PERSONAJE DE LA SEMANA

Sensible como su arte y noble como el granito

20/12/2017

Del Pino es un embajador de nuestro patrimonio. Heredó la sabiduría de maestros como Alfredo Fadón o Jesús Duarte y fue uno de los "padres" del Taller de Picapedreros y Escultores de Tandil. Su obra está marcada por la tradición y la continuidad, guardando un respeto absoluto por la piedra y el oficio.

por
Mauro Carlucho

Dentro de millones de años, cuando poco quede de este Tandil actual, quizás algún habitante de este planeta encuentre una piedra trabajada por Eduardo Rodríguez del Pino. Ese es el alcance de este arte eterno.

Las piedras de granito que los picapedreros trabajan desde el siglo XIX tienen millones de año. De allí la nobleza del material.

Del Pino tuvo su primer acercamiento cuando vino a Tandil en la década del ?90. Este cordobés llegó desde La Plata, donde estudió escultura y se formó en el arte. En aquella época quería rumbear para el norte, pero terminó de profesor en Tandil, atraído por la  Universidad Nacional del Centro.

Empezó viajando una vez por semana, pero al tiempo se trajo a toda la familia para transformarse un vecino más. Actualmente vive en una hermosa casa de calle Martí. Recorrer el patio es como visitar un museo de arte. En cada rincón encontramos una piedra o una escultura que nos interpela de inmediato.

"Esta casa era de los Techeyro. Vivían el moncho y el pibe. Debe tener un aura especial porque comentan que venía Charly García y tantos artistas que pasaban por Tandil", comentó a ElDiariodeTandil.

No contó que desde chico le gustaba dibujar, pero se imaginaba trabajando en el campo o en contacto con los animales. De a poco se empezó a meter en la Escuela Superior de Bellas Artes y cuando quiso acordar estaba en la facultad.

Luego de recibirse empezó a  girar por varias ciudades hasta que hizo base en Tandil. Aquí encontró un lugar donde plasmar todas esas inquietudes que lo desvelaban.

"Encontrar el granito fue todo un descubrimiento, pero yo siempre digo que lo más importante fue encontrar a los maestros que me enseñaron un poco de su arte. Ellos no se consideraban artistas, pero no creo que haya otro termino para mencionar lo que hacían", explica. Esos maestros eran Fadon, Duarte, Catoni o Ghezzi. Tradicionales apellidos de picapedreros.

Era llamativo verlo a Del Pino junto a Fadón. El primero desde su metro cincuenta contrastaba con la inmensa figura del picapedrero de Cerro Leones. Nuestro artista forjó una gran relación con sus maestros. Seguro vieron en él un tipo honesto que se interesó por esa noble tarea de soñar con piedras. "Compartimos grandes momentos con todos ellos. Estaba fascinado por su trabajo y ellos me decían que no querían ver más piedras, que estaban podridos. Yo sabía que era mentira, porque no podían alejarse un día de su oficio".

"Me enseñaron a hablar con la piedra, a escucharla, a observar por donde va la veta". Le preguntamos como hacía para pensar la figura y respondió que lo marcaba ella misma. "Yo quizás voy con alguna idea o inquietud, pero lo resuelvo conversando con la piedra. Ahí puedo cambiar la idea o seguir mi camino. Son aprendizajes que me quedaron y nunca voy a olvidar. En todo este tiempo nunca sentí que estaba traicionando al granito. Trato de sumar algo muy leve, pero el espíritu está en la piedra", explicó.

Los picapedreros tenían un pensamiento muy racional, otro tipo de relación con la materia. Habían llegado de Europa. Venían de Italia, de España y hasta del Este. Traían consigo sus movimientos libertarios como el socialismo o la anarquía. Era gente que luchaba por sus derechos y organizaron huelgas históricas a comienzos de siglo.

Trabajar la piedra tiene muchas connotaciones. Como dice Del Pino, habla, pero también habla su historia y su tradición: "Yo venía de la academia, de otra cosa, pero ellos tenían el saber popular".

Su trabajo recorrió provincias y países. Recuerda con especial énfasis una intervención en las playas de Cuba. Acá en Tandil encontramos "sus piedras" por distintos puntos. Muchos ubicados en barrios periféricos o alejados. Podemos mencionar el homenaje a Don Alfredo Zitarrosa frente al Bar Paso del Portillo o el lagarto overo que embellece la placita del barrio Movediza. Esta es una posición, su arte no es exclusivo de las galerías o del Mumbat.

