11 de julio de 2018
por
Juan Ángel Alvarado
En
consonancia con el trabajo del filósofo español José Ortega y Gasset en sus
reflexiones y creencias, y siguiendo estrictamente las líneas de su
pensamiento, diremos que cuando se quiere entender a un hombre, la vida de un
hombre, procuramos ante todo averiguar cuáles son sus ideas. ¿Cómo no van a
influir en la existencia de una persona sus ideas y las ideas de su tiempo? La
cosa es obvia pero es también bastante equívoca y de insuficiente claridad
sobre lo que se busca cuando se inquieren las ideas de un hombre -o de una
época- impidiéndose obtenga claridad sobre su vida, sobre su historia.
Con la
expresión "ideas de un hombre" podemos referirnos a cosas muy diferentes. Por
ejemplo: los pensamientos que se le ocurren acerca de esto o de lo otro y los
que se le ocurren al prójimo y el repite y adopta. Estos pensamientos pueden
poseer los grados más diversos de verdad. Incluso pueden ser "verdades
científicas". Tales diferencias, sin embargo, no importan mucho, si importan
algo, ante la cuestión mucho más radical que ahora planteamos. Porque, sean
pensamientos vulgares, sean rigorosas "teorías científicas", siempre se tratará
de ocurrencias que en un hombre surgen, originales suyas o insufladas por el
prójimo. Pero esto implica evidentemente que el hombre estaba ya ahí antes de
que le ocurriese o adoptase la idea. Esta brota, de uno u otro modo, dentro de
una vida que preexistía a ella. Ahora bien, no hay vida humana que no esté
desde luego constituida por ciertas creencias básicas y, por decirlo así,
montada sobre ellas. Vivir es tener que habérselas con algo con el mundo y
consigo mismo. Mas ese mundo y ese "si mismo" con que el hombre se encuentra le
aparecen ya bajo la especie de una interpretación, de "ideas" sobre el mundo y
sobre sí mismo.
Aquí
topamos con otro estrato de ideas que un hombre tiene. ¡Pero cuan diferente de
todas aquellas que se le ocurre o que adopta! Estas "ideas" básicas que llamo
"creencias, nos sugiere el filósofo madrileño, -ya se verá porqué- no surgen en
tal día y hora dentro de nuestra vida, no arribamos a ellas por un acto
particular de pensar, no son, en suma, pensamientos que tenemos, no son
ocurrencias ni siquiera de aquella especie más elevada por su perfección lógica
y que denominamos razonamiento. Todo lo contrario: esas ideas que son, de
verdad, "creencias" constituyen el continente de nuestra vida y, por ello, no
tienen el carácter de contenidos particulares dentro de ésta. Cabe decir que no
son ideas que tenemos, sino ideas que somos. Más aún: precisamente porque son
creencias radicalísimas se confunden para nosotros con la realidad misma -son
nuestro mundo y nuestro ser-, pierden, por tanto, el carácter de ideas, de
pensamientos nuestros que podían muy bien no habérsenos ocurrido.
Hay, pues, ideas con que nos
encontramos -por eso las llamo ocurrencias- e ideas en que nos encontramos, que
parecen estar ahí ya antes de que nos ocupemos en pensar, nos señala el autor.
Una vez
visto esto, lo que sorprende es que a unas y otras se les llame lo mismo:
ideas. La identidad de nombre es lo único que estorba para distinguir dos cosas
cuya disparidad brinca tan claramente ante nosotros sin más que usar frente a
frente estos dos términos: creencias y ocurrencias. La incongruente conducta de
dar un mismo nombre a dos cosas tan distintas no es, sin embargo, una casualidad
ni una distracción. Proviene de una incongruencia más honda: de la confusión
entre dos problemas radicalmente diversos que exigen dos modos de pensar y de
llamar no menos dispares.
Nos
basta con hacer notar que "idea" es un término del vocabulario psicológico y
que la psicología, como toda ciencia particular, posee solo jurisdicción
subalterna. La verdad de sus conceptos es relativa al punto de vista particular
que la constituye y vale en el horizonte que ese punto de vista crea y acota.
Así, cuando la psicología dice de algo que es una "idea" no pretende haber
dicho lo más decisivo, lo más real sobre ello. El único punto de vista que no
es particular y relativo es el de la vida, por la sencilla razón de que todos
los demás se dan dentro de esta y son meras especulaciones de aquel. Ahora
bien, como fenómeno vital la creencia no se parece nada a la ocurrencia: su
función en el organismo de nuestro existir es totalmente distinta y, en cierto
modo, antagónica. ¿Qué importancia puede tener en parangón con esto el hecho de
que, bajo la perspectiva psicológica, una y otra sean "ideas" y no
sentimientos, voliciones, etcétera?
