3 de abril de 2017

NOTA DE TAPA

NOTA DE TAPA. ¿Los chicos no mienten?

VIERNES 7 DE NOVIEMBRE DE 2014. 9 AM.

El patrullero avanza por la Ruta 226 hacia Azul. En la butaca de atrás van dos detenidos, uno con destino a la localidad vecina, el otro con un viaje más largo por delante. Los policías conversan. Los reos van en silencio y uno está asustado.

En Azul los bajan del auto, uno se queda ahí, el otro es obligado a subir nuevamente a la lata de sardinas, una suerte de combi compartimentada que se usa para el traslado de prisioneros. Cabe parado y apenas tiene lugar para moverse en el cubículo de metal. Por un respiradero difuso que está más o menos a la altura de la cabeza se cuelan un poco de aire y casi nada de luz. En la hora y media que tarda en llegar a General Alvear medita sobre los acontecimientos que lo pusieron en esta posición, inédita para un hombre que nunca tuvo desacuerdos con la Justicia. Va con grilletes, parado, prácticamente a oscuras y de cara a lo desconocido. No oye más que el ruido apagado del motor y la vibración constante que produce el roce de las cubiertas sobre el asfalto. Sonidos que se cuelan desde afuera en la caja casi hermética. Y el corazón, que late como un baterista de heavy metal. Siente el miedo de un animal acorralado. Si las vacas que viajan en un camión jaula hacia el matadero tuvieran conciencia, sentirían algo parecido a lo que padece Gustavo M.

El camión aminora la marcha y finalmente se detiene. Cuando abren la puerta de la lata de sardinas Gustavo baja trastabillando; no ve muy bien porque los ojos todavía se están ajustando a la luz después del viaje a oscuras, que lo llevó a la unidad 30 de General Alvear. Un penal de régimen cerrado y máxima seguridad para presos por delitos graves como los hermanos Martín y Cristian Lanatta y Víctor Schillaci -condenados a perpetua por el Triple Crimen de General Rodríguez- que se fugaron de ese mismo lugar después  de 410 días.

El reo que ahora dos penitenciarios guían hacia una puerta de rejas, no sabe quiénes son los Lanatta ni Schillaci. Apenas si tiene una noción vaga del crimen de Forza, Bina y Ferrón por el que cayeron presos en este sitio de confinamiento que ahora lo tiene también a él como forzado inquilino. En este lugar lo esperan diez meses de terror, en los que será perseguido por la naturaleza del crimen que le imputan y en el que estará varias veces a punto de ahorcarse. Faltan más de dos años para que el presidente del jurado popular al que se someterá en Tandil lea el veredicto de inocencia. Mientras tanto, lo acusan de violación y corrupción de menores. Las víctimas, sus hijos, un varón de 10 años y una nena de 12.

A Silvina la vida le pasó por encima. Una infancia difícil con falta de contención familiar, de formación social y de educación, le forjó un destino ineluctable que la arrastró como una correntada contra la que nunca pudo luchar. Era joven cuando formó pareja con Gustavo -que tenía dos hijos de una relación previa-  y de esa unión Silvina dio a luz a -una nena- y el varón de nombre J. El matrimonio duró poco. Cuando Y. tenía dos años y el nene aún era un bebé el padre, se fue de la casa. Corrían los primeros años del dos mil.

En la próxima década Silvina formaría pareja nuevamente. Fruto de esa relación nacerían los tres hermanos menores de Y. y J.

Pero la sombra de la desgracia sobrevolaba esa familia, como un presagio arraigado en el pasado. En el marco de una causa de abrigo con intervención del Servicio Zonal de Promoción y Protección de los Derechos del Niño le quitaron la custodia de sus dos hijos mayores: Y. tenía 12 años y J. contaba diez.

Gustavo asegura que no tuvo que ver en esa determinación judicial. "Yo no pedí que le quiten a mis hijos sino que fue cosa de la Justicia por el estado deplorable en el que se encontraban los chicos. La nena había sido abusada por la pareja de mi ex mujer". Ese hombre hoy purga condena por el delito.

