27 de julio de 2017
Los libros de historia marcan que la primera calesita, que
giró en Argentina, llegó procedente de Alemania y se instaló en el antiguo
barrio del Parque en Capital Federal, donde hoy se encuentra la plaza Lavalle. Corría
el año 1867 y los porteños la "flashearon" con este invento turco, introducido
a Europa por las Cruzadas Medievales.
En un principio fue un divertimento propio de la nobleza y
de los adultos, pero con los años se volvió popular y de uso casi exclusivo de
los niños. La gran contradicción de este invento fascinante es su nombre, que deriva
del italiano garossela, que significa "pequeña guerra".
Rápidamente los argentinos se hicieron fanas de la calesita
y se generó una industria muy importante que dio trabajo a muchos obreros. A
principios del siglo XX comenzaron a fabricarse aquí y con el tiempo comenzaron
a exportarse a Brasil, Perú, Uruguay, Paraguay y Chile. Construir una podía
llevar más de un mes de trabajo.
Nuestra ciudad tuvo varias calesitas memorables. Algunas se
ubicaron en cercanías del dique y otras eligieron su hábitat en la plaza. Punto
de referencia ineludible para la familia y los más chicos.
De por sí, las plazas están asociadas al juego y la
diversión. Por eso no extraña que Tondelli haya elegido este lugar para darle
vida a "La Cale", la última en su
especie, por lo menos en Tandil.
Vale aclarar que el supermercado Carrefour tiene una calesita
propia (hoy está en etapa de obra), pero esta se encuentra bajo techo y no
tiene las connotaciones de una plaza o un parque al aire libre.
Tondelli es marplatense y llegó a Tandil por trabajo, a
principios de la década del 90. Poco tiempo después se le ocurrió ingresar en
este mundo de fantasía y comprar una calesita para complementar su laburo en
una reconocida tarjeta de crédito.
"No sé porque me metí
en esto, tiene que ver con cosas que uno trae de chico. Que lleva muy adentro.
No tiene lógica. Te podría decir que es una pasión, pero tampoco. De chiquito
me encantaban, recuerdo que en Mar del Plata había varias y me fascinaba dar
vueltas. Supongo que esa sensación me quedó guardada en algún lado y floreció
con esta actividad que llevamos adelante", sostuvo ante ElDiarioDeTandil.
Nuestro personaje trabaja en el rubro desde hace más de 20
años. Primero tuvo una en la misma plaza, pero en la esquina de Maipú y
Santamarina, donde hoy está ubicado la glorieta. Aquella calesita estuvo por 12
o 13 años, hasta que dejó de dar vueltas.
Luego retomó la actividad en el año 2015 y sigue hasta hoy. "No me gustan cuando dicen que esto es un
negocio. Esto es una pasión, tiene que ver con otras cosas. Desde que abrimos
no aumentamos el precio y muchas veces se hace cuesta arriba, pero tiene otros
beneficios. Disfruto estar acá y poder darle una alegría a todas las familias
que nos visitan", indicó.
"Desde que estoy con
esto, siempre fue algo complementario. Hoy estoy jubilado y me la rebusco con
otras changas, pero esto lleva mucho tiempo. La calesita sufre mucho el
desgaste del tiempo y el clima. Se oxidan los fierros, se rompe, las maderas se
gastan. Hay que pintar, pulir y mantenerlo lindo. Si no, se termia la fantasía",
agregó.
"La Cale", según el nombre del emprendimiento, es muy linda.
Hay muchos colores y personajes que, amablemente, ofrecen sus asientos para
disfrutar de una vuelta por un mundo que sólo ellos, los más chicos, saben
crear. Las calesitas siguen conservando la magia de decenas de generaciones que
han paseado sus sueños y sus fantasías.
Pese al auge de los juegos virtuales y electrónicos, ningún
chico debe privarse de su existencia: de la emoción de sacar el boleto para
subirse, de la indecisión de qué asiento ocupar y de sentirse volar al estirar
el brazo, lo más largo posible, para conseguir la sortija que habilite una
vuelta más.
