PERSONAJE DE LA SEMANA
10/01/2018
La historia de Alfredo Cicopiedi está emparentada a este deporte. Hace más de 50 años que vive y respira boxeo. Primero fue adentro del ring, luego como entrenador, árbitro, organizador y desde hace más de 20 años como periodismo especializado: "Esto es mi vida y si volviera a nacer, haría lo mismo", sostuvo. Un Personaje con todas las letras.
por
Mauro Carlucho
Nació el 28 de febrero de 1949 y se crío en el barrio Los
Nogales. A pasitos del Calvario. De su infancia recuerda la amistad con Facundo
Cabral en la Escuela N°7 y su primer trabajo como canillita.
Según sus palabras tuvo "una
infancia dura, pero feliz". En la casa faltaban muchas cosas materiales,
pero sus padres se deslomaron para que los 11 hermanos pudieran ser alguien en
la vida.
"No quedaba otra que
salir a buscar el mango. Había que ayudar en la casa", dijo. Por eso salió
a vender diarios. Luego, junto a su padre, entró en el mundo de la
construcción.
Alfredo recuerda llegar a su casa y escuchar a su padre
tocar el bandoneón. Ese sonido permanece inalterable en su memoria. Quizás al
igual que las ovaciones en el Club Santamarina, donde la gente reventaba las
tribunas para verlo pelear.
El boxeo está en su
ADN. Por parte de su madrera, los Sagrera fueron grandes exponentes del
pugilismo local. Y su padre también tuvo alguna intervención en el campo
amateur. Cuenta la historia, que ya en época escolar, Alfredo Cicopiedi se
ponía en guardia para la foto tradicional.
Las primeras peleas las tuvo en la calle o en la escuela.
Pero su primer acercamiento al boxeo fue a los 14 años, cuando junto a unos
amigos se mandaron para el histórico gimnasio del Club Santamarina.
Alfredito quedó prendido de inmediato. Además tenía pasta.
Por eso lo invitaron rápidamente para su debut ante el gran público. Solo tenía
15 años cuando pisó el ring que habían engalanado Daher, Angerami, Pendas y
tantos otros.
Su tío Miguel Yeye Sagrera lo miró fijo: "Si te animas,
subí; si no, largá todo", le dijo. "¡CIaro que me animo!", le respondió
emocionado.
Sus padres nunca se opusieron a que fuera boxeador. Solo le
recomendaron que se lo tome en serio y no se dedique a la joda.
Así fue, como ese sábado 17 de octubre de 1964, comenzó su
carrera pugilística. Hizo 102 peleas como amateur y 82 como profesional. Tuvo
altos y bajos. Peleas buenas y malas. Pero siempre dio todo. Así logró ganarle
a tipos renombrados y campeones argentinos.
En nuestra ciudad se respiraba boxeo. Cuentan los
especialistas, que el punto de comienzo fue la histórica pelea entre Miguel
Ángel Firpo y Jack Dempsey. A partir de allí se popularizó este deporte como
nunca antes.
"Lo mío era pura
pasión. Me levantaba a las 5 de la mañana y me iba corriendo hasta la Base
Aérea. En el medio, paraba frente al parque industrial y hacía abdominales.
Luego volvía, me bañaba, desayunaba y me iba a laburar a la obra. A la tarde
iba al gimnasio para hacer bolsa o guantes. Terminaba muerto, pero así le pude
ganar a tipos como Dilela. Que venía de vencer a Nicolino Locche", recordó.
También tuvo un paso por Buenos Aires, invitado por el gran
maestro Roberto Palavecino. Durante un tiempo se entrenó en el Luna Park, junto
a los nombres más encumbrados del país. Hablamos de Ringo Bonavena, el citado
Locche y Víctor Galíndez. "Más de una
vez hice guantes con Nicolino. De verdad que era imposible pegarle. Y mirá que
le tiraba por todos lados. Pero no lo podía agarrar. Además te trababa los
brazos como nadie. Fui un afortunado de vivir aquel tiempo", indicó ante el
grabador de El Diario de Tandil.
Su última pelea la hizo en Tunuyan, Mendoza, cuando corría
el año 1981. Pero no le dejó tiempo al duelo y se puso a trabajar en su casa,
en el Club Santamarina: "Rápidamente
llegué a tener más de 30 púgiles, entre los cuales había amateurs y
profesionales. Lamentablemente por aquellos años comenzó una debacle en este
deporte y se hizo difícil sostenerlo", se sinceró.
Después se dedicó al arbitraje y más adelante comenzó a
organizar festivales. Fue el primero en organizar una pelea de mujeres en suelo
tandilense y llevó el boxeo a los barrios. Ahora, y desde hace más de 25 de
años, se dedica al periodismo especializado. Desde su revista Puños Bonaerenses
y desde la radio, sigue la carrera de todos los púgiles locales y de la
zona.
No puede vivir fuera del boxeo. Es como el aire que respira.
Recuerda cada nombre y cada pelea. Los fallos del jurado. Asombra escucharlo
hablar. "Pasa que si lo vivís, no te lo
olvidas más. Y yo veo más de 40 festivales por año. He recorrido el pais junto
al boxeo", esgrimió.
Dice que ahora faltan maestros. Cada tanto aparece alguna
perla, pero no hay continuidad. "Este
deporte se da por contagio. Pasó con Villarruel y hace poco con la cobrita
Rueda. Los chicos vienen al gimnasio y algunos se enganchan. La mayoría lo hace
por hobby, pero si después te pica el bichito terminas arriba del ring. A Rueda
le pasó algo parecido. Su padre lo llevó al gimnasio para sacarlo de la calle y
terminó peleando en Las Vegas. Me da lástima decirlo, pero lo seguí siempre y
al final me perdí la pelea de Las Vegas. Pueda ser que tenga otra chance, ahí
sí que no me lo pierdo", dijo entre risas.
Ha recibido reconocimientos en Mar del Plata y alguno que
otro en Tandil, pero siente que la ciudad no valora a sus deportistas. Siente
que tiene mucho por aportar. Experiencia y amor. El boxeo es su vida y nadie se
atreva a dudarlo.
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