31 de julio de 2020
*Las ideas centrales aquí expuestas
están desarrolladas en la tesis de Licenciatura en Historia "Entre la
asistencia religiosa y la intervención estatal: análisis de la proyección de
espacios de encierro femeninos en el centro de la provincia de Buenos Aires
(Azul, 1918-1932)", defendida por quien escribe, en julio de 2019, en la Facultad
de Ciencias Humanas (UNCPBA).
A fines del siglo XIX, el Estado
argentino sancionó una serie de leyes laicas que marcaron el comienzo de la
disputa de prerrogativas, tales como la educación o el matrimonio, con la
Iglesia católica (institución que tradicionalmente se había ocupado de estas
áreas). Ante lo que los actores eclesiásticos consideraron como una avanzada
secular, el catolicismo vio la necesidad de renovar las formas en que hasta
entonces se había vinculado con la sociedad. Un claro ejemplo de esta situación
era lo que sucedía en la administración del sistema carcelario, espacio en el
que el Estado intervino desigualmente en la organización del encierro tomando
como base la diferenciación sexual. Desde la concepción de los agentes
gubernamentales que organizaron el presidio a nivel nacional, era prioritario
atender al encierro masculino bajo un régimen de
encarcelamiento basado en talleres de trabajo dentro de la Penitenciaría
Nacional (inaugurada en 1880), emplazada en la ciudad de Buenos Aires. En
contraste, la detención
de mujeres estuvo administrada, desde 1890 hasta mediados de la década del '70
del siglo XX, por las religiosas de la Congregación del Buen Pastor de Angers
en el Asilo Correccional de Mujeres, localizado en la ciudad
capitalina,
institución que se organizaba a través de reglamentos propios, mientras que la
presencia estatal se hacía visible a través de subvenciones y visitas de
médicos del Departamento de Higiene y de la Inspección General de Justicia (Caimari,
2007)*.
Las religiosas
de esta congregación se asentaron en varias localidades del país y dentro de
estos establecimientos, que se denominaban asilos y que popularmente tomaron el
nombre de "cárcel de mujeres", convivían mujeres de franja etaria heterogénea,
desde condenadas de distintas categorías, como así también inocentes, menores
delincuentes y/o abandonadas, a las cuales se les imponía una disciplina que pretendía
"reeducarlas" por medio de actividades vinculadas a la fe y a la instrucción en
tareas domésticas. Así, las labores efectuadas en los asilos de la Congregación
del Buen Pastor coincidían con los roles de femineidad esperado para las mujeres de la
época tanto por el Estado como por la sociedad en general.
El contexto
de las primeras décadas del siglo XX, marcado por una fuerte crisis económica,
cuestión que ha expuesto en números anteriores Yolanda de Paz Trueba, ocasionó
que el Estado contara con recursos limitados para atender a las demandas de una
población en crecimiento. De esta manera, las formas en que predominantemente
participaron las mujeres en el espacio público fueron bajo un rol de cuidado y sostén
a quienes se encontraban en condiciones de vulnerabilidad, por lo que es
posible encontrar nombres de señoras de sectores encumbrados de la sociedad como
benefactoras, en contacto con religiosas de vida activa (pertenecientes a
congregaciones religiosas femeninas), que comenzaron a desempeñar tareas de
asistencia en hospicios. Desde esta lógica, los asilos de la Congregación del
Buen Pastor realizaron sus actividades en esa trama de establecimientos de
asistencia, que se ocuparon de un área marginal que posiblemente el Estado no tuvo
el interés suficiente de atender, ganando autonomía y prestigio frente a los
ojos de los contemporáneos, como abordaremos a continuación.
El surgimiento de dos proyectos de encierro en Azul
En el contexto de aumento
demográfico de principios del siglo XX, el Censo de 1914 registró que Azul era
la ciudad con el área urbana más poblada del centro de la provincia. Eso generó
que en esa misma década se radicaran instituciones judiciales, pues fue
designada en 1915 como cabecera del Departamento Judicial del Sudoeste. No
obstante, los actores que participaron activamente en el entramado jurídico local,
consideraban inhabitables las condiciones de encierro en el espacio reservado
para presidio por entonces en Azul, al que despectivamente denominaban
corralón-cárcel. Así, en los albores de los cambios del paradigma penitenciario,
en 1919, estos varones del Derecho conformaron una Comisión Pro-Cárcel, desde
la cual se sostenía que debía construirse a tal efecto un edificio moderno que
demostrara el grado de avance de la ciudad.
Paralelamente
a esta iniciativa de encierro, entre fines de la década del '10 e inicios de la
del '30, se difundieron una serie de representaciones, transmitidas desde la
prensa, que relacionaron a ciertas mujeres adultas y menores con la prostitución
clandestina. Cabe destacar que, en esos años, era regular asociar a las mujeres
solas (sin padres, hermanos, maridos) en situación de precariedad con esta
problemática. Por su parte, la prostitución estaba reglamentada a lo largo de
todo el país bajo leyes municipales, datando el reglamento del municipio de
Azul de 1878, lo que implicaba la imposición de normas para las denominadas
"casas de tolerancia" (espacio físico de ejercicio de la prostitución).
