25 de mayo de 2019
por
Mauro Carlucho
Por su sangre corre sangre vasca, italiana, alemana y criolla. Quizás de alguna de estas vertientes venga su locura por la naturaleza. Por la vida. Era apenas un niño cuando se perdía en las alturas del Parque Independencia. Vale decir, que este monumento natural era muy distinto a principios de los años 80. Más verde, más tupido, más salvaje. Menos poblado, también.
"Yo tengo el recuerdo, de que para mí, el Parque era una selva. Algo así como el Himalaya. Era imponente. Lleno de pastizales, piedras, un impenetrable. Era increíble. Un desafío también. Y yo vivía en frente, lo tenía ahí no más. Con mi gran amigo de toda la vida, el súper veterinario Jorge García, armamos expediciones a las sierras desde que nos conocemos. Por eso tengo una relación tan especial con el medio. Con las sierras, con todo lo que nos rodea", dice comenzando la charla con ElDiariodeTandil. Entre fascinado y soñador, Sánchez va descubriendo su naturaleza.
Pablo es Sanchez y es Bordaberry. Su padre es un ex policía de Bragado que trabajaba de la venta en toda la zona. En uno de esos viajes conoció a su futura mujer en Lamadrid y eligieron a nuestra ciudad para formar una familia.
Cuando vienen a Tandil, encuentran una humilde casa en la zona del Parque. "Para mi es la casa más linda del mundo", dice, reafirmando esto de que la infancia es el paraíso. Sus primeros recuerdos tienen un tinte de hermosa nostalgia. De agradecido por lo vivido. Por lo caminado.
No lo conmovió su paso por el jardín de San José, pero la Primaria en la Escuela Nº2 le dio sus primeros amigos.
"Para esa época yo quería estar todo el día en el parque o en la sierra. Cuando mirábamos la tele era para ver programas como 'El Deporte y el Hombre' o cosas así. Ya nos llamaba la atención la aventura, el montañismo, queríamos escalar y navegar, volar. No sé. Locuras de cada uno. Esa era la nuestra y desde muy chicos. Nos inventábamos las cuerdas con un cable de teléfono, usábamos tachos, era todo muy a pulmón. Porque no había otra. No existían las cosas que hay ahora. Lo mismo con la ropa técnica. Con una cubierta de camión nos hacíamos las zapatillas para escalar. Mandábamos mucha fruta. Pero así fuimos aprendiendo", cuenta entusiasmado.
Su primer gran recuerdo en las alturas, es caminando con su padre hacia el Cerro de Las Animas. También fue él, quien lo llevó con Martín Iparraguirre, al "Centro de Montaña Tandil". Espacio central en nuestra ciudad para los amantes de estas actividades.
Esta casa nació con la visita de Guillermo Vieiro (ya fallecido, escaló el Everest entre tantas otras proezas), quizás uno de los más grandes montañistas argentinos. Aquí trabó amistad con gente como Iparraguirre, el vasco Zabala, el chino Pagges o Cacho Canale, por citar a algunos.
"Estos locos se empiezan a mover y crean el Centro de Montaña en Tandil. Así empezaron con las actividades de cuerdas, salidas a las sierras, viajes a la cordillera. Bueno, mi viejo me llevó con esta gente aunque yo era muy chico todavía. Después aparece el Grupo Compartir con Mauricio Christensen y Jorge Michía, que fue algo increíble para los pibes que tenían mi edad. También nace Nido de Cóndores con Oscar Méndez. La movida empieza a crecer", avanza en su relato.
Nuestro entrevistado es de la generación de Horacio Gratton (de los mejores escaladores en libre del país, hoy trabajando con Fuerza Bruta), Pablo Reguera, Fernando Garmendia, el citado Jorge García y Mariano Schettino. Después aparece Nicolás Ferrari y tantos otros que hoy representan a Tandil en todo el mundo.
"Con toda esta gente hemos hecho las locuras más increíbles que se te puedan ocurrir para hacer en Tandil. Nos conocemos las sierras de punta a punta. Cada piedra. Cada sendero. De día y de noche. Los arroyos, las cuevas, lo que sea", la naturaleza era (y lo sigue siendo) su hábito.
