PERSONAJE DE LA SEMANA
25/10/2017
Este hombre guarda verdaderos tesoros en su taller de Villa Italia. Pero si miramos un poquito más en profundidad, descubriremos que su pasión por los autos de juguete está atada a una infancia feliz, casi idílica. "Nuestra verdadera patria", según la describió el poeta Rainer Maria Rilke. Les presentamos un nuevo #Personaje para recordar viejos tiempos y, porque no, reflexionar sobre la niñez y sus juegos.
por
Mauro Carlucho
Hay que tener en cuenta que los juguetes son los guardianes de la memoria, ya que
crean un vínculo sentimental entre la persona y su infancia vivida.
Muchos adultos guardan sus juguetes para recordar momentos
de felicidad, pero sobre todo para recordar a personas y familiares
significativos en sus vidas. Los juguetes constituyen un vínculo de continuidad
vital: unen el pasado con el presente. A través de ellos recordamos los
momentos de juego compartido y los momentos afectivos con amigos, compañeros y
familiares.
Por eso muchos mayores guardan cuidadosamente algunos
juguetes de su más tierna infancia. De hecho, los juguetes que guardan son muy
variados (soldaditos de plomo, muñecos y muñecas, juegos de mesa, autitos a
piolín ?etc).
Los juguetes son, han sido y serán importantes escenarios
para la socialización. De allí la crítica a la moda de los videogames y juegos
que promueven la individualidad.
Actualmente, los mayores de en torno a 50 años, se recuerdan
con sus amigos en la calle como espacio principal de juego. Por contra, los
niños actuales quedan confinados en el hogar o sometidos a mil tareas diarias
para llenar el día. En el peor de los casos, en constante soledad.
Esa patria o ese paraíso perdido es el motor de Carlos Rolandi. Desde hace 40 años
fabrica artesanalmente vehículos de madera, a escala. De los que se tiran a
piolín e invitan a correr por los caminos de la infancia.
Es una pasión que guarda desde muy corta edad. Quizás nacida
en el San Cayetano natal, o también pudo haber aparecido en las tardes
interminables sobre la calle Vicente López de la Republica de Villa Italia.
Los autos a piolín conjugaban varias facetas. Era salir a la
calle, correr carreras, una excusa para jugar con amigos, también para darle
rienda suelta a la imaginación en la construcción de los autos. En esa
combinación de factores debemos mencionar el arraigo que tuvo y tiene el
automovilismo en toda esta zona de la provincia de Buenos Aires.
"Soy feliz haciendo
estos autos. Me trae recuerdos hermosos de cuando era chico y nos íbamos a las
carreras de la zona con mi padre. Éramos seguidores de los Galvez y después del
"Pincho" Castellano. Del zorrito Acuña acá más en el tiempo. Pero también tengo
recuerdos imborrables de cuando jugábamos en la calle a las carreras. Me da
mucha pena que los chicos ya no salgan a jugar a la calle. Esto es un barrio y
cada vez se ve menos", sostuvo ante el micrófono de ElDiarioDeTandil.
Se podría pasar horas hablando de aquellos "grandes premios"
sobre las calles de Villa Italia. Cada torneo tenía sus reglas y pasaban tardes
enteras dando vueltas. Compartiendo el tiempo entre amigos.
"Hace 40 años que me
largué de nuevo a construir estos autos, pero en verdad los hago desde que
tengo uso de memoria. Yo soy carpintero y tengo el taller en el fondo de casa.
Cuando me cansaba de trabajar o me trababa con algo, me ponía a construir los
autos. Los hago bien artesanalmente. Pieza por pieza los voy pensando. La
forma, las ruedas, el interior, son muchísimos detalles que me voy fijando. Siempre
busco que queden lo más igual posible a los verdaderos. Capaz con las
computadoras y las impresoras de ahora se podrían hacer perfectos, pero tampoco
es la idea. A mí me gusta hacerlos así, como antes, y además también hay un
tema económico. Yo no me resigno a que los chicos no jueguen más con estos
autos. Por eso tienen que ser económicos, estar al alcance de todos. Es más, me
gustaría que los chicos también vuelvan a fabricarlos", dijo sobre su
trabajo que es toda una resistencia. Una lucha constante por mantener esta
vieja tradición.
Rolandi es un apasionado del deporte en general. Practicó y
practica todo tipo de deportes. Básquet, atletismo, ciclismo, ahora también
juega al vóley adaptado. Pero el automovilismo es especial. El taller, su lugar
en el mundo, es un reflejo de este amor. Hay fotos, recuerdos, el deporte de
los fierros está omnipresente. Hasta una vieja puerta del Ford de Fabián Acuña
cuelga en una de las paredes.
"He vendido muchos y
regalado también. En otras épocas me pedían más, pero ahora siempre alguno me
piden. Cuando más vendí fue en la época de las peñas de Acuña. Iban casi 500
personas y la gente lo quería mucho. Todavía me pongo contento cuando voy a
visitar un amigo y veo a las maquetas en el quincho. Por supuesto que me
gustaría más que lo usen los chicos, pero lamentablemente pasaron de moda",
indicó.
Los autos a piolín estuvieron de moda en las décadas del 70 y
el 80. En los 90 fue el turno de los autos de plástico con las imitaciones del
TC y la Formula Uno que se lanzaban con una cucharita en el piso.
Todavía quedan algunos pueblos que recrean estas carreras de
autos a piolín. Por ejemplo en Jauregui, provincia de Buenos Aires, hace 40
años que organizan una carrera para padres y niños.
Una vez al año, la avenida Flandes se convierte en un
autódromo infantil, con montones de familias "acampando" bajo la
sombra de las palmeras del pueblo, esperando a los pilotos y sus bólidos, que
pueden tener forma de arañas peludas, dinosaurios, botines de fútbol o más
femeninos -como pequeñas carrozas- con muñecas Barbie al volante. Es que
también se premia la creatividad de las "escuderías".
La carrera se hizo por primera vez en 1944 y, organizada por
la Acción Católica del pueblo, perduró hasta 1966. Recién en 1978, el grupo
scout local San Luis Gonzaga decidió que era hora de volver a calentar los
motores.
La primera carrera del "relanzamiento" tuvo 34
autitos participantes. Y con los años se fue haciendo más popular hasta llegar
al récord de la 39ª edición de la nueva era, con 350 autos participantes.
La competencia es gratuita y abierta a la comunidad. Pueden
participar chicos y chicas de hasta 14 años. Estos pequeños pilotos deben
adaptarse a algunas reglas: hacer su propio auto y correr junto a su
"mecánico", que generalmente es un papá, tío o hermano mayor. También
tienen que respetar medidas máximas y mínimas de sus "máquinas" y el
resto es pura rienda suelta a la imaginación: autos de goma, madera, chapa y
hasta de caparazón de mulita.
Todos los competidores tienen premios que son donados por
comercios e industrias de la zona, por eso cada piloto lleva la publicidad de
uno de ellos cuando compite.
Está perdido que los padres puedan compartir al aire libre
actividades con nuestros hijos, acá no sólo es correr y hacer deporte sino
tener un proyecto en familia, como lo es el armado de los autos, y compartir
una experiencia.
Rolandi sueña algo así para Tandil. Mantener un poco viva su
infancia y darle la posibilidad a los niños de volver a disfrutar del espacio
público y congeniar con amigos en la más absoluta libertad.
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