25 de marzo de 2019
por
Mauro Carlucho
Salir a la calle con dos mangos en el bolsillo. La ropa
vieja. Rasgada. El sol en la cara, invita. Pero nunca alcanza. Miguel sueña con
volver a la esquina de Paz y España. Ofrecer estampitas, encendedores, lo que
haya a mano. Quiere volver a la adrenalina. Volver a vivir.
Su cara aparece en Facebook, amigos en común comparten la
historia de Miguel Aramberri. Un
vecino que está transitando un mal momento y pide ayuda a los gritos.
El "personaje" llegó hace 30 años de San Francisco de
Bellocq, pueblo rural próximo al cruce de las rutas provinciales 72 y 73.
Partido de Tres Arroyos y cercano al balneario de Claromecó.
El pueblo, que tenía 523 habitantes en el último censo del
2010, posee una escuela primaria, una escuela secundaria y un jardín de
infantes.
En la infancia aprendió a montar en caballo, arriar vacas y
demás trabajos rurales. Pero sufría seguidos ataques de asma que lo volvían
frágil como un cristal. Su madre debía asistirlo en eternas madrugadas de
llantos desconsolados.
Padre, empleado municipal. Madre, ama de casa. Dos hermanos
más y una vida tan normal como se podía vivir en la década del 70, en la
llanura bonaerense.
Saliendo de la adolescencia, las cosas se pusieron ms
difíciles con una tiroides que no fue tratada a tiempo y le fueron sacando
fuerza en las piernas.
"A los 18 años comencé
a debilitarme y a los 20 quedé definitivamente en la silla de ruedas. Me decían
que con una buena rehabilitación podría volver a caminar pero nunca lo pude
llevar adelante. No tuve el apoyo necesario, yo no pude. No se dio. Ahí en seguida había estado en
rehabilitación y me invitaron a jugar al básquet en silla de ruedas, pero en la
ciudad de Bahía Blanca. Yo nunca fui de aflojar. Nunca la tuve fácil y siempre
me he levantado", dice acostado en una cama del Hogar Santa Rita, de 4 de
Abril al 1300.
Lo que cuenta no son anécdotas, son historias presentes.
Desde la década del 60 que la viene remando. No paró nunca. "Cuando quedé en la silla me empecé a dedicar a la venta ambulante.
Algo tenía que hacer. Primero me fui a Tres Arroyos y así llegué a Tandil. Vine
a fines de los 80 a vender tarjetas de navidad junto a otros amigos que también
estaban en silla de ruedas. Ahí descubrí que no era broma eso del clima, que
favorecía a los enfermos de asma. No tuve ningún ataque en los 11 días que
estuvimos en la ciudad. Me gustó la ciudad. Hubo amor a primera vista. Al poco
tiempo dejé todo y me vine para acá", así comienza la relación de un hombre
que estuvo más de 30 años rodando las calles en busca del mango que alimenta la
rueda.
"Al principio fue muy
duro. Estuve un mes durmiendo en la terminal. Me tiraba en la plaza del centro
también. Donde se podía. Le metía a la venta ambulante. En los semáforos.
Primero estuve muchos años en la puerta de Casa Tía. Ahí en 9 de Julio. 15 años,
hasta que vino Supermercados Norte y no quería gente en la puerta. Era uno más
del staff de empleados. Recuerdo que tenía una mesa casera, que apoyaba en la
silla, y vendía condimentos, ajos, especias, encendedores, estampitas. Me las
rebuscaba. Fueron tantos años que la gente me empezó a conocer. Todo el mundo
se acuerda de mí, pero cuando llegué no me conocían ni los perros", se ríe
a pesar de todo.
"Valió la pena el
esfuerzo. Tanto sacrificio. Siempre en la calle. Después fui a la esquina de
Paz y España y ahí me quedé. Uno se aquerencia en el lugar. Los vecinos de la
esquina me tratan bien. De los negocios me llevan un cafecito en invierno o un
mate. Además, quedarse en un punto a uno lo ayuda. Ya saben que te van a
encontrar ahí. Te referencian. Para ese entonces vivía en una habitación del
Hotel Kaiku (histórico hospedaje de la esquina de Mitre y Paz) y me quedaba
bien a mano", agregó Aramberri mientras acomoda las frazadas de la cama.
