21 de diciembre de 2016
por
Mauro Carlucho
Tiene 57 años y hace casi 40 que llegó a las sierras para comenzar sus estudios como médico veterinario. Vino desde Pigué, ciudad ubicada al sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Casi al límite con La Pampa.
Llegó sin demasiadas pasiones. No estaba completamente decidido sobre qué carrera estudiar. Si sabía que tenía que estar relacionada con el campo, con los animales y las plantas. Esta inquietud la descubrió en su pueblo, cuando visitaba el campo de un amigo y lo fascinaba el entorno de lo rural.
Su padre era militar y la madre ama de casa. No había tampoco una herencia que le marque el camino. Pero si tenía la presión de seguir estudiando. Sus padres lo seguían de cerca para que siga carrera una universitaria.
"Me gustaba estudiar, pero además debía hacerlo porque nunca fui un destacado. Si quería progresar tenía que ponerme las pilas. Llegée hasta el final de la secundaria sin saber que haría unos meses después. Me quería ir a Bariloche, disfrutar esos últimos años con mis amigos. No pensaba mucho más allá. Lo cierto es que durante mi viaje de egresados, mis padres se comunicaron con una prima que vivía en Tandil y le pidieron que me anote en veterinaria", le dijo a ElDiarioDeTandil explicando cómo se dio su llegada a Tandil.
Todo se dio muy rápido. A los pocos días de volver del sur, debió armar el bolso para afrontar el curso de ingreso y luego enrolarse en las Fuerzas Armadas para cumplir con el Servicio Militar.
"La verdad que no tenía una vocación tan marcada. Uno de mis hijos desde chico dijo que iba a ser médico y así fue. Yo no lo sentía así. Vine a Tandil a ver qué pasaba y de repente me encontré con una ciudad hermosa que me impactó desde el primer momento. Recuerdo que llegué en enero, todavía era de noche. Baje del colectivo en la Terminal y caminé por Belgrano hasta la Plaza del Centro. Amor a primera vista que le dicen. Todo me parecía lindo. Ni hablar cuando descubrí la plaza y las plantas de naranjas en el centro. Qué lindo esto en medio de la ciudad, que colores, pensaba. Cuando empezó a amanecer frené a un taxista y le dije que recién había llegado y necesitaba una pensión. Al contrario de lo que se dice sobre los tandilenses, a mí me abrieron las puertas desde el primer día. Este señor taxista me llevó por todos lados, me presentó a su familia, me ayudó a instalarme y encima me cobró dos pesos. Son gestos que uno no puede olvidar", se emociona recordando.
En la facultad se hizo de grandes amigos. Compartió la carrera con un grupo muy unido que compartía encuentros, horas de estudio e interminables caminatas hasta el campus cuando no había transporte público ni tantas comodidades como gozan ahora nuestros estudiantes universitarios de la Unicen.
"Recién con nuestra promoción se hizo el primer edificio de veterinaria. Nos quedaba lejísimos el Campus. Hoy parece más cerca, no solo por las comodidades, también porque la ciudad se ha hido extendiendo. En aquella época ir hasta allá o hasta la chacra en la zona de Don Bosco era interminable. Encima eran todas calles de tierra. Parece mentira como cambian las cosas", recalcó.
Mencionó a muchos amigos de aquel entonces, docentes, muchos de ellos venían exclusivamente de Buenos Aires. Otros eran de acá, como el reconocido Cesar "Chechu" Lissarrague quien fue su maestro en equinos.
"Creo que recién en quinto año, con la orientación y las practicas apareció este amor por la veterinaria. En ese momento estaba orientado a los animales grandes. Era casi prohibido dedicarse a perros y gatos. Era cosa de mujeres. Creo que el 99.9% de los estudiantes se orientaba en vacas y caballos. Hoy parece mentira que el 51% de los alumnos que están en el último año escogen especializarse en animales chicos. Allí se ve cómo han cambiado nuestras costumbres y la relación con los animales domésticos", explicó.
Sobre esta relación con nuestras mascotas
predilectas, el dueño de Veterinaria Sanavis indicó que "antes los animales no estaban tan involucrados en nuestra vida social.
