipo de obra que a Elian Chali le gusta situar en el espacio
urbano: una instalación dinámica, polisémica. "Este es un proyecto destinado a
desaparecer, es decir que su fugacidad es un dispositivo clave para no
transformarse en tótem -dice el artista-. Como ejercicio aeróbico: de afuera
hacia adentro y de adentro hacia fuera. El cuerpo como nodo de toda experiencia
planetaria. Interpelado por las condiciones dadas, acercando la pólvora al
fuego de la corrección política, desafiando el arquetipo de confort que ofrece
este juego, una identidad dinámica ansiosa por alcanzar sus deseos".
Sin estudios
académicos ni formación ortodoxa, Elian Chali dice que se formó de manera
autogestiva en el circuito under y contracultural argentino. Con 4 muestras
individuales y más de 10 grupales, su trabajo se encuentra en más de 30
ciudades distintas de países como Argentina, Australia, Bélgica, Brasil,
Canadá, Chile, España, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia,
México, Polonia, Perú y Rusia, entre otros.
Entre sus
distintas experiencias, además, fundó y co-dirigió Kosovo Gallery, coordinó
PUENTE Arte/Espacio Público y fue curador en jefe del Mercado de Arte
Contemporáneo (MAC). En 2016 publicó su primer libro, titulado Hábitat. Hoy, su
obra se encuentra documentada en numerosas publicaciones y proyectos
editoriales sobre arte, diseño y arquitectura.
De regreso a su
casa, Elian convida un café y un alfajor de chocolate. El aire entra fresco por
el ventanal; el living es espacioso, moderno, donde luce una biblioteca
mayormente nutrida de libros sobre género y ensayos sobre lo urbano, con una
escalera a un costado. Dice que pasa bastante tiempo tirado en el sillón,
cavilando. En la pared hay un póster que dice "El horrible mundo de Dios". En
breve estará participando de una exposición colectiva en el Centro Cultural
Recoleta, luego con una obra de gran escala en Tandil y más adelante comienza
con un tour de sus habituales viajes por el mundo: a fines de marzo en Ibiza,
Casablanca en abril, un proyecto en Rouen, Francia, en mayo, y luego en Viena,
Austria, a mediados de agosto.
Su relación con
el arte empezó a los 15 haciendo grafitis en la calle, sin mucha pretensión.
"Escuchaba punk, tenía amigos que andaban en skate. Establecí una relación territorial
con el under, una marca que sigue vigente. Agradezco a mi familia que ha sido
muy atenta en la libertad que me han otorgado para hacer lo que siempre quise.
Y, sumado a eso, se defendía un criterio político agudo, mis viejos estaban
marcados por el golpe militar. Soy el más chico y el que me sigue me lleva
muchos años, la discusión política estaba presente", dice, reflexivo, sentado
alrededor de una mesa larga.
Dice que sus
amigos y familiares no entienden demasiado de su obra, pero que si su
personalidad adquirió una tenacidad a prueba de balas fue en gran parte por ese
apoyo incondicional. Le interesa subrayar, en efecto, que tuvo suerte: si
hubiera puesto una fábrica de vidrio en vez de crear murales por el mundo, su
familia también lo habría bancado con recursos afectivos y económicos. "Ojo,
hace muchos años que mi recorrido es autónomo a su línea de pensamiento y
acción. Me comprendo como una persona bastante solitaria. En mis decisiones, en
mi militancia, en la singularidad de mi cuerpo, soy solo y eso me ha permitido
relacionarme sin depender, recorrer los caminos que decido, hacerme cargo de
mis demonios yo mismo".
En la escuela fue
un mal alumno: lo expulsaban con regularidad y cuando al final del secundario
pensó en una carrera universitaria, descartó cualquier opción. No hubo ningún
mandato al cual obedecer. "Me pareció que mi perfil iba por otro lado. Leo y me
informo de manera autodidacta y con gente cercana. Es otra forma de
aprendizaje, pero pude hacerlo desde un lugar de privilegio, con un apoyo
detrás, con herramientas para sortear las circunstancias sociales".
En ciertos
circuitos se sorprenden cómo hizo un nombre de la nada, cómo llegó a las
plataformas internacionales sin una carrera artística convencional ni con becas
ni con subvenciones. "Aunque Buenos Aires sea la capital de todo, pienso que
desde otros márgenes se proponen cosas de lo más potente -dice, sin
extravagancia-. Desde Córdoba, Tucumán, Rosario, Mendoza, en el sur se producen
hechos alucinantes, con escasez de recursos, por lo bajo. Sólo hay que aprender
a observarlo". Y desalienta cualquier lectura excepcional sobre su cuerpo. "Si
bien existe una normatividad corporal que disciplina a los cuerpos desviados,
es casi imposible cumplir con la misma. Es decir, todos en algún punto estamos
en desventaja según el prototipo de ser humano útil para el capitalismo. Mi
diferencia me cuida, me enseña, me alienta".
