12 de diciembre de 2022
A instancias del veterinario Roberto Gómez, presidente del Colegio de Veterinarios Distrito 5 con asiento en Tandil, fui convocado en carácter de vicepresidente del Colegio de Psicólogas y Psicólogos Distrito VIII para una conversación sobre algo que para mí y para la opinión en general permanece ignorado pero late con una fuerza cada vez mayor.
La consulta a nuestro Colegio estuvo motivada a partir de los innumerables actos y formas de violencia que desde hace un tiempo se vienen dando en las veterinarias de todo el país. Escraches, ataques a los negocios, gruesos epítetos, denuncias y hasta golpes reciben veterinarios y empleados, cuando se complica el tratamiento o fallece una mascota.
En todos los casos mencionados no hay consumo de sustancias psicoactivas, psicosis, ni siquiera intentos de arrebato o robo. Pero el "arrebato" es lo que también los especialistas vienen observando desde hace más de tres décadas, afecta a los dueños de mascotas y lleva un nombre que los antropólogos encontraron para explicar el pasaje del animal al humano: la hominización, proceso por el cual se pasó del primate al humano.
Esto se constata en la manera de tratar a las mascotas que ya no se diferencia del trato al humano. Se pretende dar idéntico tratamiento a las mascotas, lo cual en los hechos significa ignorarlas como tales, ya que ningún perro se hace humano por bien que se lo trate.
Frente a las mascotas, sus dueños las poseen íntegramente, pasando en muchos casos a ser como una suerte de prolongación del cuerpo, un objeto transicional reparador o prótesis. Por ende, dejarlas en manos de veterinario supone un estado de espera expectante bordeando la angustia. Semejante simbiosis puede tener muchas explicaciones que no voy a dar en esta oportunidad. Pero, si a eso se le suma que hoy en las redes se encuentra todo tipo de información sobre el cuidado, medicación y tratamiento de mascotas, el combo de desautorización, sospecha y desconfianza frente al profesional se cierra de una manera completamente negativa para todos.
A todo esto hay que agregar un hecho que detectan muchos veterinarios: la carencia en la formación universitaria de materias de etología, psicología y relaciones públicas que podrían mejorar su capacidad de contención empática, acompañando una situación de pérdida real de la mascota.
Se abre entonces una instancia de arduo trabajo y colaboración entre profesionales que como Colegio nos honra, para abordar adecuadamente las siempre cambiantes relaciones entre las personas que, en este caso incluyen a los animales y sus veterinarios.
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