PERSONAJE DE LA SEMANA

Alfredo Fadón, el último picapedrero

14/11/2017

Estuvimos en la casa de Don Alfredo, una leyenda de nuestra ciudad. Es portador de un oficio identitario de la tandilidad. Conoce los cerros y sus piedras como si fuera su casa. Compartimos sus anécdotas y sus vivencias. Un #Personaje de la Semana muy especial.

por
Mauro Carlucho

Según explican distintos historiadores, los primeros indicios de la industria picapedrera en Tandil se registran aproximadamente a partir del año 1870. Ya en aquellos años un grupo de italianos enviaba carretas con adoquines a Buenos Aires para la pavimentación de sus calles más importantes.

El gran cambio se produce con la llegada del tren en 1883. A partir de ese momento es posible enviar grandes cantidades de adoquines a Buenos Aires en no más de 10 horas. Es gracias a este medio de transporte que la explotación de la piedra comienza a crecer hasta convertirse en una de las principales actividades de la ciudad. A principios de siglo la actividad llega incluso a convertirse en una fiebre parecida a la del oro.

Para esa época llegó la familia Fadón a Tandil, proveniente de la provincia italiana de Udine. Primero vinieron unos familiares, pero luego se volvieron a Italia para buscar a los restantes. La piedra de Tandil ya era famosa.

Más adelante se sumaron españoles y yugoslavos. La mayoría de los Italianos y Españoles ya conocían el oficio de picapedreros incluso muchos de ellos trabajaban en canteras de piedra o mármol en Europa.

En principio venían los hombres solos y luego cuando estaban más establecidos traían a sus mujeres e hijos que habían quedado en la aldea europea. Así se fueron formando en torno a las canteras pequeñas villas o pueblitos de casillas de madera y chapa, la mayoría con techo a dos aguas y construidas sobre pilotes.

Don Alfredo nació en 1925, en plena época de oro. Es el último picapedrero que vivió la "vieja escuela" y luego "sufrió" la llegada de los explosivos.

"Ahí cambió todo. Nosotros extraíamos la piedra, era un trabajo artesanal. Después con la dinamita fue otra historia. Nuestro oficio perdió valor", explicó a ElDiariodeTandil.

La familia Fadón fue pasando por varios cerros, las mujeres y los niños los visitaban a media mañana o en la tarde, para llevarle algo frío en verano y caliente en invierno.  "En esos momentos que los hombres paraban a refrescarse, los chicos empezábamos a aprender el oficio. Nos peleábamos por agarrar el pincho o el martillo. Estábamos todo el día en contacto con las piedras, buscábamos la veta o la seda para ver donde clavar el pinchote. Era un trabajo lindo", comentó.

Fadón se detiene en las costumbres de aquella época. Recuerda a los picapedreros leyendo los diarios en los tiempos libres. No importaba laburar de sol a sombra, siempre se hacían un tiempo para ver las noticias y discutir los temas candentes.

Habla del cerro Federación y de los Bosques, "Figueroa fue uno de los mejores estancieros que conocí. Una persona muy buena", asevera.

Todo lo contrario piensa de Juan Buzón, intendente en el periodo 1931/1933. "En las elecciones que llegó al poder vino al cerro para pedirnos la libreta. Amenazaba a los inmigrantes y quería hacer fraude con nuestros papeles. Como no se lo dimos nos paró las clases en el cerro. Mi primo entró a votar y lo amenazaron con una ?matraca?. Desde que tengo uso de razón pasan estas cosas", se lamentó.

Trabajaron durante años en Los Bosques. Ahí aprendió el oficio e hizo sus primeros pesos cuando apenas tenía 12 o 13 años. Para esa época se le plantó a la madre y le dijo que iba a dejar la escuela.

A los 15 ya laburaba como un hombre. El mango venía bien para la casa. De a poco empezaba a flaquear el trabajo y había que poner el lomo.

A fines de la década del ?30 se comienza a utilizar hormigón y concreto asfáltico para la pavimentación urbana. Con ello cayó la demanda de adoquines, cordones y granitullos de piedra. La producción se volcó a la piedra triturada. Las canteras debieron despedir gente y muchos empresarios quebraron. Muchos de sus obreros emigraron a la ciudad de Mar del Plata a trabajar en las canteras de piedra blanca. Fadón fue uno de ellos. Ya había hecho una experiencia fuera del núcleo familiar y no dudó en irse nuevamente. Un poco le gustaba la experiencia. Se sentía cómodo con el oficio.