La escultura del Lagarto Overo es un trabajo compartido con Duarte. Este lo empezó pero lo dejó a mitad de camino. Un día lo llamó a Eduardo y le pidió que continúe el trabajo en su ausencia. Sabía que le quedaba poco tiempo. Meses después la obra se inauguró en medio de una fiesta popular.

Como decía al principio, quizás Tandil deje algún día de ser este paraíso que nos cobija, pero estén seguros que la piedra estará ahí. Firme como la dejaron los artistas.

Uno de sus mayores orgullosos será el Taller de Picapedreros y Escultores de Tandil. Este espacio nació luego de mucho peregrinar. Tocaron muchas puertas para que nuestra ciudad recupere un centro donde se mantenga vivo este oficio. Del Pino destaca el trabajo que hace el taller, pero apunta que los escultores le ganan espacio al viejo oficio del picapedrero. "No digo que no haya más, porque queda gente como Darío Guayanes o algunos otros que podría mencionar. También quiero destacar lo que hacen jóvenes como Mariana Debaz, Cecilia Pagliaro, Mariana Hoffmann o Cristian Segura, que anda dando vueltas por ahí. Son personas formadas que mantienen vivo el espíritu", detalló.

Damos una vuelta por el taller y quedamos asombrados. Hay obras por doquier. Dibujos, bocetos. "Yo siento que nuestro mayor logro fue rescatar este oficio y el arte. Ahora hay más conciencia sobre los trabajadores de la piedra y conocemos un poco más de nuestra historia. Hoy el tandilense ve las obras, va al taller en la estación y siente al oficio como propio. Eso es fantástico", concluyó.

En medio del paseo se detiene ante una piedra y dice: "Te das cuenta lo que te decía antes. El granito es noble como el quebracho, míralo. Lo lustras y listo. Pasan millones de autos por el empedrado y no pasa nada. Hasta el mármol se comba, pero el granito hay que sacarle brillo y queda hermoso. Es lo más parecido a la eternidad, sentílo. Estas tocando dos mil millones de años. Es muy fuerte eso".

Esa pasión lo pinta de cuerpo entero. Ama su trabajo y a la naturaleza. Él dice ser un aprendiz de aquellos viejos maestros, pero al igual que ellos dejó una marca que nunca nadie podrá borrar.

Entre finales del siglo pasado y primera mitad del actual, se desarrolló en las serranías del sudeste bonaerense, y particularmente en Tandil, una actividad manufacturera de tecnología singular, cuya gravitación socio-económica fue muy llamativa. Era la industria de la piedra. Su expansión coincidió con los planes de progreso edilicio que alentaba la Argentina a partir del afianzamiento jurídico para su inserción en los mercados europeos como proveedora de alimentos y subproductos de origen agropecuario. Centenares de pueblos adoquinaron sus calles y la ciudad de Buenos Aires marchó a la cabeza de esa demanda.

Nario, Hugo. Los Picapedreros. Tandil, Historia Abierta 2. Tandil. Ed. Del Manantial. 1997

"Los adoquines ya se fabricaban en algunas canteras de Tandil, pero la Ley provincial de 1882 y la llegada del ferrocarril al pueblo en 1883 provocaron el gran desarrollo de la industria en la zona. Agustín Rodríguez, un empresario porteño, abrió cantera pocos meses después de la llegada del tren. Un vecino de Tandil, Martín Pennachi era ya por entonces un canterista experimentado. Justino Sabaría constructor del templo parroquial y de la estación de ferrocarril, se vinculó a la actividad pedrera poco después. Abelardo Maderni, construyó, de su bolsillo, la línea férrea que iba desde la cantera La Movediza a la estación. Se sumaron luego en la zona Fidel Giannoti, José Cima, el más poderoso y capacitado de los empresarios del rubro y otros apellidos como Spreafico, Cassini, Papini, Poli, Barbé, Rosello, Tonetta, Bieliza, Seguin, Salvi, Polledo, Carrau, y Fernández, entre otros".

Nario, Hugo. Los Picapedreros. Tandil, Historia Abierta 2. Tandil. Ed. Del Manantial. 1997.

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