 

UN NUEVO COMIENZO

Una vez que la justicia asumió la tutela de los menores los envió a la Granja Los Pibes y el padre no pudo verlos. Culpa a Silvina por decirle a la Justicia "que yo no tenía relación con los chicos y que nunca los había visto, así que yo para restablecer el contacto tuve que demostrar que sí tenía interés y que la madre mentía, y ahí recién la Jueza de menores, cuando empezó a ver mi actitud me permitió volver a estar con los chicos y me dio la tenencia, pero llevó casi cuatro meses porque no es un trámite corto".

Primero le permitieron ir a verlos al sitio de abrigo una vez por semana, porque "entendieron que los chicos tenían contacto anterior conmigo, no era como les había dicho la madre que nunca me habían visto". Dos meses después le entregaron la custodia provisoria de sus hijos. Para entonces J. había cumplido once años y su hermana tenía trece.  Pero le prescribieron pautas: "Tenía que llevarlos al psicólogo y garantizar que fueran a la escuela".

Los hermanos se mudaron con el papá, que vivía con su pareja y su suegra en una casa de la calle Montevideo al 600. Durante ese primer período de adaptación una combi pasaba a retirarlos a la mañana y los llevaba a la granja, de ahí iban a la Escuela 31 que está en frente y a la noche regresaban, también en la combi. "O sea que venían solamente a dormir, fue como un período de prueba hasta que la jueza me dijo ?a partir de este momento queda a su criterio si siguen como ahora o los cambia de escuela y si quiere que estén más tiempo con usted?, y yo realmente quería que estuvieran más tiempo conmigo así que los saqué de la Granja Los Pibes y los cambié de escuela, porque a la que iban quedaba muy a trasmano".

Gustavo cuenta que la decisión no fue caprichosa o por la incomodidad de las distancias.

Además de extrañarlos porque no los veía sino hasta la noche, no le gustaba el ambiente del lugar al que concurrían. "En la granja no habían mejorado mucho, ahí buscan al pobrecito, pobre nene, y con la lástima no los van a hacer mejores personas, siempre van a seguir siendo pobrecitos. Hay que educarlos y cuando hace falta hay que ser severo y estricto, ojo, sin pegarles, pero marcando los límites de lo que está bien y lo que no. Los años que estuvieron con la madre vivían en la calle, sucios, no se bañaban, no cuidaban las cosas de la escuela, comían con la mano, eran un desastre pobrecitos y lo que yo pretendía era cambiarles la cabeza, tenía que sacarlos de la granja porque en ese lugar los apañaban demasiado con que eran unos pobrecitos. La vida no es así, andar por ahí sin que te importe nada, sin bañarse ni estudiar. Yo los quería cambiar".

Con el nuevo régimen paterno se cambiaron a la Escuela Nº 7, más cerca del nuevo domicilio de Montevideo al 600. Y por la tarde, después del horario escolar y por indicación del Juzgado de Familia en virtud de que los chicos tuvieran otra actividad, asistían al Centro Complementario, distante un par de cuadras del establecimiento educativo.

 

MAMÁ BUENA, PAPÁ MALO

La convivencia entre el padre y sus dos hijos fue una experiencia nueva y traumática. Los chicos estaban acostumbrados a un ritmo de vida con la madre que ahora no podían sostener. El padre, mucho más rígido que mamá Silvina, les ponía horarios estrictos y castigos si no se atenían a sus reglas de conducta. Insiste con que nunca ejerció sobre los nenes castigos físicos, pero asume que era inflexible con las reglas. "Es que los chicos venían muy mal y había que dar un vuelco completo porque si no era imposible rescatarlos". Gustavo cuenta que su hija, probablemente por el abuso al que la sometió la ex pareja de su madre, tenía una sexualidad exacerbada. "Si venían amigos a casa un fin de semana, a tomar unas cervezas y comer un asado, ella se sentaba en las rodillas de cualquiera; y yo le decía que eso no se hacía, pero yo no soy especialista y no sé cómo hacer, tengo muchas limitaciones para esas cosas, entonces les pedía a las psicólogas que la atendían que hablaran del tema de la sexualidad, quería que le hicieran entender que a pesar de lo que le había pasado seguía siendo una nena".

Durante los primeros meses Gustavo no dejaba que Y. y J. vieran a su madre. La culpaba por la condición en la que estaban los menores y no quería que ese contacto interfiriera con sus intentos de modificar el estilo de vida de los chicos: "No era un capricho mío ni venganza, porque los que sufrían por no ver a la mamá eran mis hijos, pero por algo le habían quitado la custodia", reflexiona.  Los nenes lloraban la ausencia materna.

