21 de junio de 2017
por
Mauro Carlucho
De pibe lo apasionó el
dibujo, en el colegio sus amigos le pedían que les dibujara las caratulas que
separa cada asignatura. Algo estaba naciendo.
En mi casa a mis hermanos
también les gustaba dibujar, "mi viejo
hacía letras y según me contó mi vieja tengo un bisabuelo o tatarabuelo que
pintó la Iglesia del Centro". Su oficio tiene raíces que vienen desde hace
tiempo.
Lo divertía plasmar
imágenes sobre las hojas blancas, "me
gustaba dibujar autos, camiones. Eran mi especialidad de pibe. De chico
dibujaba todo el tiempo", la pasión nació sola, sin forzarla.
Autodidacta desde el
comienzo, recuerda las clases de plástica con José Luis Lunghi (hermano del
intendente) en los salones del Colegio San José. Luego pasó un tiempo por
Polivalente donde probó con el diseño gráfico, pero llegado el momento decidió
que haría su camino por su cuenta.
Con menos de 15 años
comenzó con el tatuaje, junto a uno de sus amigos fueron a la casa de un pibe
que se hacía sus propias máquinas para tatuar y dejó su primer marca en la
piel. La tapa del disco ?Despedazados por mil partes? de La Renga todavía se
puede apreciar en su cuerpo.
"A los pocos días empecé con agujas y tinta china,
me encerraba en el baño para que no me vea mi vieja y me tatuaba solo", en aquellos años era muy difícil conseguir las
herramientas necesarias, pero de alguna manera se las rebuscaba.
Después le tocó a sus
hermanos, sus amigos. Corría el año 1999 y la ola comenzaba a crecer.
Para juntarse unos mangos también incursionó
en las letras, pintó los carteles de un almacén y una bicicletería. La tinta
tiraba fuerte.
El primer que confió en
él fue Juani, su amigo, no dudó en pedirle que le pinte las iniciales de su
ídolo Sergio Daniel Martínez, ?el manteca?. "Se lo hice en su casa, vivía por el barrio golf y salió bien tumbero,
con tinta china", recuerda.
En aquellos años no había
internet para copiar, solo aparecía alguna revista en cuenta gotas y era todo
nuevo. El camino debía comenzarlo solo.
Luego llegó el momento de
ir por más. "Le compré una maquina a
Diego, (este pibe que lo tatuó al principio), el loco era bueno con la
electrónica y me vendió mi primer máquina, que era muy rudimentaria. Ahí empecé
a tatuar a todos los conocidos, venían a casa, nos encerrábamos en la pieza y
le dábamos hasta tarde. Mi vieja se empezó a poner nerviosa porque tocaban
timbre a cualquier hora y dejaban las bicicletas en la cocina, un día me dijo,
tenés que poner un local y dedicarte a esto", relató.
Tampoco era sencillo
vivir del tattoo, en un comienzo funcionaba como el trueque, cambiaba tatuajes
por discos, zapatillas, ropa, la plata no importaba tanto. Estaba haciendo lo
que le gustaba y descubriendo un mundo nuevo.
El primer local comercial
llegó con ayuda de sus hermanos y amigos. María Inés, la mamá de otro amigo
también aportó su granito y pudo abrir las puertas. Era mayo del 2002, en la
misma galería que todavía camina todos los días.
Junto con el estudio
llegarían mejores máquinas, materiales traídos de Buenos Aires, revistas con
muchos modelos y tintas importadas. Pero algo no cambió, "seguía dibujando todo el día, fui mejorando porque no descansé nunca.
Miro a los mejores y trato de copiar lo que me gusta, pero siempre respetando
lo mío, mis gustos y mi estilo".
Quizás en aquella época
no hacía los grandes trabajos que vemos a diario en las calles de Tandil, pero
era uno de los pocos que hacía tatuajes y no había estrellas. "Había dos o tres, el mejor era Ezequiel Núñez,
pero era otro precio y cada tanto desaparecía de la ciudad. Yo seguía mi
camino".
En aquellos años el tatto
no era masivo, de cada 10 personas solo uno se le animaba a la tinta y los que
lo hacían elegían trabajos simples, que pudieran taparse con la ropa.
Ya para el año 2003 tuvo
que armar una agenda, dar turnos y organizarse. "Me compré el primer celular, ya era un empresario", se ríe al
recordar aquellos años.
Los clientes fueron
llegando, la agenda cada vez tenía menos espacios en blanco y su técnica se fue
refinando. "Año a año el número fue
creciendo, pero el boom se da recién en el 2009. Ahí cambió todo, la gente
empezó a pedir trabajos más copados, mangas completas y empecé a trabajar con
turnos a largo plazo, hay clientes que vienen una vez por mes y trabajo por
etapas porque son tatuajes que no se pueden hacer en un día".
Hoy su local luce
profesional, como los mejores de Buenos Aires. Armó un equipo de amigos y el
tatuador numero uno por excelencia.
Un estilo propio
Los que lo conocen de
toda la vida ven en sus trabajos de hoy ideas que estaban en aquellas caratulas
de principios de los ?90.
"Me gusta dibujar con perspectiva y va surgiendo
en el momento. Pocas líneas, sombreado, con profundidad, relieve y brillo. No
tanto delineado como es el estilo más usual. Yo tengo otro estilo, prefiero los
grises, no el color", aconseja
los tonos grises para nuestra piel latina, además que los colores sufren la
falta de cuidados y la exposición al sol.
Su forma usual de laburo
consiste en escuchar las ideas de los clientes y luego bocetar en papel, "se llama free hand, me tiran ideas y yo creo,
dibujo con fibras y marcadores. Son horas de trabajo e improvisación en tu casa
que luego se plasman en la piel".
Su trabajo no comienza en
el local, hay muchas horas de práctica acumuladas a lo largo de estos años. "Dibujo todos los días, buscó modelos que
vayan con mi onda, estudio la técnica y practico. A la noche me quedó despierto
dibujando en mi casa, escuchando música. Hoy me acompaña mi hija que se pone a
dibujar conmigo", se nota que es su pasión, que ama lo que hace.
Ya son más de 15 años
trabajando de lo que le gusta, haciendo números rápidos habla de mil tattoos
por año, con lo que lleva más de 15 mil trabajos. Por sus
manos pasaron médicos, cirujanos, abogados, políticos, obreros, vagos, futbolistas
y abuelos que llegan con sus nietos.
Hay una relación de
psicólogo con el tatuador, "estamos muchas
horas charlando con el cliente. Hablando
de nuestros problemas, porque uno también se abre y surgen amistades".
Aquí radica una de las
diferencias con las grandes ciudades, porque Esteban es Cali Tatto todo el día,
no solo cuando está en la galería. "Cansa
un poco, porque estas en el supermercado y te vienen a hablar de tatuajes, te
muestran bocetos en el teléfono y uno quiere desenchufarse un poco. Pero
tampoco me quejo, hago lo que me gusta y estoy orgulloso del camino
transcurrido".
El oficio lo llevó por convenciones en todo el país, ganó premios y cosechó amigos lejanos. En esas reuniones de confraternidad aprovecha a charlar con colegas, descubre nuevas técnicas y el trabajo se sigue retro alimentando.
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