NOTA DE TAPA

Los dueños de la calle

15/10/2017

Patotas de pibes se adueñaron de la ciudad, donde campean a voluntad entre la travesura y el delito. Las víctimas se cuentan por decenas y aunque la policía comenzó a marcar presencia, la preocupación no desaparece.

Juan Claudio Morel preside el Foro de Seguridad desde el 29 de marzo pasado. Desde entonces la cuestión de las bandas de menores que causan disturbios, comenten contravenciones y perpetran delitos surgió muchas veces entre los temas de las reuniones. La cuestión tiene altos y bajos pero nunca se disipa del todo. Se trata de un nuevo fenómeno que parece haber llegado para quedarse. 

El último caso no trascendió en los medios de comunicación, tal vez porque las víctimas estaban de paso por Tandil. Son alumnos de una escuela de Trelew en plan de viaje educativo y el ataque ocurrió en horas de la tarde, cuando recorrían el centro en busca de recuerdos y productos regionales para llevar a casa antes de emprender el regreso. Mientras sus docentes esperaban en la heladería de Rodríguez al 700, lugar que tomaron como punto de encuentro, un grupo de alumnos fue abordado por una banda juvenil que los persiguió, aparentemente con fines de robo. "Fue un momento muy bravo porque a las maestras les empezó a sonar el teléfono y eran los chicos, desesperados, que se habían refugiado en el kiosco de acá a la vuelta y pedían que los fueran a rescatar", contó la propietaria de la heladería a El Diario de Tandil.

Según relataron luego los adolescentes, se les acercó un chico un poco menor que ellos y les preguntó de dónde eran. Le respondieron que estaban en viaje educativo y que eran de la Patagonia. De inmediato el chico hizo una seña y desde la esquina llegaron a la carrera otros menores. Al ver esa acción y presumir que no buscaban nada bueno, los visitantes comenzaron a correr en dirección contraria y a los cien metros entraron a un kiosco y desde allí llamaron a las docentes.

Las maestras estaban sorprendidas porque "hace años que vienen a la ciudad con la misma escuela y estaban convencidas de que los chicos podían caminar solos por el centro sin problema, pero se terminaron yendo con mucho miedo y dijeron que no vuelven más".

La comerciante también marcó que "siempre anda la policía local por esta zona y en general por el centro, pero justo esa tarde no pudimos encontrar a nadie".

 

UN FENÓMENO EN EVOLUCIÓN

El secretario del foro de seguridad que reúne a representantes del Estado, instituciones y organizaciones de la sociedad civil, Julio Pagola, reconoce que los primeros antecedentes de grupos de menores que causan problemas dignos de atención datan de 2013.

Aunque la apariencia puede cambiar, el fondo de la cuestión permanece igual: chicos agrupados que merodean por una zona determinada atemorizando a los demás, transitando un límite delgado más no siempre difuso entre la travesura y el hecho delictivo.

En estos cuatro años se dieron algunas mutaciones. Primero fueron los grafiteros, que atacaban la propiedad privada con pintadas (tags). Estos casos, no obstante, eran adjudicados a grupos muy reducidos y a veces, chicos en solitario. La cuestión generó preocupación y ocupó la centralidad de la agenda pública de temas locales durante bastante tiempo. Y cuando se pensaba que ese era el mayor problema ocasionado por menores apareció una patota de chicos en Villa Italia, que recorría el populoso barrio atacando y robando a otros adolescentes. "Lo de Villa Italia se calmó con el proyecto del taller de bicicletas que contuvo a esos chicos, pero ahí aparecieron los que atacaban a la salida de los colegios", enumera Pagola, en referencia a lo que se conoció como Los Playerita.

El brote coincidió con el lanzamiento de la Policía Local. Entonces, desde el foro "le transmitimos esto y comenzaron a intervenir, básicamente con presencia a la salida de los colegios y el tema se calmó bastante, pero cada tanto vuelve a surgir".