Entonces Gustavo accedió a que pudieran reunirse esporádicamente con una tía, hermana de su ex esposa, "que tiene una familia constituida, normal. Primero las visitas eran en mi casa. Después la tía me pidió llevarlos a su casa y ahí empezaron a tener contacto con la madre, yo lo sabía, pero tampoco quería impedírselo porque, sea lo que sea, es la madre".

Relata que los chicos, por lo general, respetaban las normas de la casa y la recompensa fue autorizarlos a que vieran a Silvina, para que no tuvieran que visitarla a escondidas, con la tía como mediadora. "Ese primer día los dejé pero les dije que tenían que volver a las seis de la tarde, para bañarse y hacer los deberes. Mientras iba viendo que se portaban bien, no les negué el vínculo con la madre y hasta empezaron a quedarse a dormir los fines de semana. Yo tampoco quería que me agarraran rencor. Pero cuando vieron que en la casa de la madre podían hacer la vida de antes y en casa tenían límites? creo que ahí empezaron a armar esta trenza de la denuncia por abuso, porque se querían ir de casa y no tenían cómo ni adónde ir, porque yo tenía el respaldo de la Justicia".

 

¿SALVADOR O MONSTRUO?

Para el sistema judicial, en menos de dos años Gustavo pasó de ser el hombre que se ocupó de sus hijos en un momento crucial de sus vidas a un perverso que merecía varias décadas de prisión por crímenes aberrantes.

Un viernes Y. llegó tarde y en castigo el padre le prohibió ir a pasar el fin de semana a la casa de la mamá, "porque ya habíamos acordado que ese era el castigo si se salían de las normas, no ir a lo de la madre".

El sábado Gustavo acompañó a su hermano -con quien trabajaba en el taller mecánico- a un campo de la zona para presupuestar unas reparaciones. "A la vuelta nos encajamos y terminé llegando a casa como a las diez de la noche". Pero sus hijos ya no estaban. Según relató su suegra, estaba mirando televisión en su cuarto y ellos jugando, pero cuando fue a verlos la siguiente vez, ya no los vio. "Cuando llego a casa, mi suegra me dice que se habían escapado. Los busqué por los lugares habituales y como no los encontré me fui a la Comisaría de la Mujer, porque ahí ya conocían el caso por todo lo que había pasado antes. Me dijeron que los chicos habían estado ahí, habían dicho que recibían mucho maltrato y no querían volver más. De ahí llamaron al Servicio Zonal (de Promoción y Protección de los Derechos del Niño), se contactaron con el Hogar Los Peques y se llevaron a los chicos, pero todo sin hablar conmigo, sin averiguar si era verdad. Es una locura que funcione así el sistema".

Nunca los volvió a ver.

 

EL CALVARIO DE GUSTAVO M.

Quienes descreen de su inocencia se preguntan por qué nunca más vio a los chicos ni intentó acercarse. ¿Tenía algo que ocultar? ¿La culpa lo condicionaba? Jura que no fue así. "Entiendo que antes hacían todo lo que querían, andaban como animalitos salvajes y yo les quise imponer un régimen muy estricto y severo, pensé que era la única manera de convertirlos en personas de bien. Nunca sospeché que estuvieran tramando algo. Pensé que se habían cansado de los límites. Yo pensaba que cuando hablaban de maltrato era por las cosas que yo exigía, nunca imaginé dirían que el maltrato era físico y mucho menos un asalto sexual".

Pasó un mes y medio de aquel episodio. Una noche, al regresar a su casa del taller mecánico, su mujer le mostró una notificación. Mencionaba a la denunciante, la persona encargada del hogar donde estaban alojados los chicos, pero no decía cuál era la imputación. "Y yo pensé que era lo que decían los chicos, que yo los maltrataba porque no los dejaba hacer lo que querían. Y como nunca tuve problemas con la Justicia me quedé tranquilo, o sea, me dolió que se fueran pero no podía hacer más que lo que intenté".