De joven empezó a
pintar, después creó una galería de arte y gestionó residencias artísticas.
Hasta que se dedicó más de lleno a su obra. "Y se me armó esta cosa global
-dice, con cierto asombro al escucharse-. Todo de forma imprevista, porque en
2012 fui a Perú y conocí a un curadora, le gustó mi obra, me invitó a Estados
Unidos y allí empecé a armar redes internacionales. Nunca antes lo había
pensado. Estuve cerca de gente capa, que me aconsejó increíblemente. No tengo
ningún maestro, hice un montón de clínicas, pero nunca tuve un referente. Te
puedo decir 10 personas que me han cambiado la vida. Pero nadie en particular,
intento matar lo mas rápido posible al héroe".
En Lima construyó
su primera obra a gran escala. Trabajar con lo gigantesco, desde ese momento,
dice que le activa la dopamina, "sumado a la pulsión de muerte que te genera la
adrenalina del peligro". Le gusta planificar a lo grande: siente algo así como
una especie de "revancha poética" con sus murales contra "el espanto de hábitat
que son las urbes contemporáneas".
Elian describe lo
que denomina como su "diversidad funcional" con las siguientes palabras: "Desde
que nací tengo un impacto genético que influye en la cadena ósea: es una
displasia ósea severa representada en una escoliosis, lo que hace que tenga
toda la cadena de huesos cruzada. Eso me genera hipoacusia, me produjo mi baja
estatura, mis problemas respiratorios. Y además tengo extremidades más largas,
la columna toda torcida".
No tiene obra social.
Dice que de salud se siente "bárbaro" y aclara que nunca pudo conseguir una
atención diferencial de algún servicio del Estado -"el macrismo terminó
devastando todo lo que no funcionó en su cadena productiva"-. Se operó el año
pasado: tuvo un reemplazo de pierna "bastante bravo", que costeó con ahorros
familiares en una clínica privada. "Frente a ciertas ausencias, siempre
aparecen otras redes", dice, con simpatía.
Se cuida de no
caer en el discurso extraordinario de la imposibilidad física ni de la ponderación
de la voluntad. Sin embargo, es consciente de los límites de su cuerpo: el
propio quehacer artístico le ha hecho trabajar el cuerpo de otra manera. Aunque
tenga recaudos físicos, trabaja con un equipo grande a su alrededor -entre
cinco y diez personas-, y a veces, cuando viaja, se encuentra con gente que
colabora. Dice que hace cuatro años no trabaja más solo. Que come poca carne,
que anda en bicicleta, que va al gimnasio todos los días. Aún así, se siente
cansado, admite que su ritmo es febril, intenso.
"El arte es una
producción de sentido y de subjetivación, la mente y el cuerpo trabajan
juntos", aclara, y dice que en 2017 llegó a su récord: tomó 60 aviones en el
año. "El cuerpo se te revienta. Por el viaje, por el no dormir en tu cama, por
el no comer en tu cocina. Es un desgaste enorme, aunque esté sentado dirigiendo
a mi equipo con un walkie-talkie. Estoy cuidado por un grupo de gente, que
entiende que si un día quiero romperme una noche bailando o que hay un mes que
no quiero laburar, lo voy a hacer, es de esas libertades -y privilegios- que
otorga el arte".
La
disfuncionalidad corporal, dice, lo lleva a una autoconciencia del cuidado del
cuerpo: las dolencias aparecen en el momento menos pensado. "Soy como una
especie de vector, de nodo, y mi cuerpo está ahí. Y la cabeza es lo más frágil
de todo", dice sonriendo, mientras se sirve un vaso de agua y adopta un tono
grave. "Hoy siento mi carrera como si estuviera arrancando. La curiosidad está
latente, y lo identifico en el miedo: en cualquier viaje se me estruja la
panza. La incertidumbre de conocer gente nueva, de pisar nuevos espacios.
Todavía no me aburrí, sigue operando una emoción, un compromiso. No me
interesan los lugares cómodos".
Cuenta que el año
pasado fue a pintar a Taiwán en un edificio de viviendas sociales. Un señor
mayor se acercaba todos los días. Lo veía quieto, silencioso. El día que
terminó el mural, y con el traductor al lado, el señor le dijo: "No me gusta lo
que hiciste". A Elian le pareció alucinante. "Me respetó todo el tiempo, no se quejó
con la jefa comunal aunque le parecía una cagada lo que hacía, y luego me dijo
sinceramente eso. Le agradecí. Era un muro que había pintado con un rojo
furioso. Sé que mi trabajo, a pesar que se considere lúdico y didáctico, puede
ser bastante agresivo con el soporte. Ahí reside la tensión".
