20 de marzo de 2016
Por Gonzalo Ruiz para Diario Vox La imagen sorprende. Se ven muchas personas: caras felices, manos al cielo. La foto está movida. Se nota que la sacaron en el medio de la fiesta. Hasta ahí podría ser una instantánea más de las miles que quedan después de cada recital del Indio Solari. Pero no es una foto más. Porque por encima de todas esas personas, como si la multitud lo mantuviera en lo alto, como si pudiera andar por encima de esa masa de gente, se ve a un ricotero, en una silla de ruedas, que sonríe y agita el brazo derecho. Hay que pestañear y volver a ver la imagen para confirmar que sí, que en medio de esa cantidad de personas, un grupo de pibes ha levantado a su amigo y su silla para que vea bien el escenario, para que note cómo el Indio, a pesar de la edad y del Parkinson, aún mueve el culito; para que disfrute, desde lo alto, de esas doscientas mil personas que están bailando en un mar de fueguitos. El pibe de la foto se llama Marcelo López, tiene 23 años y vive en Villa Nueva, Guaymallén. Hincha de Independiente Rivadavia y rockero. Tatuaje de Patricio Rey en la espalda. Hace casi un año que está en silla de ruedas después de un accidente de tránsito. Antes siempre iba a ver recitales: El Indio, Don Osvaldo, Kapanga, La Mona Jiménez y la lista sigue. Y si antes iba, ¿por qué ahora no? dice. Y así, el viernes pasado, cerca de las 19, Marcelo Camel para los íntimos partió en micro junto a diez amigos rumbo a Tandil, donde Solari tocaría un día después con su banda Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. El asado monero, o de la nada a la gloria Ahora es noche de miércoles y en la casa de Marcelo hay Asado monero, como le llaman al ritual de juntarse todos los miércoles a jugar al truco, tirar carne a la parrilla y hablar hasta que alguien se acuerde de que al otro día hay que madrugar. El Asado monero nació hace casi un año, después del accidente de Marcelo. Era una de las tantas maneras de acompañar al amigo que pasaba un momento muy jodido. Se organizó una semana y después otra y después otra, y cuando se dieron cuenta el miércoles ya era el día obligatorio del asado semanal. No se suspende por nada, dicen. Hoy no se habla de otro tema que no sea el recital del Indio y de la foto que se viralizó en las redes sociales, con veinte mil me gusta en Facebook, y apareció en todos los canales de televisión. ¿En qué momento del recital les sacan esa foto? es la pregunta que rompe el hielo, mientras en una mesa hay punta y hacha, y desde la parrilla el Kuri asa unos quince kilos de carne. Acá es un kilo por cabeza, aclaran. Toma la palabra el Charly, uno de los que viajó a Tandil. Fue en Jijiji, en la segunda parte de la canción. El Marce estuvo de pie todo el recital porque se puso unas prótesis que le enderezan las piernas y se apoyó en la silla, que estaba trabada en el piso. Nosotros le hicimos una ronda para cuidarlo y que no le pasara nada. Pero cuando empezó Jijiji le dijimos: Sentate que te subimos. Jijiji es la canción con la que siempre Solari cierra sus recitales, la canción de el pogo más grande del mundo, la canción que anuncia que después sólo habrá tiempo para volver a casa. No lo soñé, grita el Indio, mientras cientos de miles de personas esos tipos son como bombas pequeñitas generan una descarga de energía que es imposible de poner en palabras. Sigue el Charly. Cuando termina Jijiji lo bajamos al Marce y nos abrazamos entre todos. Fue muy groso, estábamos emocionados, felices. No nos importaba nada más. Estuvimos un rato largo abrazados, cantando, toda la manija junta. Gente que estaba al lado nos empezó a aplaudir, nos saludaban. Pero en eso, dijimos cómo no sacamos una foto de esto, y sí, qué boludos, mirá el momento que vivimos y no tenemos una foto. Es que hay momentos que se disfrutan y quedan en el recuerdo, no en una foto. Sí, de una. Pero nos quedó la pica. La fiesta había terminado. Era hora de buscar el micro y volver a Mendoza. Quedaba la resaca post recital, la adrenalina que se iba aplacando y el cansancio que tapa todo con un manto invisible. El grupo llegó a Mendoza a las nueve de la noche del domingo. Hacía horas que sus celulares no tenían carga