22 de julio de 2019
por
Mauro Carlucho
Ser un buen emprendedor es un atributo difícil de conseguir.
Más en un país donde las reglas nunca están del todo claras y no sabemos qué
puede pasar el día de mañana.
Algunos hacen una carrera desde jóvenes y son acompañados
por maestros, profesores e instituciones que los cobijan. Pero hay otros casos
que surgen de la impronta y la vehemencia de personas que luchan sin descanso
por cumplir sus sueños.
El caso de Ana Graciela Poulsen va en esta sintonía. Como
descendiente de dinamarqueses, supo continuar el legado que una vez dejó Juan
Fugl. Esta colectividad tiene mucho que ver en el desarrollo de Tandil y la
región.
Ana nació en nuestra ciudad, más precisamente en el
Sanatorio Argentino, pero vivió sus primeros años en el campo, cerca de San
Manuel.
En aquellos primeros años de vida tuvo referentes que
marcaron su vida. Su abuela paterna fue un caso, pero también sus padres: "Antes en el campo hacíamos todo nosotros.
Ordeñábamos la vaca, sacábamos la nata. Hacíamos dulces, quesos. Teníamos
huertas, carneábamos los animales. Todo se hacía en casa y aprendí muchísimo.
En mis recetas todavía hay consejos y detalles que me quedaron de la abuela",
rescató a ElDiariodeTandil.
A Poulsen no se caen los anillos para ponerse a trabajar. En
épocas de crisis supo hacer cualquier changa que aparecía en el horizonte. Mas
cuando su marido la abandonó y debió afrontar la crianza de una familia muy
numerosa.
En este contexto apareció el emprendimiento que hoy la llena
de orgullo. Vivía con sus hijos y nietos en su casa. En un momento llegaron a
ser más de 10 personas compartiendo el techo y el mango no alcanzaba.
"Yo tenía un trabajo
como terapista, pero antes había hecho de todo. A mis hijas se les ocurrió
hacer panqueques y salir a venderlos por el barrio. El proyecto enseguida tuvo
éxito y las ayudé para que puedan comprar una máquina. No daban abasto con una
sartén en la casa, pero esta entrada nos venía muy bien. Con lo mío apenas si
alcanzaba", recuerda.
De a poco se fue metiendo cada vez más en el proyecto y en
un determinado momento quedó al frente de todo. Sus hijas rehicieron su vida y
ella quedó enganchada.
"A mí me gusta
trabajar, me apasiona. Pero en un momento me pasé de rosca. Me agarró un stress
que me dejo internada. En casa éramos más de 10. Había cuchetas y cunas por
todos lados, muchos problemas y yo quería resolverlo todo. Me preocupaba
demasiado por todo", agregó.
Para esa época el proyecto ya estaba formalizado. Habían
pasado de producir en la cocina de su casa para hacerlo en la Sala Elaboradora
que funciona en el ex mercado municipal. Allí encontró el acompañamiento de un
equipo técnico y se puso en contacto con emprendedoras como ella. Esta relación
potenció el trabajo y ayudó al desarrollo de la marca.
Fue durante un viaje al sur que se le ocurrió cambiar de
rubro. Hacer panqueques ya no la motivaba y decidió probar suerte con los
dulces. De la Patagonia se trajo frutas que empezó a probar con el fin de hacer
mermeladas.
Así retomo su trabajo en la Sala Elaboradora, al principio
con una socia pero luego quedó nuevamente en solitario. Como una alquimista
probaba la mezcla de distintas frutas y combinaciones. Lo mismo con el dulce de
leche. No se quedó solamente con el
tradicional, sino que probó matizarlo con otros productos como coco o
almendras.
"Del sur me traje
rosa mosqueta, corinto, sauco, cosas así. Acá no los conocía nadie y era
difícil venderlos, entonces empecé a probar combinaciones. Siempre penando en
una mermelada gourmet, distinta a las que había en los supermercados de Tandil",
sostuvo.
En este viaje también encontró el nombre de los dulces.
Peumaquen, viene de peumayen que significa "lugar soñado" en lengua mapuche.
Desde este momento, los dulces pasaron a ocupar un lugar muy
importante en su vida. No solo porque
significa el sostén de su vida y la de su familia, sino porque se transformó en
una pasión.
"No es nada fácil
llevar adelante un emprendimiento independiente. Una es más que una jefa, sos jefa y empleada.
Yo compro, cocino, preparo, salgo a vender y manejo el marketing. Hago todo
sola. No hay un día que no piense en mi trabajo. Soy muy autoexigente y quiero
que todo salga bien".
El mercado laboral ya no ofrece tantas oportunidades como
antes para entrar en una fábrica o hacer carrera en una empresa. El modelo
económico actual obliga a valerse por uno mismo y cada vez es más común
escuchar hablar de emprendedores, empleo independiente o trabajadores free
lance.
"Me siento orgullosa
de todo lo que conseguí. Ms allá de que muchas veces no alcanzaba el dinero no
me enrosque en salir a pedir ayudas o planes sociales. Todo ese tiempo que
lleva esa burocracia lo aproveché en salir a trabajar e ir aprendiendo más
cosas", dijo.
Es como un afán de supervivencia. Al principio como una leona
que debía cuidar a su familia y luego como un desafío para vivir mejor.
"Estoy a full con mi
empresa. Me gusta lo que hago y a la gente también. Muchos vienen especialmente al mercado para
comprar mi mermelada. Nos conocen de la feria o porque lo vieron en alguna casa
de productos regionales. Son productos frescos que ni tienen conservantes ni
químicos. Hoy la gente busca alimentarse mejor, hay como una onda que va para
ese lado. Ahora estoy trabajando en una mermelada para diabéticos. Ya me falta poco. También volví a hacer panqueques para vender
en el punto comercial de la sala. No tengo tiempo para aburrirme".
Nos encontramos en la sala, detrás están los dulces y
frascos con más de 15 variedades de mermeladas. Todo es fruto de su pasión y de
su esfuerzo.
"En todo este tiempo
hubo mucha gente que me ayudó. La gente del Inta, del Ministerio de Trabajo y
de la Oficina de Empleo que consiguieron mejor equipamiento para la sala. Nos
llevamos muy bien con toda la gente que viene a trabajar acá. No fue fácil
recorrer este camino, pero hoy es muy gratificante", finalizó.
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