Con el Grupo Compartir hicieron varios viajes al volcán Lanín. Pablo fue como alumno y luego como ayudante. En uno de esos viajes, a principios de los años 90, prometió que volaría desde la cima de aquel cono perfecto. 20 años después esto se haría realidad. Pero sigamos avanzando en la historia.
"La secundaria la hice en la Escuela Técnica y después me fui a Mar del Plata para estudiar Diseño Industrial. Había un poco de presión familiar y algo había que estudiar, pero mi vida era la sierra, la montaña y toda esta locura que te estoy contando. El viaje de egresados fue alcanzar por primera vez los 6 mil metros con mis amigos. No te miento cuando digo que la alta montaña nos marcó para siempre. Te cambia. El montañismo decanta. Te forja el espíritu. No todos pueden cargar una mochila por una semana en la montaña. No es para cualquiera. La montaña te templa. Te vuelve solidario o te expulsa. No hay otra", dice poniéndose serio.
Mientras tomamos una cerveza y pasamos de anécdota en anécdota, Pablo se ríe y gesticula mucho. Acerca su oído para escuchar mejor. Levanta la voz y no se detiene.
"Toda mi vida gira en torno a esto. Me hace feliz. La verdad que siempre pude hacer la mía. Mis viejos renegaban, pero no había otra", agrega, poniendo su alma al descubierto.
La idea de volar estaba latente. Era una más de las aventuras por explorar. En un viaje a Buenos Aires, caminando por una librería, encontró un libro sobre parapente. No era nada técnico, más bien una introducción a la disciplina. Pero le llamó la atención. Lo compró y lo empezó a estudiar.
Viviendo en Mar del Plata conoció a un grupo que practicaban ala delta y se empezó a meter más en el tema. Después se enteró que uno vendía una vela que podía usar como parapente y trabajó todo un verano para juntar el dinero.
No había tomado ninguna clase, no conocía a nadie que lo instruyera en la disciplina, pero ya tenía la herramienta y el firme interés en volar.
"Estos locos que me vendieron el parapente me habían dicho que me iban a ayudar, pero una vez que lo compré no me dieron más bola. En el libro había leído que la clave era el inflado y yo empecé así. Lo mío fue todo autodidacta al principio. Estaba todo el día con el parapente. Lo inflaba en todos lados que era la mejor practica que podes tener. Cada viaje de la costa a Tandil iba con el parapente en la mochila. Miraba para las sierras a ver si encontraba a alguien. Estaba enfermo con volar", relató.
Hasta que un día del año 1992 no aguantó la tentación: "Llegó un día que ya era un capo inflando. Sentía que lo manejaba y entendía como era todo. Miro el pronóstico y el viento era perfecto. Algo no tan común en la costa. El viento venía suave del mar, hermoso. Salí de casa rajando y me tomé el bondi Peralta Ramos. No me lo olvido más. Iba con la mochila puesta rumbo a los acantilados que están pasando el Faro. Sabía que había un lugar copado para saltar. Lo vi y me bajé. Recuerdo cada detalle. Llegué y puse el palo con un papel higiénico. Todo era perfecto. El corazón se me salía del pecho. Y no exagero. El acantilado tendría 30 metros de altura y terminaba en la playa. Tomé distancia. Empecé a correr hasta el borde y en un momento no sentí más el piso. Después el silencio absoluto. Uno, dos, tres segundos. Y la arena. No lo podía creer. Había volado. Lloraba, saltaba de la emoción. La gente me miraba como si estuviera loco. Pero para mí era una proeza. Un sueño cumplido. Ese mismo día creo que subí y me tiré siete veces".
Aquella vela de iniciación era muy rudimentaria con respecto a las actuales, Pablo cuenta que prácticamente no volaba, bajaba a 45 grados. Hoy los equipos nuevos avanzan 8 o 9 metros, cada uno que descienden. Es otra cosa.
Ahí comenzó esta locura que lo desbordó por completo. Dejó la montaña a un lado y se enfocó en los cielos. Aunque una va de la mano con la otra.
