8 de mayo de 2018

PERSONAJE DE LA SEMANA

PERSONAJE DE LA SEMANA. Eduardo Aldasoro, un profe sin igual

por
Mauro Carlucho

Llegó de su González Cháves natal en el año 1948 sin conocer a nadie, pero con los años se transformó en un hombre querido y reconocido por muchos.

La historia cuenta que al principio le costó mucho adaptarse a esta ciudad. Él venía practicamente del campo y Tandil ya era una ciudad pujante en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires.

"Te juro que entraba a la escuela, veía izar esa bandera y para mí, que siempre había ido a una escuela de campo, era como estar en la cárcel. Estuvimos un año sin salir de casa. Difícil la integración. En los barrios, antes, había una particularidad: casas aisladas y terrenos baldíos entre ellas. El común denominador de los terrenos era una pelota y los chicos del barrio que se congregaban y jugaban ahí dentro. Como era espontáneo, había chicos de 12, 15, 18, 25 años. Todas las edades. Aprendías lo bueno y lo malo", recordó no hace mucho para "El Oficio", un ciclo de entrevistas producido por Virgina Arhex.

Lo malo en aquellos tiempos, sería insignificante en este presente. Pero así se vivía. Era otro Tandil y otros tiempos.

Como su madre no quería que ande mucho tiempo en la calle, enseguida lo apuntó en el Club Independiente, su segunda casa en nuestra ciudad: "Con todos los defectos y virtudes que puede tener una madre, la mía era una mujer muy cuidadosa de la integridad de sus hijos. En aquella época, Independiente tenía la particularidad de ser el único club que daba clases de gimnasia y determinados deportes a chicos chicos. Era un lugar donde la familia podía dejar a sus hijos con tranquilidad. Empezamos a ir al club. Mi madre sabía que no íbamos a venir con una palabrota, ni con una rodilla rota. Buscaba que nos cuidaran", relató sobre aquel momento.

Como alumno no era brillante. Quizás, también, influído por el desarraigo. Esta historia no es ajena a muchos argentinos que han sabido emigrar en busca de un mejor futuro. El flaco contó que "En el año 1951, estaba en primer año de la Escuela Normal. De trece materias me llevé once. Mi padre, hombre tranquilo, tuvo una charla clara conmigo. -Once materias no vas a dar-. Yo lo tenía clarísimo. -Papá; no voy más a la escuela-. Al mes me llevó a Usandizaga y Cía. Una casa de ramos generales, fantástica. Su mensaje fue -si no vas a estudiar, trabajarás-. Llegué lleno de ilusiones?¿qué me dieron?? una escoba".

En ese momento importante, su padre le dio un gran consejo que lo acompaña hasta hoy: "Hijo, desconfiá de la plata fácil. Hay que esforzarse y trabajar duro".

Mientras tanto seguía muy enganchado con el básquet. Lo apasionaba, casi tanto como hoy. El deporte fue muy importante en su vida, pero él también puso mucho. Le dedicó su vida.

"Independiente en los años '50 tuvo un gran equipo de básquetbol. Yo estaba feliz y contento. Todos mis amigos jugaban en el club. Un día Gabriel García Lunghi, integrante de la subdivisión de básquet de Independiente, me dijo: -Flaco, nos tenés que dar una mano; hemos descuidado mucho las inferiores del club. Tenemos casi veinte chicos y no tenemos quién los atienda-. Yo no estaba en condiciones: no era buen jugador de básquet, no tenía conocimientos? Le sugerí que buscara una persona que les pudiera enseñar algo. Nunca consiguieron a nadie y ahí arranqué? estuve casi 50 años en el club", relató.

Con solo 18 años se puso enfrente de las inferiores. Al principio le costó, pero con el tiempo se transformó en un gran "profe". Él sostiene que "Jamás me imaginé cumplir esa función a esa edad. Los clubes tenían profesores mucho más grandes. Preocupado por qué iba a enseñarles a mis alumnos, me fui a la librería Villar. Villar era un gallego duro, atendía un kiosco y tenía una librería a la que se entraba por el zaguán. Tenía un montón de libros pero él no les prestaba atención. Capturé dos libros de básquet de un famoso técnico americano. Y mezclé. Daba la biblia como el calefón. Cuando llegué a los colegios era como estar haciendo básquet en la NBA".

De esta manera, el gimnasio del club se transformó en su segunda casa. Salía del trabajo rentado, en lo de Usandizada, y se iba volando a enseñar básquet. Con el tiempo se fue profesionalizando. Iba a cursos con entrenadores extranjeros, leía mucho. No se quedó con lo que sabía. Quería dignificar el oficio.

"Mis primeros ocho años en el club fueron ad honorem. Los dirigentes vieron que estaban ante una persona que podía ser muy positiva para la institución. Un día, reconociendo mi esfuerzo, me comunicaron que estaban en condiciones de darme más horas. El cambio a dedicarme de lleno al básquet y a la docencia era inminente", indicó.