Esto
revela, sin más, que todo aquello en que nos ponemos a pensar tiene ipso facto
para nosotros una realidad problemática y ocupa en nuestra vida un lugar
secundario si se le compara con nuestras creencias auténticas. En estas no
pensamos ahora o luego: nuestra relación con ellas consiste en algo mucho más
eficiente; consiste en? contar con ella, siempre, sin pausa.
Las creencias constituyen la base de nuestra vida, el
terreno sobre que acontece. Porque ellas nos ponen delante lo que para nosotros
es la realidad misma. Toda nuestra conducta, incluso la intelectual, depende de
cuál sea el sistema de nuestras creencias auténticas. En ellas "vivimos, nos
movemos y somos". Por lo mismo, no solemos tener conciencia expresa de ellas,
no las pensamos, sino que actúan latentes, como implicaciones de cuanto
expresamente hacemos o pensamos. Cuando creemos de verdad en una cosa no
tenemos la "idea" de esa cosa, sino que simplemente "contamos con ella".
Siguiendo
la propuesta sugerida por el filósofo español, decimos: en cambio, las ideas,
es decir, los pensamientos que tenemos sobre las cosas, sean originales o
recibidos, no poseen en nuestra vida valor de realidad. Actúan en ella
precisamente como pensamientos nuestros y sólo como tales. Esto significa que
toda nuestra "vida intelectual" es secundaria a nuestra vida real o auténtica y
representa a esta sólo en una dimensión virtual o imaginaria.
Una
idea es verdadera cuando corresponde a la idea que tenemos de la realidad. Pero
nuestra idea de la realidad no es nuestra realidad. Esta consiste en todo
aquello con que de hecho contamos al vivir.
Tal vez
no haya otro asunto sobre el que importe mas a nuestra época conseguir claridad
como este de saber a qué atenerse sobre el papel y puesto que en la vida humana
corresponde a todo lo intelectual. Hay una clase de épocas que se caracterizan
por su gran azoramiento. A esa clase pertenece la nuestra. Mas cada una de esas
épocas se azora un poco de otra manera y
por un motivo distinto. El gran azoramiento de ahora se nutre últimamente de
que tras varios siglos de ubérrima producción intelectual y de máxima atención
a ella el hombre empieza a no saber qué hacerse con las ideas. Presiente ya que
las habla tomando mal, que su papel en la vida es distinto de que en estos
siglos les ha atribuido, pero aun ignora cuál es su oficio auténtico.
Por eso
importa mucho que, ante todo, aprendamos a separar con toda limpieza la
"vida intelectual" -que, claro está, no
es tal vida- de la vida viviente, de la real, de la que somos. Una vez hecho
esto y bien hecho, habrá lugar para plantearse las otras dos cuestiones: ¿En
qué relación mutua actúan las ideas y las creencias? ¿De dónde viene, como se
forman las creencias?
Los
huecos de nuestras creencias son, pues, el lugar vital donde insertan su
intervención las ideas. En ellas se trata siempre de sustituir el mundo inestable,
ambiguo, de la duda, por un mundo en que la ambigüedad desaparece. ¿Cómo se
logra esto? Fantaseando, inventando mundos. La idea es imaginación. Al hombre
no le es dado ningún mundo ya determinado. Sólo le son dadas las penalidades y
las alegrías de su vida. Orientado por ellas, tiene que inventar el mundo. La
mayor porción de él la ha heredado de sus mayores y actúa en su vida como
sistema de creencias firmes. Pero cada cual tiene que habérselas por su cuenta
con todo lo dudoso, con todo lo que es cuestión. "A este fin ensaya figuras
imaginarias de mundos y de su posible conducta en ellos. Entre ellas, una le
parece idealmente más firme, y a eso llama verdad. Pero conste: lo verdadero, y
aun lo científicamente verdadero, no es sino un caso particular de lo
fantástico. Hay fantasías exactas. Más aún: sólo puede ser exacto lo
fantástico. No hay modo de entender bien al hombre si no se repara en que la
matemática brota de la misma raíz que la poesía, del don imaginativo".
Dejemos intacta la cuestión de si bajo ese estrato más profundo no hay aun algo más, un fondo metafísico al que no siquiera llegan nuestras creencias.
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