 

 

¿QUIÉNES SON LOS PLAYERITA?

El origen de Los Playerita alude a una tribu urbana de preadolescentes que recorría la ciudad en bicicletas tipo playeras, y por eso la prensa los catalogó así. Comenzaron con agresiones sin sentido aparente y terminaron cometiendo atracos estilo piraña. En rigor de verdad, la mayoría de los integrantes de ese grupo son hoy mayores de edad y aunque esa tribu ya no existe como tal, por costumbre y comodidad referencial se habla de Los Playerita para englobar a todos los grupos juveniles que transitan al límite entre la travesura y el delito. Algunos especialistas piden que no se los llame así en los medios porque es una manera de darles a entidad que persiguen.

 

Por esa permanencia en el tiempo es que el foro sigue de cerca el asunto. En la penúltima reunión el comisario mayor Luis Albertario dio detalles de las acciones que se llevaron a cabo para controlar a estos grupos de adolescentes. Según los datos ofrecidos por el jefe de la Departamental los ataques mermaron, a raíz de una mayor presencia en puntos clave donde estos chicos se reúnen. El jefe de policía extendió un informe donde constan más de 40 procedimientos en esa línea de trabajo. 

"Luego del hecho de Librería Alfa pedimos procedimientos a la policía y a la Secretaría de Protección Ciudadana, los hicieron y los ataques bajaron sensiblemente", dice Morel, antes de enterarse por este medio del incidente con la escuela de Trelew que se narra al comienzo de este reportaje.

Cuando menciona "el hecho de Librería Alfa" refiere a la odisea que vivieron a fines de julio tres nenes de 13 años, uno de Tandil y sus dos primos que vinieron de La Plata por vacaciones de invierno. Los chicos iban hacia la librería de Pinto al 800 cuando una patota de chicos aproximadamente de su misma edad los acorraló para robarles las zapatillas y los celulares. En ese contexto fue providencial la intervención de la librera Alicia Laco, quien vio la escena y les dio refugio a las víctimas en su local, pero "después mi hijo y mis sobrinos no podían salir porque los playerita los estaban esperando afuera para robarles", contó Gabriel Gómez.

A pesar del impacto negativo que tiene cada uno de estos hechos en la comunidad, el presidente del foro cree que hay que poner las cosas en contexto. "Lo primero es no estigmatizar a un grupo porque son varios y de todas las clases sociales, con una tendencia que los lleva incluso a pelearse entre ellos, dentro de los grupos de pertenencia, porque lo que todos tienen en común es la violencia, que por otra parte es reflejo de la sociedad".

El abogado enfatiza: "no son traficantes de armas nucleares ni grupos de narcos, no dejan de ser chicos". Aclara que "muchos casos son graves pero  otros no tanto; son un montón de chicos traviesos cuyas travesuras a veces nos pueden complicar y entonces hay que intervenir, pero -insiste- pongamos las cosas en su contexto".

TIEMPOS VIOLENTOS

"Hay un exceso de violencia, si lo vemos a diario entre los grandes no puede sorprendernos que esté también entre los chicos", reflexiona María Marino en su oficina del Servicio Zonal de Promoción y Protección de los Derechos del Niño.

La profesional compara estas nuevas patotas con Los Playerita, aunque evita llamarlos por ese nombre. Aquellos "salían con un propósito: robar zapatillas, celulares y las mochilas del colegio". Y define al fenómeno tribal de estos meses como "algo nuevo, se juntan para ver qué pinta". Dice que es difícil prevenir porque "no sabemos bien qué hay que prevenir, ponés policía en una plaza y se corren para otro lado". Marino explica que un problema a resolver cuando se trabaja con estas tribus urbanas es la identificación. "En los barrios los casos de violencia se pueden abordar más rápido porque los grupos son más reducidos y es más fácil identificar un problema puntual".

