Opinión

El sendero perdido de una sociedad sin paideia

18/04/2018

Simplemente con la intención de aportar, con limitaciones, en un marco de auténtica responsabilidad cual es la dimensión que abarca lo que denominamos educación.

por
Juan Ángel Alvarado

"La cosa más difícil de todas es aprehender la invisible medida de la sabiduría, única que lleva en sí los límites de todas las cosas". Aristóteles

Simplemente con la intención de aportar, con limitaciones, en un marco de auténtica responsabilidad cual es la dimensión que abarca lo que denominamos educación.

Así pues, definimos primariamente el concepto de Paideia. Es una palabra griega que significa educación designando con ello la plena y rigurosa formación intelectual, espiritual y atlética del hombre. Con inclusión del sentido de formación del espíritu humano se dotaba al hombre de un carácter verdaderamente humano.

El filósofo alemán Werner Jaeger nos invita a inspirarnos en la historia para entender bien la paideia: Los antiguos pensaban persuadidos que la educación no constituía una teoría abstracta o un arte formal distinto de la estructura de la historia, objetivo espiritual de una nación. Pensaban que el resultado de ese quehacer era la expresión de toda cultura superior.

Hasta aquí la génesis que nos lleva sin lugar a dudas a preguntarnos: ¿cuándo hoy hacemos referencia al concepto educación tenemos al menos la mínima información de lo que -aquí y ahora- nos informan distintos organismos internacionales y profesionales ocupados y preocupados por la situación que está atravesando esta vital actividad?

Cuestión abordada desde distintos sectores con excesiva simplicidad e inexplicable reduccionismo y falta de compromiso entre otras cuestiones que ni siquiera llegan a considerarse. Hoy nos ponen frente casi a una aporía.

Compartir la información que nos brindan, con el ineludible propósito de buscar entender, comprender y encontrar los medios de resolver es un desafío incumplido. Es lo que aguarda la sociedad de quienes deben dar la respuesta más allá de los intereses, siempre de algún modo retardatorios, que nos oriente hacia una identidad perdida.

La concepción convencional, a menudo un tanto confusa, de cómo aprenden las sociedades suele comenzar con uno o más centros de competencia concentrada en cuanto originadores de nuevos descubrimientos, teorías, creencias y soluciones. Estas nuevas ideas se difunden luego a círculos más amplios de gente y a la población en general. Este modelo de aprendizaje social distingue dos fases sucesivas: una de descubrimiento claro y otra de no tan clara difusión. Las funciones que las personas cumplen en este proceso están igualmente diferenciadas: unos inventan y otros asimilan. El papel de la sociedad en general quedó reducido a adaptarse y consumir los descubrimientos y conocimientos producidos en ciertos centros de competencia. Resulta fácil ver que esta concepción implica más enseñanza que aprendizaje.

La consecuencia inevitable de tal concepción sobre el aprendizaje social es elitismo, tecnocracia y paternalismo. Se pasa por alto el hecho de que el sentido y los valores -decisivos ambos para el aprendizaje- son producto de la sociedad en general y no de ciertos centros especializados. A pesar de sus ventajas técnicas los sistemas de conocimientos, tecnologías, destrezas y teorías producidos por tales centros contienen deficiencias consustanciales: con demasiada frecuencia se encuentran alejados del contexto social. Tienden a reproducirse a sí mismos de acuerdo con su propia lógica interna. Tal desarrollo autónomo y autorreproductor explica en parte el hecho de que una proporción tan elevada del aprendizaje social esté constituida por el aprendizaje de mantenimiento.

Algunos puntos que deberíamos tener en cuenta para no desviar la búsqueda:

·             Erradicar la pobreza y satisfacer, a la mayor brevedad posible, las necesidades humanas básicas tanto materiales (alimentación, salud, vivienda y empleo) como no materiales (alfabetización, escolarización universal y derechos humanos).

·             Mentalizar a la población del condicionamiento y manipulación estructural de su conducta con el fin de reducir el elitismo del aprendizaje resultado de los controles sociales y políticos sobre la selección no participativa de los objetivos del aprendizaje.

·             Ayudar a las personas a situarse (en vez de dejarse situar) con respecto a la sociedad al tiempo y al espacio así como a lo que necesitan saber.

·             Respetar la identidad y diversidad cultural, reconociendo las necesidades de la totalidad.

·             Idear nuevas normas y disposiciones participativas con el fin de facilitar el intercambio de conocimientos y técnicas a escala nacional e internacional. Tal participación supone por fuerza algún tipo de redefinición o disolución del poder así como la reconsideración de ciertas atribuciones clásicas de la soberanía que se han quedado anticuadas.

El aprendizaje anticipatorio y participativo son operativas en si mismas pues tomadas en serio significan que la enseñanza y el aprendizaje pueden empezar desde este momento a aplicarlas o ponerlas en práctica. Padres, profesores, directivos, administradores, líderes políticos -en suma, todos los educadores- pueden de inmediato adoptar las nuevas actitudes y modificar su conducta presente.