A Miguel también le gusta escribir. Es un escape. Inventa
mundos hermosos y poéticos. Hace unos años intentó con una revista que tituló
"Sentimientos". La idea era reunir fondos para un viaje a Cuba que lo ayude en
la rehabilitación. Después otro amigo de una radio local, lo ayudó a grabar un
CD de poemas. Los emprendimientos no tuvieron el éxito económico esperado pero
fueron liberadores para Aramberri. Descubrió un nuevo universo.
"Voy a seguir
insistiendo con la escritura. Me gusta y me hace bien. Es como una terapia. Mi
sueño es presentar un libro en la Feria de Tandil", contó sobre esta
faceta.
Siempre cuesta arriba. Remando contra la corriente. Con una
magra pensión que nunca alcanza. Deambulando por incontables pasillos
gubernamentales exigiendo derechos que quedan escondidos en los cajones.
"Es la historia de mi
vida. Ya perdí el número de las operaciones. Primero la tiroides. Después una
hernia. Hace un par de años volví al pueblo para el cumpleaños de mi madre. Se
me caían las lágrimas. Bellocq no era el mismo que dejé hace 30 años. Encima
tuve un accidente en casa y terminé postrado en esta cama. Se me complicó todo,
porque no puedo salir a trabajar y me vine abajo. Salió esta posibilidad del
Hogar Santa Rita a través de Desarrollo Social de la Municipalidad y estoy
tratando de salir adelante. Cuando me dijeron, al principio, de venir acá. No
me gustó nada. Me daba tristeza. Pero enseguida me trataron bien, me cuidan.
Ahora estoy cómodo. Necesito tener una enfermera cerca para que me ayude con
las sondas y las curaciones. Yo a la mañana les pongo música y trato de que
haya un lindo ambiente en la pensión", describió.
El Santa Rita es un caos organizado. Abuelos en el sillón
mirando la tele (o la nada), otros intentan dormir en un cuarto con las puertas
abiertas de par en par. Es imposible a esta hora. Las encargadas limpian,
hablan a la pasada con una abuelita que no escucha muy bien. Hay olores. Si.
Hay que acostumbrarse. Por los pasillos desfilan Macoco, Charly y otros tantos
personajes simpáticos del pueblo. Viven en comunidad. Se pelean de tanto en
tanto, en una tensa armonía.
"Yo quiero volver a
trabajar, necesito dinero para poder seguir viviendo. No voy a bajar los
brazos. Por eso escribo por las redes y a los diarios pidiendo ayuda. Al
principio necesitaba una silla nueva. Ahora la conseguí pero me hacen falta dos
baterías, sino puede que me quede varado en alguna calle. Estoy más cerca, pero
falta acondicionarla. Además, necesito dinero para comer y para ayudar en la
pensión. La gente de Tandil siempre ha sido muy buena conmigo. Me han ayudado
un montón. Por ahí me enojo y reniego cuando no consigo lo que quiero, pero
quiero dejar en claro que estoy muy agradecido con toda la gente de esta
maravillosa ciudad", repite con énfasis.
Para ayudarlo pueden visitarlo en el Hogar (4 de Abril 1365) o escribirle al teléfono 2494317549. También por Facebook. Está todo el día con la computadora enfrente de sus ojos. Es su medio de contacto con el exterior. Busca chucherías para revender. Lee las noticias. Rastrea el amor en algún chat perdido del ciberespacio. Sueña con volver a la calle. Seguir andando.
COMPARTE TU OPINION | DEJANOS UN COMENTARIO
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.
Solo suscriptos
Solo suscriptos
24 de junio de 2025
Solo suscriptos
Solo suscriptos
24 de junio de 2025
Solo suscriptos
Solo suscriptos
24 de junio de 2025
Solo suscriptos
Solo suscriptos
24 de junio de 2025
Solo suscriptos
Solo suscriptos
24 de junio de 2025
Solo suscriptos
Solo suscriptos
24 de junio de 2025