La manera de tomar contacto comienza con la retención de los menores revoltosos y su ingreso a una comisaría para la entrega en custodia a sus padres. Pero a veces ese es el inicio de un nuevo desafío: lograr que los padres se tomen el tema en serio. "A veces tenemos que insistir en las citaciones y cuando no vienen, directamente vamos al domicilio".

"En el 90 por ciento de los casos hay un padre ausente, una familia disgregada con jefa de hogar que trabaja todo el día y no puede darle contención al pibe", asegura Rubén Diéguez, integrante del equipo interdisciplinario de la Secretaría de Protección Ciudadana.

Según María Marino ninguno de los chicos de esta nueva camada de bandas urbanas tiene derechos vulnerados, es la primera vez que tienen un problema con la policía y todos están escolarizados.


 

SESENTA/CUARENTA

"Trabajamos con la familia; en un 60 % de los casos nos va muy bien y el resto lo ve como algo que no merece atención, como una travesura", revela Marino. Y cuenta el caso de un hombre que se enojó cuando lo citaron: ¿Por esta boludez me vienen a molestar? "Le tuve que pedir que no dijera eso adelante del chico para que este no naturalizara lo que había hecho". Se trató de un caso en el que junto a otros pibes los atraparon al seguir el rastro de daños en vehículos estacionados. "Le pregunté al padre si pensaría lo mismo si uno de los autos dañados fuera el suyo. ?Yo no tengo auto? me contestó".

  

Marino insiste en que es necesario no mencionar en los medios masivos a estos grupos por un nombre específico porque "eso es lo que ellos buscan con sus desmanes". Y asegura que "cuando les preguntamos qué sentían al ver que se los mencionaba como protagonistas de hechos de violencia nos contestaban que se sentían orgullosos de darle temor a la sociedad".

El Servicio Zonal trabajó con tres grupos hasta el momento: Los grafiteros, Playeritas y estas nuevas tribus. "Tratamos de darles un espacio de trascendencia pero que sea positiva, con algunos se pudo y con otros no".

Esa tasa de éxitos y fracasos también la conocen en el área de la Secretaría de Protección Ciudadana que se vincula con los chicos de estos grupos problemáticos. Diéguez, acostumbrado a operar en la calle sobre casos concretos, concluye que "al igual que muta el delito, estos grupos de adolescentes también van mutando".


CAUDILLOS Y SEGUIDORES 

El trabajo de campo sobre el grupo que se reunía hasta hace poco en la Plaza Independencia les permitió identificar a unos diez chicos que estudian en la Escuela Técnica Nº 3 de la calle Yrigoyen. "Salían a las 12.30 y se iban para la plaza, principalmente porque tenían Wi-Fi gratis. Entonces, si pasaba un chico con el saquito de San José le gritaban cosas o le tiraban un naranjazo, pero la cosa no pasaba de ahí", explica el funcionario municipal y aclara que "tampoco es que tuvieran algo puntual contra el San José, ligaba cualquiera que pasara por ahí, por su territorio". Pero después armaron un grupo de WhatsApp al que fueron sumándose otros chicos de distintos puntos de la ciudad y en un momento convergieron sesenta en la plaza.

"Buscan identidad y pertenencia, entonces aparecen los líderes y ya se arma la competencia interna para ver quién es más bravo, y terminaban pegándole a otros chicos para demostrar que eran dignos de pertenecer a la barra", explica Diéguez.

Pero la violencia no siempre estuvo presente. De hecho, antes de confluir en la Plaza Independencia se reunían en la plazoleta interna del Pasaje Fournier, a la que mencionaban como "la placita escondida". De esos, algunos se volvían a su casa después de un rato y un grupo más chico se quedaba hasta pasadas las 17, hora de salida del turno tarde. Entonces empezaban a merodear las salidas de la Escuela Técnica Nº1 de Alem y Maipú o la misma zona de la plaza principal. Primero hostigaban a otros chicos y fueron subiendo la agresividad hasta terminar en golpizas y robos del tipo piraña.

