Opinión
15/02/2018
Para entender en sus pormenores el conflicto que han entablado Mauricio Macri y Hugo Moyano es conveniente no pasar por alto en qué circunstancias se desenvuelve y cuál es la relación de fuerzas que separa a los contendientes. Sólo al tener presente los puntos que calzan y el terreno que pisan, el cuadro de situación estará completo. Lo que sobresale, en primer lugar, es la asimetría notable hallable entre la situación política a la que debe hacer frente la administración de Cambiemos respecto de la situación que atraviesa la economía. Aquella es envidiable mientras esta última deja mucho que desear.
por
Vicente Massot
Aquejado por el virus de la desunión no
sólo a nivel del partido sino también en el frente sindical -y, además, por una
ausencia de dirigentes notoria nunca antes vista-, el justicialismo semeja a un
enfermo que arrastra sus desventuras y desvelos sin demasiadas posibilidades de
revertirlos. El sanjuanino Gioja comanda, sólo en los papeles, un sello de goma
vacío de contenido, de mística y de figuras sobresalientes, con la
particularidad adicional de que
ninguno de los que aspiran a emular a Juan Domingo Perón, Carlos Menem o Néstor
Kirchner, se consideran menos que cualquiera de sus competidores -en lo cual
llevan razón. Por lo tanto, hay tantos caciques como indios dando vueltas.
Mientras no se pongan de acuerdo sus dirigentes y, por fuera de cuanto
podría denominarse la ortodoxia justicialista, siga acreditando su presencia en
el tablero Cristina Fernández, el peronismo no representará un adversario de
fuste para Cambiemos.
Con la viuda de Kirchner y Sergio Massa
-los dos que más votos obtuvieron en las elecciones legislativas de octubre
pasado- ajenos a la estructura partidaria y con pocas ganas de volver y tener
que sentarse como uno más a la hora de las negociaciones, la unidad es una
aspiración lejana. En cuanto a la jefatura única, es de factura imposible. Y
todo sin que el macrismo haya movido un dedo para meter dentro de la ciudadela
peronista un caballo de Troya destructivo. El estado lastimoso del Movimiento
-creado por un militar en 1945- es producto de sus propios errores, miserias e
incapacidad, puestas de manifiesto inmediatamente después de la derrota de
Daniel Scioli.
Tamaña ventaja, con la cual nadie hubiese
soñado dos años atrás, no es absoluta. Transcurrida la mitad del mandato para
el que fue elegido Mauricio Macri, la economía no termina de arrancar. No es
del caso introducirnos en un análisis de los números públicos y de la evolución
de las finanzas -que se puede leer con provecho en las secciones adjuntas- para
darnos cuenta de las dificultades que ha encontrado el gobierno al momento de
combatir la inflación, bajar el gasto público, reducir el endeudamiento y
atraer inversiones externas. Esto sin contar el descontento que ha generado en
una gran parte de la población la reforma del sistema provisional. Al respecto,
la caída en la imagen del presidente y el cambio en las expectativas de la
gente -tal como lo registran todas las encuestas conocidas en el curso de las
últimas semanas- no dejan lugar a dudas.
Hasta aquí, descripto a grandes rasgos el
campo de batalla -con sus pros y contras- donde se halla ubicado el macrismo
para la pelea ya comenzada y que amenaza escalar hasta alcanzar su clímax el 22
de este mes, cuando Moyano encabece la movilización de todos conocida.
Pasemos revista ahora a la situación del
líder del gremio de camioneros. Por de pronto el movimiento obrero organizado
es un completo desorden. A semejanza del ala política del peronismo, está
dividido al menos en cuatro banderías sin demasiadas ganas de unirse. Al
acto que se llevará a cabo en la intersección de las avenidas Belgrano y 9 de
Julio no asistirán ni los Gordos ni los independientes. Faltarán a la cita la
UOM y los ferroviarios. En punto a los movimientos sociales, todavía no han
dicho esta boca es mía. Como muestra de la fractura, la radiografía no puede
ser más ilustrativa.
Pero no acaban en la citada fragmentación
los problemas de Hugo Moyano. Tiene seis causas abiertas en la Justicia en
donde los delitos que se entrecruzan no tratan de riñas callejeras, robo de
gallinas o intimidación pública. Los cargos que eventualmente caerán sobre su
persona y uno de sus hijos -cuando menos- son de magnitud y podrían llevarlos a
la cárcel por espacio de años. Es la primera vez que algo así le sucede a la
familia y da la impresión de que, por momentos, el jefe de la misma no es capaz
de controlarse. Sus declaraciones últimas son la mejor demostración de ello.
Perder los estribos no es un buen síntoma. Pablo se ha ido de boca una y otra
vez. Hugo, en cambio, no se dejaba ganar por sus impulsos.
En una disputa a todo o nada el mandamás de
los camioneros no puede torcerle la muñeca a Macri. Ni siquiera está en
condiciones de hacer tablas. Acaso, si es inteligente, le resulte posible dejar
jirones de su poder en el camino y retirarse a cuarteles de invierno con la
cola entre las patas. Si tensa la cuerda lo más seguro es que esta se rompa y
él pierda; por tres razones, básicamente. En primer lugar, sus apoyos son escasos
y algunos de sus pares piensan que los motivos del escalamiento de las
hostilidades en contra del gobierno son sólo por el temor de terminar preso. No
hay detrás suyo, ni mucho menos, un peronismo o un movimiento sindical
dispuestos a respaldarlo a suerte y verdad. Una segunda razón es que su imagen
pública no puede ser peor. Por último téngase en cuenta que la única
herramienta efectiva que tiene -un paro de su gremio, susceptible de paralizar
el país e inclusive desabastecerlo- hoy obraría como un boomerang. Si decidiese
recorrer ese camino, en menos de 24 horas tendría el sindicato intervenido y
las posibilidades de que un juez ordenara su detención se acrecentarían en
proporción geométrica.
Moyano tiene infinitamente más que perder
que Macri. Llegado a esta instancia y convencido de que existe una suerte de
conspiración, fogoneada por el gobierno, para que vaya a hacerle compañía a
Julio de Vido, no está en condiciones de retroceder antes del 22. Si
dejase sin efecto la movilización o se desdijese de la bravuconada verbal
que ensayó a expensas del gobierno, perdería el consenso del que goza entre sus
seguidores. De modo tal que en las dos semanas que faltan, difícilmente dé un
paso atrás. El inconveniente que enfrenta es que en su estrategia no parece
haber retroceso ninguno tampoco después del 22. Esta metido, pues, en una
batalla que no puede ganar.
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