 

Una segunda notificación lo intimaba a presentarse en la Fiscalía. Allí le comunicaron que la causa, que él pensaba era una cuestión formal para que sus hijos pudieran estar al abrigo de una institución en vez de en su domicilio, era algo mucho más grave y las consecuencias lo cambiarían para siempre: "Ahí me encontré con que me denunciaban por maltrato físico y abuso sexual". Por su falta de medios económicos le asignaron un defensor oficial, pero está convencido de que "en ningún momento creyó en mi inocencia, no solo porque terminé preso,  sino porque nunca hizo nada por mi, solo me notificaba de lo que iba pasando, a mí me da la impresión de que él les creía a los que me denunciaban".

Su asesor letrado oficial le comunicó que los chicos iban a ser sometidos a una Cámara Gesell. Recuerda el diálogo de su abogado: ?Mirá, si ahí los chicos ratifican la denuncia, sostienen que vos abusabas de ellos y les pegabas, te van a meter en cana?,  se pasa la mano por la cabeza y sigue: "Yo no entendía nada, ¿Cómo me van a meter preso sólo porque alguien diga una mentira, sin buscar pruebas, o sea que yo era culpable hasta que pudiera demostrar lo contrario, al revés de como tendría que ser?"

Los chicos ratificaron la denuncia.

 

CÁMARA GESELL, PRUEBA DE ORO

La Cámara Gesell consta de dos habitaciones divididas por un cristal transparente del lado de los observadores que desde el interior donde están los menores y los especialistas, semeja ser un simple espejo. Está insonorizada, pero el audio de lo que ocurre en la cámara Gesell llega perfecto a la sala contigua donde observan y escuchan el resto de las partes involucradas, como el fiscal, el juez y otros profesionales. El sistema se ha transformado en los últimos años en una prueba fundamental para condenar delitos de abuso contra niños. Pero el proceso suele ser controvertido por los abogados defensores unas veces, y por el resto de las partes involucradas cuando el resultado no se condice con las expectativas iniciales de la denuncia.

El Poder Judicial encontró en este tipo de procedimientos lo que consideran como "una prueba de oro" porque permite traer a discusión "datos guardados" en la memoria de los afectados.

Se aplica a los que han sido víctimas o testigos de delitos de todo tipo pero sobre todo en casos cometidos contra la integridad sexual de los menores.

Con este método se evita que el juez interrogue directamente al niño y pueda re-victimizarlo.

Es la principal fuente de prueba en casos de abusos sexual porque no hay testigos, son delitos entre paredes y la mayoría se producen en el seno de la intimidad del hogar.

En el 90 por ciento de los casos el agresor sexual es de la familia o un allegado a que aprovecha la situación de contacto con el niño.

"Al no haber testigos se debe reconstruir el hecho, se reconstruye a partir de lo que pudo haber quedado en la memoria de la víctima", explica una psicóloga del Poder Judicial.

El relato, además, va a acompañado de sensaciones y de ciertos datos que luego van a servir para contrastar con el resto de las pruebas. La Cámara Gesell no es la única prueba, pero es la principal.

¿Por qué le dicen Prueba de Oro? "Porque el niño te va a dar datos de su memoria", agrega la profesional.

"Hay indicadores para llegar de una manera científica a determinar si una cámara merece credibilidad", explicó un juez de instrucción que evitó referirse al caso puntual.

Pero la Cámara Gesell puede estar contaminada y si se advierte que el niño aparece con un discurso introducido o un relato que no revela sensaciones o sentimientos o hay un discurso aprendido, el profesional se da cuenta. O -se supone- debería darse cuenta.

La abogada María Florencia Alaniz, tomó el caso cuando Gustavo ya estaba detenido a la espera del juicio, se refiere específicamente a esta prueba:"La Cámara Gesell estuvo direccionada por el fiscal, que orientó las preguntas porque los chicos no tenían un relato espontáneo. El fiscal iba forzando el cuestionario hasta que los chicos dijeron lo que él necesitaba para meter preso a Gustavo".

En la teoría, el fiscal no puede estar presente en el interrogatorio. Por eso los dichos de la abogada sorprenden. De inmediato surge otro interrogante: ¿Las Cámaras Gesell que se practican en Tandil son siempre así? ¿La Cámara Gesell por la que metieron preso a Gustavo fue una excepción o una norma? ¿Podría haber otros casos viciados por tan flagrante nulidad?

Lo cierto es que la misma Cámara Gesell por la que Gustavo M. perdió su libertad, terminó siendo una pieza clave para liberarlo. En estas líneas el protagonista es Gustavo y su tremenda historia, pero la cuestión que aquí se abre bien merece un profundo abordaje y es, sin duda, un debate pendiente.