Esta agresividad grupal contrasta en blanco y negro con la forma de ser de la gran mayoría de los chicos que entrevistaron los encargados de tratar de resolver la cuestión. "Cuando te sentás con ellos mano a mano son pibes de 14 años como cualquier otro, hasta con cierta timidez propia de esa edad a la hora de dialogar con un mayor, pero cuando se forma el grupo se convierten en pirañas", confía Diéguez a este semanario.

 

PLAYERITAS VS RUGBIERS

Rubén Diéguez: "Hay grupos de pibes que juegan al rugby y se agarran a trompadas en una casa quinta, pero como eso no llega a los medios entonces nadie lo ve y pareciera que la violencia es de estos grupitos que se juntan en la plaza, cuando en realidad es transversal a toda la sociedad".

 

Y repite que "son todos chicos sin antecedentes policiales, están escolarizados y ninguno vive en la marginalidad, lo notás hasta por la forma de vestir". ¿Cómo llegan entonces a niveles de agresión tales que convierten la travesura en delito? El funcionario cree que las causas son varias pero apunta a las redes sociales como catalizador y elemento de convocatoria. "Se potencian por las redes, que por otra parte es un ámbito donde se hace más presente la violencia de la sociedad porque no hay un cara a cara real, entonces crecen enemistades que antes eran impensadas, porque si tenías un problema con otro te agarrabas a piñas a la salida del colegio o en el potrero y a los días ya se había olvidado todo y terminabas amigo o, por lo menos, sin rencores, ahora por redes sociales se dicen cualquier cosa y se arma una bola de nieve que en algún momento se hace tan grande que aplasta".

Otro problema que alimenta la violencia es la desigualdad, que encierra a los chicos en ambientes estancos, sin contacto entre sí. Diéguez apunta que décadas atrás los chicos de distintas clases sociales tenían puntos en común, porque se encontraban en los clubes y en los bailes, mientras que ahora "para practicar un deporte tenés que pagar en el club y muchos pibes no tienen acceso, y el que no accede no se junta nunca con los otros, porque tampoco se juntan los que van a escuelas públicas con los que van al privado, esto ha generado un desacople que también alimenta la violencia porque, en definitiva, todo tiene que ver con la sociabilización, los que se quedan afuera de todo terminan armando estos grupitos de pertenencia para defenderse de una sociedad que los deja al margen de muchas cosas".


CORREDORES SEGUROS 

En el foro de seguridad insisten hace tiempo con la creación de corredores seguros a la salida de las escuelas, como existen en distintos puntos del conurbano bonaerense y más recientemente en Bahía Blanca, a instancias de la universidad.

En líneas generales son calles por donde circular hasta llegar a una parada de colectivos. En estos corredores los comerciantes y vecinos tienen un rol importante porque se comprometen a recibir eventualmente a quienes se vean perseguidos. Por lo general los domicilios y locales adheridos a la iniciativa están identificados con una calcomanía o cartel visible que sirve a los chicos de referencia inmediata a simple vista. Esta participación vecinal refuerza la prevención de la policía en el trayecto.

Pero, según afirman en el foro, la Secretaría de Protección Ciudadana es reticente a implementar los corredores seguros de manera formal porque eso significaría reconocer un problema de inseguridad.

Otro frente de oposición surge de los comerciantes. Según la Cámara Empresaria, una encuesta indica que estos no estarían dispuestos a la implementación de corredores seguros.  Sobre esto último Pagola no está seguro: "Nosotros hablamos con los farmacéuticos y nos dijeron que participarían sin ningún problema".

Y Morel evita dar nombres pero asegura que "algunos comerciantes plantearon que si recibieran a un chico herido eso habilitaría a los padres a accionar judicialmente contra ellos". El abogado valoró esa posibilidad como "algo traído de los pelos, pero alguno lo tiró y otros lo creyeron entonces ahora tenemos que dialogar y desarrollar elementos para convencerlos de que es un razonamiento equivocado".

