28 de junio de 2018
por
Marcelo Bettini
Son casi las tres de la tarde y el frío arrecia como suele
hacerlo en Tandil en esta etapa del año. En la casa de Claudio Lowy, sin
embargo, hay una calidez que reconforta. La perilla que controla el termostato
de la calefacción central está clavada en dieciséis, pero en el ambiente se
está más a gusto; casi 21 grados según atestigua un termómetro de precisión.
¿De dónde provienen, entonces, eso cinco grados por encima de los 16 que otorga
la caldera?
La respuesta está en unas latas de cerveza. Ciento cincuenta
y seis latas de cerveza grandes (las de 473 cc) para ser más precisos. Y no, la
marca no es importante. Por lo menos, no lo es para los fines del prototipo que
diseñó y fabricó Lowy, en el que conviven desde Quilmes a Warsteiner, pasando
por Brahma, Isenbeck, Schneider, Imperial y Heineken.
La idea de un calefactor solar se le ocurrió en diciembre de
2016 mientras pensaba en distintas maneras de hacer un uso más eficiente y
racional de la energía. Su propuesta tiene un doble impacto. En el microcosmos
de la economía familiar es evidente que los cinco grados que logra con su
equipo sustentable son cinco grados menos que debe generar con gas o
electricidad. Eso se traduce en un consumo energético menor y facturas de
servicios públicos menos costosas.
Por otra parte hay un beneficio macro, en el ambiente,
puesto que la energía que se utiliza para la calefacción, ya sea electricidad,
gas o leña, genera un impacto lesivo sobre el planeta. Por eso el sistema de
Lowy le permite que su huella de contaminación -esa que todos dejamos a lo
largo de nuestra vida-, sea menos profunda y cause menos daño ambiental.
Después de la idea vino el boceto. En un cuaderno
cuadriculado de espiral esbozó su primera aproximación al problema: un cajón de
materiales livianos, de poco más de dos metros de alto por un metro diez de
ancho y la profundidad suficiente para acomodar una lata de aluminio. En el
frente una cubierta plástica transparente. Todo el contenedor debería estar
aislado para evitar que el viento enfriara las latas.
A priori el plan parece sencillo, como muchas buenas ideas.
Hay que remover los extremos de las latas para fabricar tubos de aluminio.
Colocar esos tubos uno junto al otro formando un circuito para que circule
aire, que se calentará a su vez por la temperatura del aluminio irradiado por
el sol. Como el aire caliente se eleva, habría que armar el sistema con una
entrada de aire en el extremo inferior izquierdo y la salida en el vértice
superior derecho.
Con el plan ya trazado sobre papel comenzó la tarea de
recolectar el material, es decir, las latas de aluminio. Eligió las de cerveza
porque la medida de 473 centímetros cúbicos es muy común en esta bebida y, al
ser un poco más alta que su hermana menor (la lata grande mide unos 15
centímetros contra los 12 del envase de 355 cc), requería menos unidades para
lograr la altura deseada.
El ingeniero explica que los tubos podrían ser de otro
material, incluso los caños de zinc estándar que se utilizan para tiraje de
estufas compondrían un conjunto más eficiente porque son enteramente rectos y
el aire circularía mejor, pero "elegí hacerlo con latas de aluminio porque
eso implica un mensaje a favor del reciclado, además del uso de la energía
solar que es la base de mi proyecto".
Acopió durante un tiempo hasta conseguir la cantidad
necesaria. Compró -y bebió- algunas; muchas se las regalaron personas a las que
les iba contando de su proyecto y les pedía que no se deshicieran de las latas.
Después de lavarlas y secarlas para quitarles el aroma
residual de la cerveza, removió los extremos con una sierra circular y las unió
con un pegamento siliconado hasta alcanzar las dimensiones de su prototipo.
"Yo lo hice en dos tramos de seis latas cada uno pero se puede hacer con
las dimensiones que uno quiera, más alto, más ancho o ambas cosas. Esto es un
prototipo y como no encontré literatura que indicara cómo había que hacerlo,
improvisé con el tema de las medidas", le cuenta a El Diario de Tandil en
su casa de la calle Martín Fierro. Precisamente allí, en la pared que recibe
más horas de luz solar, instaló el calefactor.
El impacto visual es mínimo, el dispositivo apenas sobresale
unos centímetros y hay que mirar con mucho detenimiento para darse cuenta de
que se trata de latas de cerveza. De hecho, sin advertencia es prácticamente
imposible. La pintura negra que recubre los tubos de aluminio es determinante
para que el aparato no parezca una carroza de carnaval y pase sobriamente
desapercibida. Pero claro, la cubierta de ese color no obedece a patrones
estéticos sino que el negro es el color que mejor conduce la energía calórica
del sol.
Lowy anticipa que hará una comparativa de consumo de gas
(por la calefacción central) y de electricidad (hay un equipo de frío/calor en
el área de trabajo de su esposa). Eso le dará una aproximación más cabal al
ahorro que produce el dispositivo. Mientras tanto y sin los datos de consumo
que arrojen las facturas de los meses de otoño e invierno para comparar con el
año anterior, el ingeniero ya sabe que hay un ahorro significativo: "Tener
la calefacción central a 16 grados en vez de los 20 recomendados y que no haya
variado la temperatura interior es una baja de consumo muy grande".
