5 de diciembre de 2025
"Tenés abajo y arriba, dejá un poco para los demás", dice señalando la barba y la cabellera del cronista sentado sobre un banco de la Plaza Independencia y luego exhibe riendo su calvicie. La suya es una voz acompasada, como siguiendo la velocidad de su viaje que comenzó hace 12 años desde Perú y continua por estas horas en la ciudad del ícono de los crotos, Bepo Guezzi.
"Cada día hago 30 kilómetros y descanso, me mantengo vendiendo mi producción de pulseras y suelo tener momentos de felicidad", explica, sin predicar su forma de vida. Después, acaricia a su perra de 12 años que lo acompaña montada en el canasto de adelante y, con tono bajo, interrumpiendo el ruido de la ciudad, admite que la nostalgia por los suyos, en imágenes familiares de noches de navidad, lo entristecen; pero el seguir la ruta lo vuelve a la realidad, a su realidad. Aníbal es uno más de los que realizaron la metamorfosis que legó el filósofo y poeta Nietzsche: el hombre es un camello que se arrodilla y obedece; luego debe ser un león que rompa las cadenas de la sumisión y finalmente se transforme en niño, olvidándolo todo y creando sus propios valores.
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