2 de junio de 2025
En la calle Mitre 582, se encuentra un horno a leña plagado de pizzas estilo napolitano que no deja de bramar
por
Noelia, de Tandil A Gusto
Entre un gélido viento y la luna de sábado, se
coló el recuerdo de Las Pizzas del Tano. Rememoré la escritura sobre la caja
que decía "margherita" y yo recorría las calles que se volvían eternas hasta
casa, con el aroma de la albahaca que le susurraba a mi apetito. "¿Vamos a lo del Tano?, no dejo de pensar
en ello". La calle se encontraba especialmente melancólica porque el viento
se llevaba cualquier murmullo que podía existir; pero allí estaba, la pizzería
con sus luces amarillentas, persuadiendo a los transeúntes con su puerta en
madera rojiza.
Al entrar al salón de Las Pizzas del Tano, el
personal, los comensales y el Diego desde la pared, te ven de cerca. El lugar
es pequeño, caben unas 8 mesitas vestidas con sus mantelitos a cuadrillé y las
luces son tenues, lo que vuelve la experiencia, más relajada. Un grupo de
cocineros se encontraban junto al protagonista del lugar: un lujurioso horno a leña que vociferaba desde allí.
El reloj marcaba las 21:45 horas, cuando la
camarera en trato muy gentil, nos acercó los menús a la mesa que se encontraba
junto a la ventana. Noté que ella, no quitaba la vista del salón, estuvo en
todo momento atenta a sus comensales que charlaban por lo bajo. El ambiente era familiar, reposaban
algunas madres con sus niños en el regazo, y algunas parejas se embelesaban aún
más por el ambiente apacible.
Mientras observaba el cartel que citaba "acá se come bien y rico", la pizza
"margherita" o la "marghe" como citaban
años atrás, al comienzo del emprendimiento, llegó con delicados aromas a
nuestra mesa a pocos minutos de haber hecho la comanda, la experiencia
gastronómica se desarrollaba en tiempo y forma. ¡Buen provecho! Soltó nuestra
camarera.
La
pizza era coqueta, sus tomatitos cherry adornaban una
"atigrada" y elástica masa cubierta de una fresca salsa de tomates y un suave
queso que permitía que los demás ingredientes hablen también. Todo allí, se
expresaba sutilmente, como se espera de una pizza estilo napolitano. Ella, no
permaneció más de 10 minutos sobre la mesa, y a pesar de tener cubiertos que
acompañan, recomiendo vivir la experiencia de comer aquella seductora creación,
con las manos.
En la mesa vecina, un joven comenzaba con su
porción de pizza, y al mismo tiempo añoraba "de reojo" un sándwich de vacío que
esperaba por él. El constante aroma que
bailoteaba en el salón, el cocinero que "maniobraba" la gran pala de pizza y la
torre de latas de tomates sobre la iluminada barra, hicieron que busque una
excusa para permanecer. Es por eso que degusté una corpulenta cerveza roja
que ofrecía el establecimiento, que contenía notas de caramelo y café que
hacían cantar al paladar.
Las mesas se vaciaban lentamente porque la
medianoche anunciaba su llegada. Algunos comensales se retiraban con bolsitas
de madera por no haber logrado su cometido, pero todos ellos se marchaban con
la misma pregunta por parte del personal: ¿comieron
bien? Resonaba en el ambiente con cada despedida.
Un hombre de lentes, recibió su pedido, y con
media sonrisa, acercó con disimulo su nariz hacia la caja de pizza para
sumergirse en el universo de Las Pizzas
del Tano. Son aquellos gestos de satisfacción los que me movilizan a
escribir sobre la experiencia gastronómica y de estos espacios creados a partir
de un fuego interno, que arde como
aquel horno enfurecido.
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