"Uno aprende, sobre todo cuando empieza a funcionar el
prototipo porque descubre mejoras que podría aplicar. Por ejemplo, si volviera
a fabricar el sistema hoy no lo haría con latas de aluminio porque al no ser
enteramente rectas ofrecen cierta resistencia al aire. Si lo hiciera con caños
de zinc probablemente no tendría que forzar el paso del aire con un extractor
como hago hoy. Eso redundaría en una eficiencia energética aún mayor porque el
extractor lo alimento con electricidad. Por otra parte, estuve pensando que se
podría hacer un sistema que no requiera ninguna cañería en el medio. Se podría
hacer un panel sellado, con un orificio abajo y otro arriba. ¿Cuánto va a
calentar? No lo sabemos, pero seguramente va a calentar. Esos ensayos los
podrían llevar a cabo los alumnos y profesores en el marco de la Licenciatura
en Física de la Unicen. La fascinación que tiene esto que fabriqué es el doble
uso, por un lado el uso de energía renovable y por el otro el reciclado de
aluminio. Además de que el prototipo funciona muy bien, claro. Yo estoy
contento pero más contenta está Graciela, mi señora, porque la entrada del
calefactor solar da justo a su estudio y está muy calentito".
¿DÓNDE ESTÁ EL PILOTO?
El cuadro tarifario de la era Macri puso en crisis el
consumo de energía y algunos temas que antes se ignoraban quedaron en primer
plano. Aunque el motivo por el que se instaló el tema no le gusta a nadie, que
se comience a hablar sobre consumo eficiente es una buena noticia. En este
sentido uno de los nuevos tópicos de debate es el gasto inútil que genera la
llama piloto de los artefactos. "El piloto del termotanque gasta entre un
20 y un 40 por ciento de todo el gas que se utiliza en el año en una casa tipo.
Es muchísimo. Para que te des una idea de la magnitud de este derroche, el
consumo de los pilotos de todos los termotanques instalados en el país equivale
al producido anual de una central nuclear. En términos económicos, son unos 750
millones de dólares de gas importado, pero algunos especialistas estiman ese
monto en el orden de los 1200 millones", asegura el especialista en temas
ambientales.
Esta última cifra, avalada por el Instituto Argentino de
Petróleo y Gas es la que menciona un proyecto de ley impulsado por el gobierno
para reducir el consumo pasivo modernizando el parque de calefones y
termotanques. Por "consumos pasivos", se entiende a los pilotos
encendidos que consumen gas que podría ser ahorrado.
"La reducción de los consumos pasivos en los equipos de
calentamiento de agua, además de reducir la dependencia del país de
combustibles importado, reducirá el consumo de energía de los habitantes,
contribuyendo a reducir sus facturas. Se reducirían también las emisiones de gases
de efecto de invernadero y se mejorará la balanza comercial del país. Este
esfuerzo por mejorar la eficiencia de los equipos de calentamiento de agua,
está en línea con la tendencia global en este empeño", justifica el texto
del proyecto.
"En los sectores residenciales, comerciales y públicos,
el calentamiento de agua sanitaria representa aproximadamente un 33% del
consumo de gas. El total de la energía utilizada para este uso final equivale
aproximadamente al 50% de la importación de gas", dice el proyecto de ley.
El mismo dice que se declara de "interés público" la mejora en la
eficiencia energética en los equipos de calentamiento de agua sanitaria y la
reducción de consumos pasivos provenientes de la utilización de este tipo de
artefactos.
Según datos de la Cámara de Artefactos de Gas de Argentina
(CAFAGAS) el parque de equipos de calentamiento de agua actual es 70% de
termotanques y 25 % calefones, teniendo en cuenta además que actualmente
existen en Argentina 8.620.548 usuarios residenciales de gas natural por redes
según el Ente Nacional Regulador del Gas (ENARGAS), los consumos pasivos son
del orden de 5 millones de m3/día, es decir un tercio de las importaciones de
gas natural licuado (GNL), el gas más costoso de importar. Al consumo pasivo de
los artefactos conectados a la red de gas natural debe sumarse también el
consumo de gas licuado de petróleo de los hogares sin acceso a la red, que
utilizan ese combustible para calentamiento de agua, a un costo mayor.
PERFIL: Claudio Lowy.
Ingeniero Forestal (UNLP); Maestría en Desarrollo Humano Sostenible, Cátedra
UNESCO, Universidad de Girona y Doctorado en Ciencias Sociales (UBA). Se
autodefine como un militante de base ambiental. Integra BIOS Argentina, una
asociación civil para la defensa del ambiente. Conspicuo expositor en diversos
congresos y foros sobre temas relativos al ambiente, el desarrollo humano
sustentable, el uso de agroquímicos y las energías renovables.
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