Su tarea en la piedra se vio interrumpida drásticamente cuando recibió una carta de su madre. Solicitaban su presencia en el Servicio Militar. Creanme que esta historia con las FFAA es para otra nota. Cruzó Los Andes a pie colocando torres entre la montaña.

No había vuelto nunca más a su casa y un día los liberaron en el medio de la Patagonia, sin un peso en el bolsillo. Llegó como pudo a Tandil y enseguida volvió al ruedo.

El oficio de picapedrero ya era otro, su espíritu se centraba en el corte de bloques de distintos tamaños y formas, según su destino; algunos de ellos se dedicaban a realizar terminaciones más finas o elaboradas, como las que pueden observarse en el exterior del Palacio Municipal.

Ahora metían dinamita y estallaban la piedra. La tecnología abusó de aquellas artes que los extranjeros supieron transmitir a sus hijos.

Fadón estuvo toda la vida ligado a la piedra. Trabajó en cerámicas, para empresas de Buenos Aires y de donde lo contraten. Su saber no se conseguía en todos lados.

También apostó por la carne y el campo. Siempre cerca del cerro.

Hoy, con 91 años, cuenta orgulloso que trabajó en las escalinatas del Congreso de la Nación, sacó piedras para el Calvario y recuerda los pedidos del cura Actis.

"Otro trabajo que recuerdo con orgullo es en el Hotel Provincial de Mar del Plata, me llevaron porque no encajaban bien las piedras". Recién aquí uno dimensiona su obra. Su arte es silencioso, pero eterno.

Con el tiempo se fue alejando de a poco. Recién a los 84 años se consideró retirado. Pero cuando puede, busca con su ojo clínico esa veta en la piedra.

El Taller de Picapedreros es otra de su obra, junto a otros entusiastas. Allí sembró saberes que hoy todavía perduran. "Ellos ya no sacan las piedras del cerro, pero luego la trabajan muy bien. Su trabajo es más artístico y lo nuestro era más artesanal. Solo teníamos el pincho y el martillo".

Hay libros y hasta una película que cuenta su historia. Hay jóvenes que rescatan su leyenda y quedará con nosotros por mucho tiempo más. El oficio de picapedreros es identitario de los tandilenses. Nos lo recuerda el empedrado, las esculturas y los edificios que cuentan con granito en su estructura.

"Me han hecho muchos homenajes, me siento reconocido por mi pueblo. Quiero agradecerle a todos por el apoyo, sobre todo a mi señora que nunca agarró el martillo pero siempre fue mi sostén en la vida", finalizó.

Hombre de Piedra

(A Alfredo Fadón)

Cuñado, pido permiso, quiero hablar de tu pasado,

Las piedras que has trabajado, pa?poder comer un guiso;

Muchas veces fue preciso, trabajarlas con hambruna,

Ellos que fueron tu cuna, donde aprendiste el oficio

A fuerza de sacrificio,  con la esperanza en ayuna.

 

Desde chico trabajaste con los canteristas viejos,

Te quedaron sus consejos bien granados en tu mente,

Vibró tu brazo caliente por el peso de la maza,

Y en el cerro esta la traza que dejaron tus pinchotes,

En bochones tan grandotes de la altura de tu raza.

 

Preparás las herramientas como el mejor artesano,

Sino que miren tus manos que van a sacar las cuentas;

Parece que se revienta ese dedo machucado,

Y si por ahí has contado, como te diste el mazazo,

Te dirán que es un bolazo de canterista agrandado.

 

Hoy te escuchan asombrados, por lo mucho que sabes;

No sos hombre con revés, tenés prestigio ganado.

Nunca estuviste entregado por dura piedra que sea,

Le das vuelta y donde veas la veta que cruza el liso,

Con el pinchote preciso se termina la pelea.

 

Es arte y es un honor las piedras que trabajaste,

La guitarra que tallaste recordando a algún cantor.

Se nota cuando hay amor, sentimiento y humildad

Te acompaña la bondad, como refleja tu cara,

y tu hombría de tacuara, tiene fibra y calidad.

Nicodemo Vicente Mazzone

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