 

VIERNES 7 DE NOVIEMBRE DE 2014. 1 PM.

El martes 28 de octubre de 2014 -cuatro días después de la Cámara Gesell a Y. y J.- Gustavo se despertó sobresaltado de la siesta, cuando una comisión policial lo fue a buscar. Dice que le cayó la DDI con todo y que parecía que habían ido a buscar a Bin Laden.

Estuvo nueve días detenido en la comisaría primera. "El abogado me decía que en estos casos no hay excarcelación y que iba a ir a un penal".

Y aquí está, en la Unidad Nº 30 de General Alvear, donde vivirá una pesadilla continuada que le dejará marcas imborrables.

"Te tratan muy mal pero si entrás por abuso es mucho peor, es terrible. Te meten en la leonera (lugar de tránsito donde los presos esperan detenidos el procesamiento) mientras esperan para ficharte y ahí ya te empiezan a mostrar el rigor. Y en teoría nadie tiene que saber por qué estás, porque eso dice la Ley, pero atrás mío entró la causa y los limpieza  (internos que controlan el pabellón) empezaron a correr la voz, a contar que yo estaba por violín (violador), empiezan todos a gritar, ?te vamos a matar, ya te vamos a agarrar?. Yo estaba en la celda en ese momento pero pensaba en lo que me iba a pasar cuando tuviera que salir, porque no podía quedarme para siempre ahí adentro. Sentí un miedo como nunca en mi vida, fue terrible. Una experiencia que no se la deseo a nadie, te lleva a pensar cualquier cosa porque estás acorralado, indefenso. De ahí en más la muerte convive con vos y tenés que estar dispuesto a todo".

Gustavo, que es muy delgado, perdió varios kilos porque estuvo 20 días sin comer. "No era para hacer una huelga de hambre, es que realmente la angustia me había hecho un nudo en el estómago, además, esa comida vos no se la darías ni a tu perro".

Reconoce que no es fuerte y que sobrevivió como pudo. Que no tuvo coraje en el instante final pero que estuvo varias veces a punto de quitarse la vida. "Allá la manera que tenés de matarte es colgándote, con alguna sábana o con la misma ropa. Yo creo que me mantuvo vivo que cuando me metieron preso mi señora estaba embarazada de tres meses, eso, sumado a que ella es una luchadora y que me iba a ver siempre porque creía en mi inocencia".

Tuvo que pasar el tiempo para que cesara el hostigamiento de los otros reos. "Cuando logré ablandar un poco la relación con los limpieza (a cambio de una provisión regular de cigarrillos que le llevaba su esposa) ya no lo pasé tan mal. Ellos te dicen ?mirá viejo, te tengo que largar al patio? y deciden con quien te juntan. Ellos manejan todo, la autoridad penitenciaria solo se mete cuando hay peleas. Los limpieza que llevan el pabellón adelante, gestionan. Son presos que administran todo, te manejan los turnos de patio y hasta te dicen en que celda vas a estar y con cuáles compañeros, te mudan cuando les viene la gana; manejan todo".

El hombre que emergió de General Alvear diez meses después se llama igual que él, pero es un reflejo difuso del pasado. Gustavo M. se murió ahí adentro.

La noticia del traslado a la Unidad 37 de Barker tuvo un sabor agridulce. La estadía sería más llevadera que en el penal de Villegas, pero se dio en el contexto del tránsito hacia un juicio abreviado. Su defensor le recomendó aceptar la culpabilidad para lograr una condena menor, pero el juez Arecha entendió que su caso no solo incluía abuso sino, además, corrupción de menores, una figura con penas en expectativa que lo ponían al borde de 25 años de reclusión.

 

INOCENTE

La abogada Alaniz reconoce que aceptó el caso porque creyó que Gustavo estaba preso injustamente. "Su esposa me vino a ver y me dijo que por favor lo defendiera, que si él fuera culpable ella misma desearía que no saliera nunca más porque era un crimen terrible, pero me juraba que era un hombre bueno preso por una acusación injusta".

