21 de diciembre de 2016
Dicen que haber metido el auto allí, con un simple giro del
volante a la izquierda, está entre las condiciones que todo tandilense de ley
debió haber experimentado alguna vez para considerarse un vecino nacido y criado. Dejar
el coche en la playa de estacionamiento del Sanatorio Tandil fue como la inocente descarga urinaria en los populsosos piletones municipales de los años 70, o como aprender a
nadar con el recordado profesor Garaguso en las piletas del club Ferro, o como degustar una parrillada en Al Ver
Verás o La Giralda. Estacionar "de garrón", por usar un término del lunfardo
posmoderno, en el Sanatorio, fue un acto de profundo atavismo localista, mucho
más y sobre todo cuando en pleno proceso militar el intendente Julio Zanatelli dispuso
una medida que desconcertó a todos los vecinos: delimitar la zona de exclusión donde se
asentó el estacionamiento medido. Fue en 1979 y si bien el radio era muy
reducido (un poco más que la clásica Vuelta al Perro), los tandilenses se
tomaron un tiempo para digerir que desde ese día había que pagar para
estacionar el coche, en especial los dueños de los negocios del microcentro.
Con el paso del tiempo y la super población de automóviles
en todas sus variantes -incluido el servicio de remis-, estacionar en el centro
comenzó a convertirse en una odisea, mientras la zona de exclusión se iba
ampliando a la par que los inspectores labraban multas por millares -la leyenda
dice que el récord de infracciones lo consiguió el comerciante José Pedonese-,
entonces dueño de la confitería Dionisios. Así, estacionar en el Sanatorio se
convirtió en un clásico por su cercanía y comodidad, aunque su destino había sido concebido para el
estacionamiento de los autos de los médicos y los familiares de los pacientes
o, claro está, la prioridad de las tres ambulancias que a mediados del siglo veinte entonces tenía el
pueblo: la del Hospital público y las de las funerarias Alessi y Manna y Casa
García. Ese fue su origen, pero los usos y costumbres desvirtuaron completamente
aquella consigna.
Finalmente, con nuevos dueños el Sanatorio Tandil entró en
una sucesión de reformas internas y externas. Las obras incluyeron el adiós a
la última playa de estacionamiento gratuita que tenía la ciudad, siguiendo los
pasos de Monarca, primero, y Matelec después. En estos dos casos las playas, otrora abiertas, fueron aggiornadas con una barrera y la impresión de un ticket que se le entrega a los clientes del comercio. En el caso del Sanatorio, sus autoridades parecen haber decidido cortar por lo sano: con automovilistas particulares que usaban el
lugar para cualquier fin menos la internación o la visita de algún familiar, habitada a diario por remiseros que estacionaban o la usaban de rotonda o playa de maniobras, la
decisión fue drástica e irreparable. Con la primavera se fue la última playa de
estacionamiento gratis que sobrevivía en un microcentro cada vez menos
tolerante y más estresante, a tono con los tiempos que vivimos.
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