10 de julio de 2025
Los días eran de 24 horas, como los de ahora; pero la gente tenía más tiempo para todo. Los chicos iban a la escuela y si tardaban más de una hora en llegar a casa era porque se demoraban arrojando las naranjas de la Plaza Independencia o habían sido demorados en la institución por mala conducta. Los padres, que trabajaban de sol y a sol, no se alertaban y en caso de que sus hijos fueran amonestados apoyaban a quienes ejecutasen la sanción. Era por entonces otoño de 1955, año en el que el golpe de estado liderado por la Marina y el Ejército derrocó al gobierno de Perón, evento conocido como la Revolución Libertadora.
En Tandil, hijos de profesionales y proletarios coincidían en el Colegio San José, un universo masculino de doble turno con reglas claras, incuestionables, pantalones cortos, corbatas y hostias.
La vida, que a veces parece más ligera que una golondrina, puso en el mismo escenario a purretes que más tarde habrían de elegir caminos totalmente distintos; pero que el recuerdo común propuesto por la nostalgia -esa amante a la que no hay que visitar todos los días para que no pierda el encanto - une tiernamente.
Hace ya algunos domingos atrás, tras siete décadas del momento de ingreso a la misma aula, los monaguillos dieron el presente, pero esta vez no había delante ningún señor con sotana. Un fuego entibió el mediodía frente al Lago del Fuerte y las sierras y en el aire flotaron los tesoros de la memoria del Tandil de los otros años felices.
Juan Carlos de La Torre, uno de los mayores coleccionistas de afiches del mundo y experto en cine, escuchó una anécdota que lo tuvo como protagonista: una mañana se tiró como los demás por la baranda de la escalera, pero con la desdicha de patinarse y dar de cabeza contra el piso; uno de los curas gallegos se enteró y asociando el apellido con un sitio muy español preguntó: "¿de qué torre se ha caído, el chaval?"
Escuchaban el relato entre otros Petty Pissani, héroe de la música del pago chico y ex vicerrector de UNICEN, El Negro Canales, creador del Centro Náutico del Fuerte, y Luis María Mandarano, "el bocho" de primer grado que más tarde recibiera, sin perder la modestia, el título de médico.
No llegaban a haber 70 balcones en aquella comarca; pero sí más de 70 flores en ese jardín comunitario que tenía a Carlos Marzoratti como intendente y una vida social, deportiva y cultural que parece volver sólo en los libros del historiador lugareño Néstor Dipaola, otro egresado de la centenaria institución de calle Maipú.
El hilo invisible que ata aquella inauguración de la etapa escolar y el presente, con varios que se arriman desde lo alto, contiene la calidez que sembraron los hermanos Rafael, José, Jorge, Alfonso María, Aquiles, Genaro y Adelsio Celestino Delfabro - quien antes de la última reunión apareció a través de un video de WhatsApp con vitalidad y alegría encantadora- y el deseo de seguir estirando la vida, como inspirara Lima Quintana, encendiendo la ilusión y los rosales para recorrer toda aquella magia.
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