En particular, que la formación del docente puede contemplar o restaurar el papel del profesor, hoy día con demasiada frecuencia un especialista y un mero instructor, en tanto que ejemplo inteligente y moral para el alumno, y como catalizador y director del proceso de aprendizaje del estudiante, enseñándole a aprender y a participar. Los medios audiovisuales y las máquinas de enseñanza constituyen instrumentos poco convincentes de enseñanza y aprendizaje, pues no plantean ningún reto a la creatividad y la participación aunque pueden ayudar a los profesores a acelerar o incrementar el volumen de aprendizaje. La alegría de aprender, de aprender a lo largo de toda la vida, en tanto que vía humana de desarrollo, debe ser reintroducida de nuevo en el aprendizaje y en concreto en la educación formal. El propósito y el sentido del aprendizaje deben ser inculcados de nuevo.

Ayudar a transformar una interdependencia de hecho en solidaridad deseada es una de las tareas esenciales de la educación. A este efecto, debe lograr que cada persona pueda comprenderse a sí misma y a las demás mediante un mejor conocimiento del mundo.

Para que cada uno pueda comprender la complejidad creciente de los fenómenos mundiales y dominar el sentimiento de incertidumbre que suscita en primer lugar debe adquirir un conjunto de conocimientos y luego aprender a relativizar los hechos y a tener espíritu crítico frente a las corrientes de información. La educación manifiesta aquí más que nunca su carácter insustituible en la formación del juicio. Favorece una verdadera comprensión de los hechos más allá de la visión simplificadora o deformada que a veces dan los medios de comunicación, e idealmente debería ayudar a cada cual a convertirse un poco en ciudadano de este mundo turbulento y cambiante que está naciendo ante nuestros ojos.

La comprensión de este mundo exige evidentemente la de las relaciones que unen al ser humano con su medio ambiente. No se trata de añadir una nueva disciplina a programas escolares ya sobrecargados sino de reorganizar la enseñanza a partir de una visión de conjunto de los vínculos que unen a hombres y mujeres con su medio y aprovechando conjuntamente las ciencias naturales y las ciencias sociales. Una formación de este tipo también se podría ofrecer a todos los ciudadanos en la perspectiva de la educación durante toda la vida.

El siglo XXI, que ofrecerá recursos sin precedentes tanto a la circulación y al almacenamiento de informaciones como a la comunicación, planteará a la educación una doble exigencia que, a primera vista, puede parecer casi contradictoria: la educación deberá transmitir, masiva y eficazmente, un volumen cada vez mayor de conocimientos teóricos y técnicos evolutivos, adaptados a la civilización cognitiva porque son las bases de las competencias del futuro. Simultáneamente deberá hallar y definir orientaciones que permitan no dejarse sumergir por las corrientes de información más o menos efímeras que invaden los espacios públicos y privados y conservar el rumbo en proyectos de desarrollo individuales y colectivos. En cierto sentido la educación se ve obligada a proporcionar las cartas náuticas de un mundo complejo y en perpetua agitación y, al mismo tiempo, la brújula para poder navegar por él.

Con esas perspectivas se ha vuelto imposible, y hasta inadecuado, responder de manera puramente cuantitativa a la insaciable demanda de educación, que entraña un bagaje escolar cada vez más voluminoso. Es que ya no basta con que cada individuo acumule al comienzo de su vida una reserva de conocimientos a la que podrá recurrir después sin límites. Sobre todo, debe estar en condiciones de aprovechar y utilizar durante toda la vida cada oportunidad que se le presente de actualizar, profundizar y enriquecer ese primer saber y de adaptarse a un mundo en permanente cambio.

Intentando ir poniendo un paréntesis que tendrá que ir abarcando su extensión con el devenir, podemos agregar:

·             La interdependencia planetaria y la mundialización son fenómenos capitales de nuestra época que ya están actuando y que marcarán con su impronta el siglo XXI. Hoy hacen ya necesaria una reflexión global      -que trasciende ampliamente los ámbitos de la educación y la cultura- sobre las funciones y las estructuras de las organizaciones internacionales.

·             El principal peligro es que se abra un abismo entre una minoría capaz de moverse en ese mundo nuevo en formación y una mayoría que se sienta sacudida por los acontecimientos e importante para influir en el destino colectivo, con los riesgos de un retroceso democrático y de rebeliones múltiples.

·             La utopía orientadora que debe guiar nuestros pasos consiste en lograr que el mundo converja hacia un mayor entendimiento mutuo, hacia un mayor sentido de la responsabilidad y hacia una mayor solidaridad sobre la base de la aceptación de nuestras diferencias espirituales y culturales. Al permitir a todos el acceso al conocimiento, la educación tiene un papel muy concreto que desempeñar en la realización de esta tarea universal: ayudar a comprender el mundo y a comprender a los demás para comprenderse mejor a sí mismo.

A modo de una cuestión siempre abierta quisiera compartir en esta provisional conclusión las palabras de la Licenciada en Filosofía Margarita Costa: "Salvo raras excepciones, la educación escolar se desarrolla en la actualidad en forma colectiva y el contacto con los condiscípulos se considera altamente beneficioso para el educando. Es innegable que quien ha de vivir en sociedad debe prepararse para la convivencia y que la escuela es un modelo en pequeño de lo que la comunidad significa para el hombre y exige de él. Aprender a compartir los bienes materiales y espirituales, a deponer el egoísmo natural en pro de una experiencia más rica y satisfactoria, a aceptar la crítica de los demás con espíritu abierto: todo esto debe comenzar temprano para que se puedan adquirir los hábitos mediante los cuales el hombre llega a ser un individuo no meramente gregario sino social en el pleno sentido de la palabra".

Quedan aún varias direcciones y senderos que debemos abrir en esta particular y singular encrucijada de nuestro tiempo: La Educación.

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