Al gato no se lo vacunaba siquiera y el perro tenía una vida de perro. Estaba
en el fondo, muchas veces atado con una correa. Comían las sobras, pero no como
ahora que le dan milanesas y carne. Apenas si comía las cascaras o los desechos
de la casa. Así sobrevivían y nadie se alarmaba. Era lo común".
No hace falta explicar lo que sucede en nuestro tiempo. Durante los 5 minutos que esperamos al doctor en su clínica veterinaria vimos varias muestras del lugar que ocupa un perro en la vida de su familia.
"La mascota es un integrante más de la casa. Acá se presentan como la mamá, la abuela o la tía del perro. A uno le puede gustar o no esta relación que se vive actualmente, pero es algo corriente en estos tiempos. No sé si tiene que ver con la evolución o que. Es la realidad y hay que atenderla. La gente demanda más atenciones para su mascota y no puedo juzgar si está bien que el perro duerma arriba de la cama con la familia. Ya es un hecho y es así. Además tenemos que tener en cuenta que esta relación ayuda a mucha gente. Cualquier ser vivo puede contribuir con la salud de otro. Un canario, un pececito o una planta en el hogar. Esa relación entre seres vivos es una actividad terapéutica muy importante. Cuando llego a mi casa la primera que me recibe es la perra. Siempre alegre, contenta de verme. Eso la gente lo percibe y le hace bien", agregó.
Su paso de trabajar con caballos a curar
mascotas se dio casi de casualidad: "Mi
primer trabajo fue en un Pueblo llamado Del Valle, cerca de 9 de Julio. Tuve un
accidente mientras estaba trabajando y me fracturé una pierna. Como no podía
seguir trabajando empecé a ir a la a la
veterinaria del Dr. Alberto Bujacich que se dedicaba a clínica de pequeños
animales y ahí comencé a tomarle el gusto a la medicina de perros y gatos. Quizás fue por aburrimiento,
pero me termine enganchando de tal manera que me anoté para concursar en la facultad por una ayudantía en la
Cátedra de Clínica medica y quirúrgica de pequeños animales de la FCV-UNICEN en
1986. Uno de los jurados, el Dr Ernesto Hutter (que pasó a ser mi padre
profesional) en ese momento director del Hospital Escuela de la UBA, me invitó
para que haga una pasantía de unos 15 días y terminé quedándome 5 años".
En Tandil encontró su vocación, pero también al "amor de mi vida". Está casado hace 30 años con Laura Pagnacco y tiene tres hijos que le dieron tres hermosos nietos que son "la luz de mi vida".
Con esfuerzo hizo una carrera brillante. Se apasionó por la veterinaria y los animales. Recorrió Argentina y toda América Latina dando conferencias sobre su especialidad en dermatología y medicina interna. También hizo especializaciones en los Estados Unidos y Europa. No exageramos cuando decimos que es un embajador de nuestra ciudad.
Los
animales y la pirotecnia
Comenta que tiene sentimientos encontrados sobre la pirotecnia. Desde chico lo fascinaron los fuegos de artificios, pero con el tiempo entendió que no podía disfrutar de algo que le haga tanto mal a otros seres vivos. No solo les hace mal a muchas personas, también a las mascotas y a muchos animales silvestres que viven en nuestro entorno.
"Año a año me puse más reticente con los fuegos artificiales y hoy prefiero verlo por televisión. Estoy en contra de los estruendos, más teniendo en cuenta que se pueden hacer con luces y sin molestar a nadie", opinó.
"Todavía en nuestros países no hay intervención del Estado en estas problemáticas que atienden a las mascotas. Todos los grupos que defienden y ayudan a las mascotas salen de la sociedad civil porque no hay un Estado presente. En los países del primer mundo los Estados se ocupan. Hay derechos y obligaciones para tener una mascota. Tiene que ver con la educación. Hace 20 años se hablaba de ponerle un microchip las mascotas y de punir a los que no las cuidan como se debe. Era una idea maravillosa, pero muchos salieron a quejarse y no prosperó. Por tres o cuatro que se quejaron no se hizo. Por eso digo que falta decisión política. Si te ponen multas por estacionar mal, que te hagan lo mismo por tener el perro suelto en la calle. Es respeto por el otro", finalizó.
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