Aquellas mujeres que se hallaban por fuera de estas normativas, pero
desempeñaban esta actividad en el espacio público, eran consideradas
"prostitutas clandestinas" y perseguidas por organismos policiales por faltar a
las "ordenanzas contravencionales". Así, las representaciones sobre este sector
poblacional femenino impregnaron la prensa, que entendía a esta problemática como
propia del crecimiento y la modernización de la ciudad.
A su vez,
como Azul era un importante centro agropecuario del interior bonaerense, destacadas
familias terratenientes porteñas poseían hectáreas en la zona, como en el caso
de la familia Anchorena, encabezada por Mercedes Castellanos de Anchorena hasta
su muerte 1920. Destacada por sus obras benéficas en la ciudad de Buenos Aires,
esta mujer y sus hijas Matilde y Josefina, se constituyeron en colaboradoras
fundamentales de un catolicismo que necesitó de sus donaciones para
reconfigurar sus formas de encontrar adeptos. Pero las acciones de beneficencia
no se limitaron a Buenos Aires. En Azul, la participación del cura local César
Cáneva en las misas celebradas en la parroquia que se encontraba en la estancia
"San Ramón", cercana a la localidad y perteneciente a la familia, supuso el
contacto y la relación de estas mujeres con el párroco. Así, con la erogación
de recursos para la construcción de un colegio para las Hermanas de la
Inmaculada Concepción de Castres, en 1908, las Anchorena se constituyeron en el
engranaje necesario de Cáneva (que en 1934 sería designado como primer obispo
de la diócesis de Azul) para sus proyectos en la ciudad.
En
conocimiento de las notas con contundentes descripciones en la prensa local
sobre la problemática de la prostitución clandestina a fines de la década del
'10, y en base a sus propias apreciaciones sobre esta cuestión, Cáneva y Castellanos
de Anchorena propusieron el arribo de las religiosas de la Congregación del
Buen Pastor en Azul, pues guiados por su adscripción al catolicismo entendían
que esta modalidad de encierro era "necesaria" para el sector femenino al que
los contemporáneos identificaban como "ovejas negras" del espacio público.
El inicio de las labores en los espacios de encierro
femeninos
A lo largo de la década del '20, con
adelantos y retrocesos, se edificaron en Azul la Cárcel Departamental del
Sudoeste, por un lado, y el asilo de la Congregación del Buen Pastor por el
otro. El proceso de construcción de estas instituciones sufrió los avatares
económicos del periodo: la primera, en tanto establecimiento público, tuvo que
adaptarse al irregular envío de recursos ya que, tras el temblor que había
ocasionado en las transacciones económicas a nivel internacional la Primera
Guerra Mundial, el gobierno provincial radical debió administrar cuidadosamente
los fondos destinados a las obras de infraestructura pública en el interior (área
en la que atendíó especialmente a hospitales y escuelas). En cuanto al Asilo,
por tratarse de una iniciativa privada, la posposición del proyecto por
aproximadamente diez años se vinculó especialmente a la muerte de Castellanos
de Anchorena, hasta que para fines de la década del '20 fue recuperado por su
hija Josefina y las religiosas del Buen Pastor.
Finalmente,
en un clima político atravesado por el golpe de Estado de 1930, en octubre de
1931 comenzaron las labores en la Cárcel Departamental del Sudoeste, donde si
bien se priorizó el encierro masculino, se contó con un pabellón particular para
la prisión preventiva de mujeres adultas. Por su parte, en febrero de 1932, y en
las vísperas de la constitución de Azul como cabecera de diócesis, se inauguró
el Asilo de la Congregación del Buen Pastor. El mismo, al convivir en la misma
ciudad con otro espacio de encierro femenino, y a diferencia de otros asilos
radicados en el país, alojó únicamente a mujeres menores, provenientes no solo
de Azul y su zona de influencia, sino también las trasladadas desde el Asilo
del Buen Pastor en La Plata.
En resumen,
estos espacios de encierro, planificados y edificados en base a estrategias de
actores vinculados a sectores religiosos y estatales, nos muestran la
importancia de analizar instituciones desde la perspectiva regional. Ella evidencia
que las dinámicas sociales y las representaciones morales en la localidad, posibilitaron
la emergencia de un proyecto específico de encierro religioso para mujeres,
como lo fue el Asilo del Buen Pastor, y cómo los avances en materia
penitenciaria en la época posibilitaron el surgimiento de una institución de
presidio estatal, lo que alteró las labores tradicionales de esta congregación.
En este sentido, a través de este análisis hemos observado cómo las acciones de
particulares transforman, reforman y reemplazan las lógicas inherentes de las
instituciones. Desde este punto, es necesario explorar los diferentes contextos
en que se construyeron espacios de encierro para mujeres, así como sus
respectivas modalidades de castigo, con el objeto de avanzar en el campo
historiográfico vinculado a las imbricaciones entre reclusión femenina, Estado,
religión y sociedad.
*Caimari,
Lila (2007). Entre la celda y el hogar. Dilemas estatales del castigo femenino
(Buenos Aires, 1890-1940). Nueva Doctrina Penal, pp. 427-450.
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