10 de febrero de 2020
por
Mauro Carlucho
Su imagen quedará marcada a fuego con Flor de Murga y la murga más reconocida de la ciudad, todo el mundo sabe, nace en el corazón del barrio de las Ranas. "Despectivamente le decían de las ranas, porque el barrio se forjó a la vera del arroyo".
La zona se comprende entre la calle Moreno, en donde limita con el barrio de la estación y el otro mojón lo comprende el predio de Obras Sanitarias. Dada la impronta que imponía el ferrocarril muchas veces se ubica estas manzanas dentro del histórico barrio.
Dardo nació en Roca y Arana, entre trabajadores ferroviarios que iban y volvían por el empedrado con sus caras tiznadas y los gorritos de trapo con un nudo en cada punta.
Su amor lo llevó a militar por el patrimonio del barrio, el arroyo ya quedó entubado para siempre, pero siente que todavía se puede luchar por salvar el empedrado.
"La piqueta fatal del progreso nos está quitando nuestra historia", dijo comprometido. "Algunos se quejaban que el empedrado estaba ondulado, entonces pensaron en la tuerca del tornillo del coche y en que no pueden andar rápido, pero yo me pregunto, porque hay que andar rápido".
La entrevista la hicimos hace algún tiempo en el templo de Flor de Murga, que en verdad es un galpón de carpintería y que hace 40 años atrás fue un potrero de futbol. Allí levantó su casa junto a su compañera, con esfuerzo y pertenencia.
Volviendo a los adoquines, frunce el ceño otra vez, "¡claro!", exclamó pronunciando una extensa A, "entre el adoquinado crecía gramilla también y requiere de cuidados, de mantenimiento. Pero tapándolo no pensamos en lo que se destruye y lo que le estamos privamos a las futuras generaciones".
"Por eso respeto a los amigos de la estación con Hugo Mengazzini a la cabeza, porque empujan y empujan. Una vez que tapan nuestro patrimonio no se puede volver el tiempo atrás", filosofó.
"Mi andar con la bicicleta por el adoquinado me hace que tenga que andar despacio, pero yo paseaba por esas callecitas y estaba orgulloso de ese adoquín brilloso, con tanta historia. Pensar que los picapedreros los hicieron uno por uno, uno por uno (repite). Hoy los tapan como si nada. Estas bestias hubieran tirado la Torre de Pissa por estar inclinada", el sentimiento le sale a flor de piel.
Al momento recuerda unas líneas que cantaban no hace mucho en el carnaval, "cuida tus calles de tierra y tus casas con corredor, hoy acá voltean todo y no les importa. Tiran casas históricas y levantan complejos de 15 departamentos por la renta inmobiliaria. Yo me pregunto cómo las autoridades no se fijan en el patrimonio cultural, en el paisaje".
Su pasión lo lleva de un lado a otro, sin contratiempos, la historia se va anudando y Dardo se desahoga hablando de sus calles. "Sabes lo que eran aquellas tardes de verano, cuando se estaba formando una tormenta y el clima se ponía pesado. Se escuchaba un concierto ranístico (sic) que venía de la vera del arroyo. Hoy de tanto en tanto aparecen las ranitas, yo he perdido mucha audición, pero mi compañera y los muchachos de la murga me dicen, Dardo, Dardo: cantan las ranas".
Hay miles de anécdotas e historias de aquel tiempo, también personajes "El Facha Zurita, con alguno más, limpiaban el arroyo en un tramo y teníamos el balneario 'la curvita'. También estaba Eva Ardiles, 'la domadora'. Hacía de Patora en los corsos y se paraba arriba del lomo del caballo, era impresionante".
Son muchas historias, personajes y momentos que hacen a la historia y a la identidad de un barrio. Dardo las defiende desde su trinchera en la murga, camino que empezó desde niño y que tuvo un momento de climax el 17 de octubre de 1986, cuando nuestro entrevistado revoleaba una matraca entre los cuerpos sudados de los peronistas en la Plaza de Mayo. "En ese momento me invadió la necesidad de formar una murga en el barrio de las ranas. Cuando veníamos de vuelta con los compañeros de la JP yo les decía de aprovechar el carnaval, hay que aprovecharlo para cantar, para decir cosas. Teníamos que animarnos a sonreír luego de lo que había sido la última dictadura y no era fácil".
No solo que volvió sonreír, sino que contagio a miles para sumarse al carnaval y a todos hizo reír y pensar.
Dardo Casal se pone sus anteojos multicolores, el sombrero gracioso y dice muchas cosas para prestar atención.
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