"A todos los chicos
les gusta la calesita, pero es verdad que los tiempos van cambiando y hay que
ir adaptándose. Antes venían pibes de hasta 10 o 11 años y hoy es casi imposible.
Se achicó la franja etaria, apenas si vienen hasta los 4 o 5 años. Eso llevó a
que cambien los juegos, la velocidad y su funcionamiento. También pasa que hay
muchos padres que no saben lo que es la sortija o lo que significa pasar una
tarde en la calesita", explicó Tondelli, mientras la gente hacía cola para
sacar su boleto.
Hay algunos nenes que a lo mejor nunca nadie les habló de la
calesita, y sin embargo, cuando la ven, quieren subir sin saber bien de que se
trata. Solo basta pasar un rato en la plaza para ver esta increíble fascinación
de los chicos por los autos, las tazas giratorias o los cásicos caballos que
suben y bajan.
En "La Cale" cada boleto cuesta $15 y te habilita a dar casi
15 vueltas en los 4 o 5 minutos que dura la travesía. Con suerte el viaje se
puede extender al doble si pueden tomar la sortija que Pamela les muestra desde
abajo del círculo. La sortija también es un invento argentino, data del año
1930 y luego se propagó por toda américa latina.
Tondelli recorrió varias fábricas para buscar su calesita
soñada, pero hoy casi no quedan de industria nacional. "Fue una definición muy importante comprarla, porque poner esto en
funcionamiento sale más que una casa. Pero como te decía antes, es lo que
quiero y lo que me gusta. Muchas gente no puede trabajar de lo que le gusta y
yo me siento un afortunado. A veces nos enojamos si vemos a algún niño que no
cuida el lugar, pero la verdad es que no divertimos protestando. En el fondo se
disfruta mucho", dijo.
El clima de Tandil no ayuda demasiado, en invierno los fríos
hacen los días muy cortos y en verano deben abrir tarde por el calor
insoportable. "Es un trabajo de
domingos, hay que acomodarse. Ahora en las vacaciones se trabaja bien, por eso
venimos todos los días desde las 14 horas, pero a las 18 hs ya el sol se
empieza a ocultar por aquellos árboles (nos señala las plantas que están sobre
avenida Santamarina) y la plaza queda vacía. Es una actividad muy particular,
por eso digo que te tiene que gustar", se sincera.
Cuando habla de la
plaza, siento que hay un gran sentido de pertenencia. Esa relación de los
vecinos con la plaza de barrio se ha ido perdiendo, es innegable. Pero también
es cierto que en aquellos casos en donde perdura el sentimiento, este se
muestra totalmente inquebrantable: "Yo
no nací acá, ni vivo en este barrio. Pero tengo un gran amor por esta plaza.
Tiene características muy particulares, tiene mucha luz, tiene vida y la elige
gente de todos los barrios. Acá nomás, a tres cuadras, está la Plaza del
Tanque, tiene casi las mismas dimensiones, pero es más oscura y no se ve el
mismo movimiento que tiene esta. Aquí antes estuvieron los troncos y ahora se
llenó de juegos y actividades. Viene mucho la familia completa y los domingos
es un carnaval. Hay shows, vendedores ambulantes y muchas cosas para hacer",
dijo sobre esta plazoleta tan tradicional de nuestra ciudad.
Como decíamos antes, hay una conexión muy fuerte entre los
niños y la calesita. Días atrás salió en los diarios sobre una gran movida que
hicieron los vecinos de Tolosa, en La Plata, para recuperar una calesita que
había sido atacada por vándalos. En el
barrio de Devoto, en la Capital Federal, los vecinos juntaron firmas para que
le renueven el contrato de locación a un calesitero muy tradicional.
De alguna manera, nos rehusamos a que la modernidad nos
despoje de estos recuerdos. Por suerte existen hombres y mujeres como Eduardo
Tondelli, que mantienen vivo este mundo de fantasía, que nos hace sentir niños
cada vez que vemos girar el carrousel y se enciende la música.
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