"Empecé a volar y no paré más. Mientras seguía estudiando Diseño en Mar del Plata, me empecé a formar en una escuelita de parapente que se había armado. Después empecé a dar clases. Ya tenía el equipo y todo era más fácil. Empezamos a volar en Tandil también y armamos un grupo. Creo que ya para el año 97 estábamos trabajando de esto en El Bolsón. Ahí nace mi escuela que es Limite Azul", dice.
En todos estos años ha conocido y trabajado con gente que lo marcó y le dejó grandes enseñanzas. Sus profesores, sus amigos, pero también tipos como Cesar Falistoco, a quien menciona como "un hombre increíble. Alguien que fue muy importante en la historia de Limite Azul. Un ser humano excepcional, siempre predispuesto y sin ninguna duda, el mejor piloto que conocí en toda mi vida".
Como instructor de parapente se lanzó al mundo. Voló por toda América y Europa. Planeando por lugares como Río de Janeiro, el Mar Negro o Capadoccia en Turquía. Las imágenes que completan este artículo son apenas un detalle de las aventuras que vivió nuestro Personaje.
"Pero si tengo que elegir un vuelo, una aventura, no hay otra que el descenso del Volcán Lanín en el año 2010. Lo habíamos soñado 20 años atrás. Poder cumplirlo fue una sensación difícil de explicar. El Lanín era la razón por la que yo había empezado a volar. Pero justo se dio todo. Con mi amigo estábamos ese otoño en El Bolsón y vemos que el pronóstico era perfecto. Una rareza en esas alturas. Es muy difícil que no haya viento arriba. Pero vimos que dentro de tres o cuatro días había solo 4 nudos. Había que salir ya. Armamos todo rápido y nos fuimos. Dejamos el laburo, todo. Cuando estábamos viajando se nos rompió la camioneta y seguimos igual. Había que llegar. Cuando llegamos al pie de la montaña estaba el Nico Ferrari laburando ahí. Hasta ese momento nadie se había tirado de un biplaza desde la cima. Habían saltado algunos en solitario, pero nunca de a dos, como lo queríamos hacer nosotros. Estábamos decididos. Subimos la montaña. Dormimos abrazados en el refugio porque estábamos medios jugados con el equipo. Pero todo fue increíble. Mejor que lo soñado. Antes de que amanezca salimos para la cima con las mochilas y el parapente. Es decir que llevábamos más peso que todo el mundo. Caminando por la nieve muchas veces. Cuando llegamos arriba nos encontramos con viento. Nos queríamos matar, pero vemos que unos metros más abajo el clima era el ideal. Apremiados con el tiempo, porque no te puede agarrar la noche. Nos atamos y saltamos al vacío. Que te puedo decir de esa experiencia. Fue increíblemente hermoso. Una alegría indescriptible. El cielo celeste. La cordillera de color ocre. No recuerdo una felicidad más grande. Aterrizamos en el campamento. No lo podíamos creer".
En todo este tiempo, Pablo Sánchez se transformó en una referencia del parapente en nuestra ciudad. Vive un tiempo en Tandil donde tiene a sus hijos y su familia, pero cada tanto vuela por el mundo.
Es un enamorado de esta actividad. Cuenta que es totalmente segura, donde solo puede fallar el ser humano y su ego.
Sus vuelos están equipados con toda la seguridad requerida, pero sin asistentes que los ayuden a buscar las corrientes térmicas. "Yo enseño y vuelo en contacto con el medio ambiente. Con la naturaleza. Lo llamamos vuelos holísticos, porque se trata de volar con los sentidos. Con el todo. Estoy escribiendo un libro que es como un manual que describe nuestro método. Se trata de conectarse con uno mismo y con el todo. Con la naturaleza que nos rodea. Es estar en contacto con los árboles, con las aves, los cerros y con el viento". Sus palabras suenan a magia. Pero de eso se trata la íntima relación que une a toda la naturaleza.
Hoy, habla de devolver, de agradecer por todo lo vivido. De allí la idea del libro. Tiene tantos proyectos que sería imposible enumerarlos en este artículo. Podemos hablar de "Condorcitos", una idea original para volar con niños pacientes oncológicos, que viene trabajando desde hace tiempo.
Así es su espíritu. Apasionado. Desenfrenado. Pero también solidario y entregado por una vida mejor.
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