10 de octubre de 2017
por
Mauro Carlucho
¡"Motoneta", que sobrenombre para un poeta!. Pareciera que
Jorge Luis Conti está destinado a romper los moldes. Un hombre fuera de
catálogo, como se decía hace un tiempo.
Es cierto, y lo hemos comentado en muchos artículos de esta
sección, que el entramado social de la zona comprendida entre el barrio de la
Estación y el de Las Ranas, dio pie a verdaderos personajes que parecen salidos
de otro tiempo.
Esa mezcla perfecta de laburantes, inmigrantes libre
pensadores y vecinos orgullosos de su lugar de arraigo, da como resultado a
personas del estilo de Conti, Dardo Casal o Juan Nigro.
"Motoneta" nació en el año 1955, en una casa ubicada en
Uriburu al 1700. Justo al lado de donde se encontraba la cancha de futbol del
Club Huracán. Institución protagonista del llamado "Futbol Libre", muy popular
en el Tandil de aquella época.
Jorge era el menor de
siete hermanos y siempre fue el consentido de sus padres. Su progenitor era
gestor y atendía un almacén familiar junto a una de sus hijas. Fue el quien le
puso "motoneta" al verlo correr detrás de una pelota en un picón de barrio.
Nuestro Personaje recuerda con gran emoción cuando sus
padres salían al patio de la casa por la tarde para compartir un mate y
observar atentos los encuentros futboleros de los pibes del barrio.
Esa postal quedará marcada a fuego en todos aquellos que
pisamos un potrero de barrio. Eran tiempos donde había tiempo. Valga la
redundancia.
Conti, cumpliendo el mandato del barrio, se fichó en Ferro y
jugó en distintas categorías formativas, pero sin llegar a ponerse la camiseta
de la primera del tricolor.
Su primer trabajo lo tuvo con su hermano. Quien le enseñó el
oficio de carnicero que lo acompañará hasta sus últimos días. "El me salvó de ser un atorrante. Porque la
verdad que mis padres no me apuraron nunca. Yo era el más consentido y vivía de
ellos, pero un día mi hermano se plantó y me llevó de prepo al matadero. Hoy
estoy agradecido a ese gesto", sostuvo ante ElDiarioDeTandil.
La carnicería estaba en la esquina de Moreno y Arana. Su
universo se enmarcaba entre la estación, la avenida Marconi y Colon. Dentro de
esos empedrados transcurría una vida apacible y romántica, en un sentido de la
palabra.
Por esa misma época, cuando Jorge se descubrió como
adolescente, apareció el boxeo en su vida. "Me
había puesto medio gordito y un amigo me invitó a empezar box con la excusa de
que era un buen entrenamiento. Fuimos al Santamarina y encontré un mundo nuevo
para mí. El pibe que me acompañaba abandonó el primer mes, pero yo me enganché
de tal manera que al corto tiempo estaba anotado en el primer certamen barrial.
Tuve la grandísima suerte de encontrarme en el camino con Roberto Palavecino, quizás
uno de los mejores entrenadores de box que hubo en el país. El primer
campeonato que hice en el Defensa salí campeón. Ahí me embalé de tal manera que
lo hice una religión", recordó.
De Santamarina se fue al gimnasio del club Unión, pero tuvo
la particularidad que en su época de amateur representaba al Club San Martín.
Otra institución histórica del barrio Las Ranas, en donde su padre era
presidente y alma mater.
Jorge recuerda un conflicto con los dirigentes de Unión y
Progreso por este tema. Un día se le aparecieron en el gimnasio y le dijeron
que si quería entrenar con ellos tenía que representarlos en los campeonatos,
pero su padre se opuso de tal forma que fue imposible.
"En casa eran todos
de San Martín. Mi padre me asoció a los pocos días de vida", dijo sobre su
relación con el club ubicado en Uriburu y Montiel.
