15 de noviembre de 2016
El silencio que precede a la aparición de los jueces en una sala de audiencias es lo más parecido al mortífero silencio de un velorio. Esa atmósfera se vivió hoy hasta las 9 de la mañana, con las partes y sus representados aguardando a los miembros del tribunal, y luego el silencio se pobló de tensión. El recuerdo del mandadero Emilio Herrería flotó en el ámbito de la sala donde se comenzó a debatir el futuro del empresario Hugo Amores. De camisa negra, pantalón y zapatos negros y con una expresión pálida e inescrutable, Amores se sentó a la derecha de Jorge Dames y sólo habló cuando el juez Agustín Echeverría lo puso en autos de dónde y para qué estaba allí, una suerte de introducción de protocolo. Amores se puso de pie para responder las breves preguntas del juez: quién era, la edad qué tenía, su condición civil y su actividad.
De 62 años, viudo y comerciante, el acusado cargaba en su rostro la bruma
de todo aquel que se asoma al borde del patíbulo. En realidad su vida no es la
misma -ni nunca lo será- luego de la noche del 3 de febrero de 2015 en que
atropelló -matando casi en el acto- al mandadero Emilio Herrería, de 35 años. El
otro protagonista de esta historia no podía estar allí. En su lugar estaba su
madre, familiares y amigos, imbuidos en un respeto y un dolor cerrado, privado
e intenso. No hubo un solo reproche al acusado durante el largo tiempo que duró
la audiencia. Solo un estar allí, juntos, de frente al tribunal, mientras se
reconstruía la terrible noche que se llevó la vida del humilde mandadero.
En la escena central, Amores y Dames, por un lado; el fiscal
Marcos Egusquiza y el representante legal de la familia Herrerías, el doctor
Luciano Tumini, por el otro. En medio de la sala los tres miembros del tribunal
encabezado por Agustín Echeverría.
La primera carta la jugó Jorge Dames para expresar sus
coincidencias con el ministerio público fiscal y la defensa: aceptó que Amores
había conducido a velocidad excesiva, que había pasado el semáforo en rojo, que
había actuado de manera imprudente y con negligencia. Pero negó rotundamente
que su defendido estuviera corriendo una picada. Párrafo aparte merece el
diálogo vibrante con un testigo del hecho para intentar desarmar el concepto de
una "picada", dado que en la comprobación o no de este episodio radica buena parte de lo que ocurra con su
defendido.
Lo cierto es que la situación de Amores está tan en el horno
como el hecho "inédito", señalado por Dames, que lo llevó a la cárcel: un
accidente de tránsito terrible, completamente evitable, que destruyó a una
familia en un instante. Se partió con ciertas certezas irrebatibles y se
debatirá si hubo o no dolo en el acto.
Se sabe que Hugo Amores venía conduciendo su camioneta
Toyota Hylux a una velocidad de 82 km por Avenida España. Que, conjeturalmente, venía corriendo
una picada con un automóvil de color negro, presumiblemente un Focus, del que
nunca se supo nada porque la cámara de seguridad que hay en el lugar no funcionaba.
Y que al llegar a Paz, mientras el Focus, que venía por la derecha, pasó
primero, Amores atropelló la moto de Herrerías, quien había salido de Paz con
el semáforo en verde.
A la hora que el primer testigo ocupó su asiento, el velo de
aquella noche fatal comenzó a correrse para todos. El relato del taxista
Lavayén comprometió la versión de Dames, o lo que el abogado había señalado al
comienzo de su relato. Que la noche del 5 de febrero Amores no iba acompañado
de una "mina" -como se dijo- sino con su hija; que habían cenado en un restaurante;
que venía manejando con la mente sofocada y los nervios alterados debido a una
tremenda discusión que estaba manteniendo con la hija por cuestiones
familiares: no aceptaba que ella su fuera a vivir sola. También Dames deslizó
lo que se presume será el hilo de su defensa: ese desborde emocional de Amores
tenía que ver con una situación previa a la discusión con la hija: el suicidio
de su esposa. Por lo tanto, según el relato del abogado, esa noche Amores "no
estaba borracho, no venía de joda ni estaba corriendo una picada". Su tesis
quedó expuesta en tres palabras "No lo vio". A Herrerías. A la moto. Al
desastre que le iba a reprochar el hombre que momentos después se sentó frente
al micrófono, de cara al tribunal: el taxista Lavayén. Quien en pocos minutos
dejó al acusado más lívido de lo que estaba.
Lavayén es taxista, tiene su parada en la Terminal de Ómnibus. Esa
noche vio todo lo que ocurrió con el taxi esperando que el semáforo se pusiera
en verde en la esquina de Alem y España. Su testimonio fue letal para Amores.
Dijo que el empresario venía corriendo una picada con otro auto a gran
velocidad. Contó cómo y por dónde circulaba la camioneta, el punto de impacto
contra la moto y luego el momento que vivió cuando llegó al lugar. "¿Qué hiciste? ¿No ves la cagada que te
mandaste?", le dijo a Amores, cuando éste se acercó al taxi. Contó que
Amores le respondió. "¿Vos que viste? Te
voy a cagar a tiros".
Fue el momento más crudo de la mañana. El momento en que
Dames también demostró por qué es Dames. Con su cliente crucificado socialmente
y con la carga de la culpabilidad del hecho encima, el abogado enfocó a Lavayén
como un náufrago que se sostiene de la última tabla del barco hundido para
sacar a flote una causa (casi) perdida. Así, fue desmontado cada palabra
errónea, cada vacilación del testigo hasta confrontarlo con una nube de
contradicciones entre su primera declaración y la que acababa de hacer, y de
esas contradicciones más propias del tiempo transcurrido que de una mendacidad
del taxista, fue construyendo la trama de su relato. Dames además conoce muy bien
el efecto del clima de aprehensión que impone un juicio en un vecino que jamás pasó por allí. El
tono sin fisuras, el énfasis imperativo a la hora de dirigirse al testigo,
convirtieron el lance en un duelo de espadas entre El Zorro y el sargento
García. "Por la avenida se debe circular
hasta 45 kilómetros", titubeó en un momento Lavayén. "No, esa no es la velocidad máxima permitida y usted como taxista
debería saberlo", lo azuzó Dames. Después fue más al fondo de los detalles
que importan a su defensa. Rebatir el testimonio de Lavayén era virtualmente
imposible, pero Dames, que parecía tener toda la causa en la cabeza, no dejó
pasar otros detalles. Así corrigió al taxista para bajarle el tono a la amenaza
de Amores. "Usted no le dijo "mirá la
cagada que te mandaste". Usted le dijo: 'mirá la cagada que hiciste, viejo
pelotudo'". En la evocación del insulto que figuraba en la primera
declaración, Dames hizo saber a las partes lo que todas las partes sabían: que
está dispuesto a jugar hasta la última ficha para borrar lo que debe considerar
una afrenta en su legajo profesional: que su cliente haya estado preso -como él mismo lo
recordó- en cárcel común nueve meses y en la cárcel de su casa el resto del
tiempo "por un accidente de tránsito,
algo totalmente inédito".
Frente a la vacilación más visible de Lavayén para calcular
la distancia entre los autos que esa noche corrían la picada, apareció la única
pregunta del Tribunal, en boca del juez Pablo Galli. "Teniendo en cuenta que usted fue camionero y es taxista, ¿podría
decirnos qué distancia hay entre el escritorio de la defensa y el escritorio
del fiscal?", preguntó. "Unos tres
metros", dijo Lavayén y no pareció errarle por mucho.
La historia todavía está por escribirse.
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