23 de diciembre de 2019
Como suele enseñarse, saberse y escribirse pueden
encontrarse muchas referencias sobre que la navidad (en latín: nativitas,
'nacimiento') es una de las festividades más importantes del cristianismo,
junto con la Pascua de resurrección y Pentecostés. Esta solemnidad, que
conmemora el nacimiento de Jesucristo en Belén, se celebra el 25 de diciembre
en la iglesia católica, en la Iglesia anglicana, en algunas comunidades
protestantes y en la mayoría de las iglesias ortodoxas.
En cambio, se festeja el 7 de enero en otras Iglesias
ortodoxas como la iglesia ortodoxa rusa o la iglesia ortodoxa de Jerusalén, que
no aceptaron la reforma hecha al calendario juliano para pasar al calendario
conocido como gregoriano, nombre derivado de su reformador, el papa Gregorio
XIII. El 25 de diciembre es un día festivo en muchos países celebrado por
millones de personas en todo el mundo y también por un gran número de no
cristianos.
Es frecuente en algunas regiones o países que algún
personaje visite a los niños para darle regalos bajo el árbol de la navidad.
Aparte del origen cristiano de la navidad esta fiesta ha ido mezclando su
carácter religioso con la tradición de la convivencia familiar debido en gran
medida a la popularidad de esta celebración y a la mercadotecnia.
En el siglo XIX fue cuando la navidad empezó a afianzarse
con la motivación que tiene hoy día. Se popularizó la costumbre de intercambio
de regalar tarjetas de navidad que ello con el tiempo la mercadotecnia (en
especial la norteamericana) aprovecharía para expandir la navidad por el mundo
dándole carácter distinto al religioso y con temas que poco o nada tienen que
ver con la tradicional celebración navideña. Nuestra intención de momento
debiera ser volver a recuperar aquellos principios esenciales que dieron origen
a esta festividad.
Según Stella Maris Wiaggio las narraciones de Lucas (1,26-28
y 2,1s) y de Mateo (1,18-25) manifiestan con claridad, por un lado, que la
maternidad de María no es obra de José sino del Espíritu Santo y, por otro
lado, que Jesús -por medio de José- es legalmente hijo de David. Siguiendo a la
autora José conoce por el ángel el misterio de la concepción virginal y recibe
de Dios el ministerio de adoptar como padre legal al hijo del pueblo elegido.
Jesús, sin embargo, es impropiamente hijo de José. De modo propio Jesús no
tiene otro padre que Dios y su madre real es María.
Para Wiaggio José, por su actuación de abandono en las manos
de Dios, nos permite descubrir que en Dios obra la salvación más allá de
nuestros planes y de nuestra capacidad. Como en otros tiempos Dios hizo brotar
la salvación y la vida en senos estériles (Sara, Ana, Isabel...) para hacerlas
luego brotar del seno virginal de María fecundado por el Espíritu Santo. José
lo sabe. Cuida el misterio de Dios. Se entrega al misterio y lo adora hecho
vida en Belén junto a María. Ella es madre real y plena. Él es sólo padre
legal. El misterio queda guardado en su corazón y en el corazón de su esposa.
Un misterio de amor y ternura tan grande que, para vivir, hoy necesita todos
los corazones de la historia humana.
José se entrega al misterio de Dios. En navidad recordemos
con afecto a José en Belén. Los pastores que recibieron la noticia del
nacimiento por medio del ángel "fueron rápidamente y encontraron a María, a
José y al recién nacido acostado en el pesebre". La tradición cristiana ha
relacionado esta adoración navideña con la adoración de los Magos, adoración
llena de luz y de gozo (cfr Mt 2,10s).
La mencionada autora nos introduce además en una acotada
síntesis de Pablo VI cuando nos dice que esta celebración también puede
aplicarse a la realización de un pesebre viviente incorporándole esta u otras
características semejantes que asuman la reflexión, la revisión de vida, el
gesto concreto de compartir e insertar la experiencia de la Natividad en el
tiempo presente.
"Es necesario recuperar la verdad de la navidad", Juan Pablo
II, 1981. Hoy es un verdadero desafío para la comunidad cristiana volver la
mirada y el corazón hacia la verdad de la navidad: Dios que se hace hombre por
amor a los hombres. La celebración navideña debe recuperar entre los cristianos
su significación auténtica y su gozo exultante para que puedan proclamar una
"buena noticia" a todos los hombres: Dios nos ha hecho cercano en Jesucristo,
Hijo de Dios, Salvador del mundo.
Urge re-significar los símbolos navideños para aproximarnos
adecuadamente al misterio de la Encarnación y dar a conocer a los hombres, en
la encrucijada del tiempo, el mensaje de salvación. El Hijo de Dios volverá a
mostrar su rostro humano lleno de amor y ternura en el Niño de Belén.
Demostrará, una vez más, su amor sin arrepentimiento por nosotros a pesar que
seguramente tendrá que volver a nacer en un pesebre porque su madre no
encontrará en el mundo un albergue para darlo a luz un corazón que lo cobije.
Por su lado Mónica Masdeu nos sugiere que esta navidad
traiga a nuestras vidas a quien realmente necesitamos: a Dios. Que sus promesas
nos animen a vivir de una manera diferente que apreciemos el valor de su sangre
en la cruz para rechazar toda tendencia mundana y que florezca en nosotros el
espíritu de bondad y generosidad rico en amor y dotado de toda la paciencia que
recibimos en el bautismo. Recordemos que para estar de pie en la vida tendremos
que estar de rodillas ante Dios.
Que el Señor les conceda su paz inmensa en abundancia.
Seguimos unidos espiritualmente por la oración. ¡Feliz navidad para todos! Para
finalizar no olvidemos que son épocas y fechas, entonces, para abrir
auténticamente nuestros corazones y en comunidad, es decir en comunión. Buscar
cada día ese mensaje de amor, humildad, prudencia, y esperanza que han sido
grabados en nuestro espíritu.
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