Al estudiar la prueba Alaniz empezó a ver "contradicciones groseras" en la causa. Explica que "los chicos decían que los abusos ocurrían a la tarde pero ellos no estaban con el padre en esa franja horaria, era materialmente imposible. Luego empecé a conversar con el fiscal -Damián Borean- y me di cuenta de que a Gustavo lo llevaban a juicio porque esa es la obligación del ministerio público en su rol acusador, pero hasta el fiscal se daba cuenta de que el caso presentaba deficiencias muy graves, estaba muy prendido con alfileres."

Y en el juicio por jurados "se dilucidó todo". Dice la abogada que las contradicciones entre testigos eran burdas: "Psicólogos que se contradecían con sus colegas sobre cómo estaban los chicos, era imposible sostener que Gustavo era culpable. Recuerdo que un psicólogo aseguraba que la nena no podía haber inventado algo que no hubiera vivido, porque los chicos no hacen eso, y le tuve que recordar que, lamentablemente para ella, la nena sí había sufrido un abuso anterior de la ex pareja de su madre, por ese motivo ese hombre está preso y eso también pesó para que a la madre le quitaran la custodia. Eran nenes que tenían una experiencia muy dura y no es un dato menor. Cuando vivían con mi defendido este les decía a las psicólogas que hablaran de sexualidad con la nena porque, a pesar de haber sido abusada, tenía que entender que seguía siendo una nena, aunque tenía la sexualidad exacerbada. El mismo Gustavo le pedía por favor que encararan el tema. Imaginate que si él hubiera abusado de la nena no les iba a pedir a las profesionales que le hablaran a la hija sobre eso".

Otra cuestión decisiva fue la ausencia de la madre en el juicio, al que fue citada como testigo. Para la Dra. Alaniz queda claro el porqué de esa ausencia a testificar:"Imaginate que si fuera cierto que si Gustavo hubiera sido un abusador, y más siendo el padre, ella tendría que presentarse para hacer lo posible para defenderlos y que él siguiera alejado de ellos, en prisión"

Para Gustavo tiene idéntico sentido: "No sé si ella estuvo en el armado en mi contra, pero estoy seguro de que sí sabía que era todo una fabulación, por eso no se presentó a testificar"

Aunque estas cuestiones pueden resultar evidentes en el presente, las horas previas al veredicto ampliaron el suspenso. El jurado se estancó. Es que, para lograr un veredicto de no culpabilidad se requieren diez votos de la docena que integra el jurado. Deliberaron casi tres horas. Votaron tres veces y nueve personas opinaban que era inocente, mientras las otras tres creían que era culpable. Cuando eso ocurre el jurado se declara estancado y el fiscal puede retirar la acusación. El fiscal Borean mantuvo su posición y el jurado volvió a deliberar, esta vez demoró dos horas. Cerca de las 21 arribaron al veredicto. "Fueron las cuatro horas más largas de mi vida", reconoce Gustavo.

 

CULPABLE

"El perjuicio que me hicieron a mí es irreparable. Estuve preso 2 años 4 meses y 15 días. Yo hoy no puedo ir a buscar trabajo a ningún lado porque mi nombre lo ensuciaron todo, para la sociedad soy un abusador, abro el Facebook y es terrible lo que dice la gente, que ni siquiera me conoce y que a pesar de lo que diga la Justicia para ellos soy culpable de ese delito aberrante. Dos años cuatro meses y 15 días", repite Gustavo.

Evalúa que la Justicia también les hizo un daño muy grande a los chicos. "Le sacaron la custodia a la madre por el estado en el que estaban, después me metieron preso a mí y volvieron con la madre, en las mismas condiciones de antes".

Hoy se aferra a su esposa y su hijo pequeñito. Dice que no podría volver a vivir con sus hijos pero que no les guarda rencor. "Yo amo a mis hijos, son carne de mi carne, pero hoy no podría hacer nada para que vuelvan conmigo, porque además no están dispuestos a cambiar su vida de descontrol. Yo no podría aceptar que mi hija, que ya tiene 15 años, salga a mediodía y vuelva a la madrugada. O que viva saliendo a los boliches".

Insiste en que su caso "es una mancha negra de la Justicia, que te hace un daño muy grande. A vos te denuncian por abuso y te meten en cana, no les importa si sos culpable, mientras tanto ellos te tiran en un penal y ahí adentro la muerte te acompaña a todos lados, va al lado tuyo, y más con la causa que me hicieron a mí. La Justicia juega con la vida de las personas".

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