A partir de allí su vida tomó un vuelco inesperado, hasta el momento. Renunció al trabajo y comenzó a ver la posibilidad de vivir del basquet. Vivir del deporte. Un sueño que se podía hacer realidad. El "flaco" recuerda que por aquellos tiempos, "Un hombre venía sistemáticamente los sábados a observar mis clases. Uno de esos sábados se me acerca y me empieza a hablar -Aldasoro, ¿usted no colaboraría conmigo? Necesito alguien que esté frente al seleccionado tandilense. Estamos organizando un torneo interprovincial de escuelas-. Quien me hablaba era Otermin, el inspector de educación física de la Provincia de aquel momento y profesor en varias escuelas. Le quise explicar que yo sólo daba clases en el club, no en escuelas. Pero él me persuadió. -Esto puede ser un espaldarazo para usted-. El torneo fue hermoso. Cantidad de chicos de diferentes ciudades jugando al básquet. Nuestro equipo perdió en la final contra Tres Arroyos. Fue una muy buena actuación. Después de ese torneo Otermin me llama. -¿No le gustaría ser profesor de Educación Física?-. Yo no había terminado el colegio y él sabía que eso era una traba. Pero ya había pensado en todo. Me propuso inscribirme en una escuela nocturna, la carga era mucho más leve que un secundario normal. Así fue, empecé a la noche en la Técnica y a asistir a cursos de formación en educación física en La Plata. En ese entonces la formación era muy deportiva, se hacía desde la práctica. Esos cursos me ayudaron mucho a clarificar sobre qué iba a transmitir a los alumnos. En el '64 empecé dando clase en la escuela 11 y en la 21, dos escuelas provinciales y en la escuela Agrotécnica y en San José. De buenas a primeras me convertí en profesor. Esas escuelas fueron mi vida, no las dejé nunca", recordó visiblemente emocionado.

Decir todos, es una arrogancia. Pero gran parte de sus alumnos guardan un especial recuerdo de sus clases y sus formas. Sobre todo de sus formas. Un tipo cálido, de buen corazón, que respetaba su trabajo y sobre todo, al alumno.

"Yo he sido muy buen plagista. Hubo épocas en las que vivía en los clubes de Buenos Aires, metía el hocico en todos lados para sacar nuevas ideas y traerlas acá. Esas ideas se fueron replicando en los clubes locales. Después, una vez por año, organizábamos la fiesta del básquet. Invitábamos a los padres a que vengan y entreguen a sus hijos una medalla por su labor deportiva. Corbata, diploma, medallita fueron formas que fui encontrando para motivar a mis alumnos. Yo era un privilegiado. Siendo muy joven trabajaba y me daba el gusto de motivarlos de ese modo. La corbata no me duró mucho, no era un premio muy económico que digamos. Mucha gente se solidarizaba. Sabían lo que yo hacía iba para los chicos, entonces no me cobraban. Un día por ejemplo recibí un llamado de José López de Armentía. El tenía una joyería. Grababa plata y oro. Cuando me recibió, me invitó a pasar a una trastienda. Me esperaba con una caja llena de medallas. -Eso se lo puede llevar-. Yo le dije que no podía aceptarlo, que costaba mucho dinero. -Lléveselo así usted queda bien con los pibes-. Por años dejé de gastar en medallas, lo único que hacía era el grabado", contó entre risas.

Su labor trasciende el tiempo. Dedicar su vida al deporte fue un arrojo personal. Pero, también, le dio mucho: "El deporte, cuando se lo canaliza como formador de seres humanos tiene enorme importancia. Muchos de mis alumnos eran muy buenos en básquet pero muy flojos en la escuela. Un día me vino a ver la madre de un alumno preocupada porque el hijo no estudiaba. Dudaba si seguir permitiéndole jugar. Yo le expliqué que con el deporte podía conseguir ciertas cosas. Se me ocurrió que a los tipos que anduviesen mal en la escuela iba a exigirles en las notas. Fue una revolución. Implementé un boletín donde volcaba las notas de cada uno en las diferentes materias. Algunos venían con unas notas excelentes y tenían más horas de juego. El boletín me servía para saber qué alumnos no tenían buenos resultados en el colegio, establecer un diálogo con ellos y ver dónde estaba el problema", explicó. Luego, casi inmediatamente, agregó: "El deporte me dio todo. Pasé a ser un referente de la ciudad porque el domingo los alumnos se sentaban con los padres y les contaban sobre mis clases. Alfredito recibió la corbata. Pedrito la medallita. Santiaguito el diploma. Mis prácticas suscitaban el interés de los padres. Yo marqué una época dentro del deporte de Tandil", dijo sin ponerse colorado, al repasar su historia.

Por eso el homenaje en el Club Independiente y su nombre en el polideportivo del dique. Nunca fue un profesor mas. Así lo definió el hermano Adelsio del Fabro un tiempo atrás: "El Colegio San José se siente honrado por su presencia como ex alumno, como maestro, porque maestro es el que transmite valores y profesor es el que transmite las experiencias, y por sobre todo como modelo de ser humano. Usted fue un modelo de hombre libre, porque tiene una virtud muy importante, la pobreza espiritual. Solamente las personas que se sienten pobres son libres. Y esa pobreza usted la manifestaba cada mañana, cuando como un pájaro iba recorriendo los colegios y el club Independiente. Era tan libre que era capaz de desprenderse de sus cosas más valiosas".

O las palabras del intendente Miguel Lunghi, que lo conoce desde hace tantos años: "Eduardo Aldasoro es un fiel ejemplo para la sociedad. Esta sociedad que hoy carece totalmente de valores y que día a día los pierde, en Tandil hay muchas personas que tienen valores y una de ellas es el Flaco".

Un hombre común, que hizo religión su trabajo. Cultor de la palabra escrita y la carta personal. Siempre montado a su fiel compañera, la bicicleta. Su historia quedará entre nosotros. Entre sus alumnos y en la historia del deporte tandilense. El "flaco" Eduardo Aldasoro, un profe sin igual.

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