Hace poco fue
curador en jefe del MAC, que es una de las ferias comerciales de arte más
prestigiosas del país. Eso, dice, lo sacó de un estado de confort. "Siendo yo
del palo autogestivo fue un desafío bravo, porque entré en un espacio que es
recontra comercial, incluso académico. Y después vino la propuesta de Casa
Naranja para que haga una exposición. No tengo un particular interés en los
museos, mi campo es la ciudad, ni siquiera la calle. Problematizar la praxis es
lo que más me gusta. Mi obra me supera y yo soy obediente con el camino que me
marca".
En 2017 Elian
Chali le ganó una demanda judicial a una aerolínea británica. En un caso con
pocos precedentes, la instancia comenzó cuando la empresa usó, sin respetar los
derechos de autor y para una publicidad propia, una serie de imágenes de
murales del barrio londinense de Shoreditch, entre los que figuraba uno que
Chali realizó con su colega puertorriqueño Alexis Díaz.
"A veces un
trabajo opera en un espacio pequeño, para que observen cinco, seis personas.
Otras veces se activa en el barro, en la calle, u otras en una galería de arte.
No me cierro a una forma y no soy quién para decirle a nadie lo que tiene que
hacer, eso sería reaccionario. Córdoba me parece menos hostil que muchos
lugares, como el miedo que hay en el terrorismo en Francia. O en Estados
Unidos, donde hay un control extremo del espacio público. En Brasil el consumo
de crack es totalmente agresivo y eso diseña una forma de ciudad, con el hambre
en los tobillos, como también hay espacios comunitarios de resistencia desde lo
minúsculo que tienen la fuerza de cambiar un territorio. Mi arte está en el
medio de todo ese quilombo".
Hace unos años,
en Polonia, una vecina le llevaba una taza de café y un vaso de vodka a las
diez de la mañana, cuando arrancaba su rutina de trabajo en un mural. "No lo
podía rechazar, me subía chupadazo a la grúa", dice, y recuerda que en otras
ocasiones los vecinos también lo han insultado, disconformes con su obra. "Me
expongo para eso, las malas experiencias son las que suelen cultivar más.
Escribe poesía y
ensayos, le interesa la fotografía. "La obra, para mí, reside en la idea, no
tanto en su forma. La inspiración no existe. Ser artista tiene que ver con mi
persona, no es una profesión. Es un martirio que se padece muchísimo, la cabeza
no para, pasé tiempo sin poder dormir, el estrés me quemó varias veces. Pero
estoy agradecido de padecerlo y no que el mundo me resbale y lo ignore. Con el
arte lo que hacés es abrirte el pecho, clavarte un cuchillo y exponerte al
mundo. Es tan vulnerable, un ejercicio durísimo. No es un camino feliz el del
arte, y eso que tengo el privilegio de vivir bien de esto".
Ahora prefiere no
subirse a elevadores de 40 metros para crear sus gigantescas obras: "Hoy
por las dimensiones de mi trabajo planifico otra estrategia, pero nunca lo vivo
como una desconexión. Pienso la idea y estoy al tanto de todos los detalles.
Siempre hay un trabajo fino de planificación previa tomando lo digital como
herramienta. La ciudad ya te lo da todo, sólo hay que observar y después
proponer en base a ese contexto donde va a estar la obra".
-¿Y cuál es el
lugar del arte y de vos como artista en la sociedad actual?
-Trato de ir a la
grieta, y entender que uno opera sobre una realidad de desigualdad brutal. No
me gusta la idea de la coherencia en el arte. La exigencia de coherencia para
con el otro termina siendo una moralina. Me pienso como un trabajador que vive
de lo que hace. A mí si me dan libertad y respetan mis condiciones, voy para
adelante. Siempre y cuando el proyecto se encuentre en los márgenes éticos que
me muevo. No podría pensar un arte para abstraerme, como dice el cineasta Cesar
González "yo hago arte para enterrarme en la realidad".
Dice que nunca
trabajó de otra cosa que como artista. Sus proyectos en el exterior surgen de
invitaciones: desde una organización social a un grupo de arquitectos.
Consciente de sus contradicciones aclara que elige no trabajar con grandes
corporaciones, salvo que el proyecto lo merezca por alguna característica en
particular.
Vive cuatro meses
al año en Córdoba, el resto se la pasa viajando. Elian Chali se ríe de sus
enredos mentales, de sus tintes verborrágicos. Dice que a veces no se soporta.
Luego revisa su celular, no para de contactarse con nuevos espacios. "Creo en
la solidaridad, en la construcción de redes con colegas. En un espacio urbano
podés trabajar con una cooperativa, con un ayuntamiento, con un grupo
artístico. Soy inquieto. Apenas siento que pertenezco a algo, quiero saltar a
otra cosa. Me gusta aquel que surfea hacia otros espacios en vez de
hermetizarse en un contexto congelado. Considero que no soy un artista
talentoso, pero sí un empecinado. Esa fuerza de la convicción me ha traído
hasta acá y no lo considero poco".
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