y, lógicamente, hacía más de un día que no habían tenido contacto con redes sociales ni internet ni nada parecido. Cuando se volvieron a conectar, llegó la sorpresa. El tema es que cuando llegamos cuenta ahora Gonzalo empezamos a ver la foto del Marce en todos lados. No entendíamos nada, no lo podíamos creer. Nos dimos un baño y nos volvimos a juntar. No sabés la alegría que teníamos. De la nada nos había caído esa foto. Ni sabemos quién la sacó. Fue como el broche a un viaje increíble. ¿Y vos, Marcelo, qué sentiste cuando viste esa foto? No lo podía creer, me empezaron a llegar un montón solicitudes de amistad, me etiquetaban y me escribía bocha de gente, me llamaban de todos lados. Salía la foto en los canales. Ahora soy famoso dice el protagonista de la historia, entre risas, pero se pone serio para hacer una aclaración. Igual, yo salgo en la foto, pero esa foto son mis amigos porque ellos me llevaron, me cuidaron y me levantaron para que pudiera ver el pogo. Contame de cuando estuviste ahí arriba. Veía para todos lados, veía que la gente me sacaba fotos, me filmaban, la gente bailaba, era una fiesta. Había gente llorando. Veía los círculos que se armaban antes de los pogos, era un mar, una locura, increíble. Siempre para adelante, o el que abandona no tiene premio La banda de los Asados moneros la conforman 18 amigos, de entre 22 a 26 años la mayoría. Algunos se conocen del Club Murialdo y otros del barrio La Madera, de Villa Nueva. Todos laburan. En el grupo hay muchos leprosos y hay muchos tombinos. Igual, todo bien, nunca un bardo, dicen. En lo que sí coinciden es en Alianza Guaymallén, equipo de futsal donde varios juegan o han jugado y todos los demás alientan. Un grupo de amigos como cualquier otro, con asados, noches de boliches, vacaciones y recitales. Pero un grupo de amigos que se ha hecho fuerte y unido en las malas. A Tandil llevaron un trapo con una frase de Los Redondos. El que abandona no tiene premio, se puede leer en la bandera, y abajo, con letras más chicas, Fuerza Marce y Gustavo presente, en memoria de un amigo que murió hace tiempo. Cuenta Marcelo. Esta fue la primera vez que fuimos tantos juntos a ver al Indio. Además era la primera vez que veía al Indio después del accidente. Alguno de los chicos quizás no son tan fanáticos, pero me dijeron: Yo voy para acompañarte a vos. En el recital, que era un quilombo de gente, me hicieron un círculo para que no tuviera problemas, estuvieron siempre atentos a que no me pasara nada. Son unos fenómenos. Se pasaron. Sí, después me preguntaron ¿Cómo la pasaste?. Genial la pasé, disfruté en todo momento. Estos pibes son increíbles. El increíble es él dice Rodrigo, uno de sus amigos. Siempre va para adelante, siempre. El brindis, o disfrutar los placeres que nos quedan sin dañar La familia de Marcelo está conformada por sus padres, Marcelo y Verónica, y sus hermanos Pablo, Lucía y Agustín. Antes del accidente, Marcelo trabajaba junto a su padre en un comercio familiar. Ahora todas sus energías están puestas en la rehabilitación, aunque ya piensa en empezar a estudiar alguna carrera universitaria. Administración de empresas es una opción. Lo que quiero dejar claro de todo esto dice Marcelo, mientras el asado se hace esperar es que se puede. Se puede seguir haciendo un montón de cosas. Yo ya hago muchas cosas solo. Gracias a mi familia y a mis amigos, no me hundí. Tuve días jodidos, pero salí. Y sigo yendo a rehabilitación y hago ejercicios y aunque los libros digan que no puedo volver a caminar voy a seguir poniéndole huevo. El partido de truco termina. Empiezan a acomodar la mesa y poner los platos porque el asado ya está a punto. Todos se sientan. El hambre pica en la panza. Pero antes de empezar, Marcelo dice que quiere hacer un brindis. Silencio. Aunque ahora soy famoso, quiero brindar por ustedes. Son una masa, no me han dejado que me caiga y están siempre. Eso es lo más importante de todo. Y todo esto no sería así sin ustedes dice y amaga con llorar, pero empieza a reírse. Las carcajadas explotan. Los vasos chocan. El Kuri saca de la parrilla la primera tanda de carne. Un aplauso para el asador.
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