10 años duró su trayectoria como boxeador amateur y
profesional. Se retiró con un muy buen record de 76 peleas, 8 pérdidas y un empate. El resto
las ganó con estilo depurado, ortodoxo. "Yo
soy un amante del buen boxeo. Este deporte se trata de pegar, pero también de
que no te peguen. Me daba miedo ver a los viejos boxeadores con secuelas
irreversibles en el habla. Por eso fui muy responsable en mi carrera. Cuando
perdí las ganas de entrenarme y me empezó a importar más la bolsa que la
victoria, dije basta. Era muy joven, porque solo tenía 27 años, pero fue una
buena decisión. Ya me tiraba más el baile y la noche que el gimnasio",
sostuvo.
Cuando le pregunté que le faltó para llegar más alto en el
boxeo, no dudó un instante en responder. "Te
podría decir que suerte, porque sinceramente era un buen boxeador. Pero no es
así. La suerte se construye en cada orden de la vida y a mí me faltó construir.
Me falto vocación de gimnasio. Me falto mente asesina. Yo nunca sentí las ganas
de matar al otro. Los managers y los entrenadores me lo decían siempre, pero no
me salía. Me querían motivar y nada", confesó.
Colgó los guantes a
los 27 años y volvió a trabajar entre reses y cuchillas. Pasó por más de 20
mostradores. La mayoría como empleado, pero también tuvo alguna propia. "Soy un desastre con los números. Soy
desordenado y siempre gasto más de la que entra. Por eso lo mío era cumplir un
horario y después me iba a mi casa. Nunca me importó demasiado la plata y por
suerte siempre trabajé de lo que me gusta. Soy de los que piensa que hay que
trabajar con amor, sino no tiene sentido", dijo muy seguro de sus palabras.
Por ultimo quería hablar de su faceta como escritor. En toda
la entrevista, realizada en una mesa del Bar Tito, me llamó la atención su
calidez y la profundidad al hablar. No es de esas personas que lanza palabras
porque sí. "Motoneta" piensa cada intervención y va hilvanando conceptos justos
y precisos.
Contó que desde joven lee a Neruda o Marechal, por citar a
algunos escritores renombrados. También desde joven se animó a la escritura. De
purrete, como era muy tímido, le escribía cartas a las chicas del barrio. Antes
se las leía a su madre para que le dé su aprobación, pero está siempre le decía
que eran hermosas. Por aquellos años de la década del ?60 le prometió a su
madre que escribiría un libro y sería dedicado a ella. Más de 40 años después
cumplió aquel mandato con la obra "Amores Dispersos", su opera prima.
"No sé si me puedo
considerar un poeta o un escritor, pero trato de hacerlo de la mejor manera. Te
podría decir que me conformo con lo genuino de mis carencias. No quiero ser un
diamante en bruto, ni un bruto diamante. Me gusta plasmar emociones, vivencias. Escribo cuentos, ensayos, hace un tiempo
comencé con una novela. Es algo que me gusta, que me hace bien. Me siento libre. Hoy tengo una vida muy solitaria. Por
supuesto que tengo mis amigos y mis amores, pero lo más preciado son mis
pequeños momentos de lectura y escritura. No permito que nadie me los
invada. Pero también se da que cada vez
encuentro más lugares donde ponerme a escribir o leer. Puede ser en la
carnicería o en cualquier bar. A veces estoy mirando televisión o escuchando
radio y me sorprendo escribiendo unas líneas en el papel. La esencia de estos
días presentes está enfrascada en mis tesoros. Mis recuerdos, las experiencias
vividas y los trazos de la escritura. Ahora en pocos días voy a presentar un
nuevo libro, se titula "Celestina y yo" y es una especie de homenaje a mi
abuela, a quien no conocí, pero siempre tengo muy presente", adelantó.
"Motoneta" se deja sorprender por la vida, quizás por eso le
han pasado muchos acontecimientos que rondan lo paranormal o lo sensitivo.
Luego se toma el atrevimiento de escribirlo y a partir de allí buscar alguna
significación de tales eventos.
"Cuando uno llega a
cierta edad empieza a sentir que la oscuridad se acerca, por eso empieza a
poner proyectos y actividades en el medio para alejar la muerte. Yo estoy en
ese camino. Me siento bien, lucido, no hay día que antes de bañarme no haga un
ensayo de cross y uppercut frente al espejo para sentirme boxeador. Estamos de
paso en esta vida y tenemos que vivirla intensamente", finalizó.
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