Preocupado, Pagola llama a recuperar las plazas y las calles que hoy están prácticamente tomadas. "Los chicos en moto se adueñaron de la diagonal del Parque Independencia y hace tres años que vuelven locos a los vecinos; y si vas a la Plaza Independencia después de las 11 de la noche no te queda nada".

También critica a los encargados de intervenir en la seguridad cuando justifican cierta inacción en el hecho de que tratan con menores. "Si no pueden hacer nada que se dediquen a otra cosa".


AHORA TAMBIÉN ATACAN DE NOCHE 

A los conocidos ataques vespertinos se sumaron en los últimos meses otros similares pero en horas de la madrugada, en coincidencia con los horarios de salida de los boliches. El último caso conocido ocurrió a las 4.30 de la madrugada de un sábado, cuando dos amigos, ambos de 19 años, abandonaron la discoteca "Glow" de avenida España y enfilaron hacia 9 de Julio. A poco de andar divisaron un grupo de varones en la esquina. "Crucemos que estos son chorros", advirtió uno y su amigo le hizo caso. El que dio la alarma no logró zafar.

 Uno de los chicos le preguntó la hora y le respondió que no sabía. "Dale que tenés el celular ahí", dijo el ladrón señalando el bolsillo delantero derecho del pantalón de su presa, que a estas alturas ya estaba rodeada.

 Lo sujetaron y se trenzó en pelea contra los siete. Pero la vida real no es un filme de artes marciales donde el bueno zurra a los malvados de a uno en fondo. Lo tiraron al suelo y le patearon las costillas, el rostro y la cabeza hasta que lograron robarle el teléfono.

 "Él vino a ayudarme cuando vio que me estaban pateando en el suelo, alcanzó a pegarle a uno y los otros dispararon cuando ya tenían mi celular", dice la víctima señalando a su compañero, el que sí alcanzó a cruzar la calle y esquivar la emboscada.

Golpeado y burlado por los atacantes que en su despedida lo desafiaban a que se atreviera a recuperar el celular robado, el chico y su amigo salieron en busca de un policía. Encontraron a dos -un hombre y una mujer- en un patrullero, a una cuadra. Denunciaron lo ocurrido e insistieron con salir a buscar a la patota, porque conocían el rumbo que había tomado.

 "Aceptaron llevarnos y les íbamos indicando por dónde habían disparado, pero (los policías) iban muy despacito. En un momento les dije que parecía que no querían agarrarlos y la mujer policía me contestó que yo no le iba a enseñar a hacer su trabajo. Capaz que yo estaba nervioso por lo que me habían hecho, pero la verdad es que iban a dos por hora", recuerda la víctima.

 Su amigo da una versión similar y agrega: "Cuando los pudimos localizar les decíamos que se apuren, que eran esos, pero seguían despacio y cuando se bajaron, lo hicieron muy lento, todo hacía pensar que querían que los chorros se escaparan, ni siquiera les dieron el alto o les pidieron que se pusieran contra la pared, nada, ni documentos les pidieron".

 Efectivamente, al llegar a la Plaza de las Carretas, los siete se dividieron. Para ese entonces al móvil de la Bonaerense se le habían sumado "dos policías de los de uniforme celeste y todos caminaban despacito atrás de los patoteros, como acompañándolos".


UNA TENSA CALMA 

La tranquilidad aparente -porque en estos últimos días la situación parece en calma- se contrapone a una certeza que disgusta pero que parece inevitable; los problemas van a volver a asomar. Hoy no están en la plaza porque la policía saturó la zona y les ganó ese espacio, pero los funcionarios municipales, de minoridad e integrantes del foro de seguridad coinciden al señalar que esto es un proceso que no se termina de un día para otro y que la actuación policial es sólo una de las acciones necesarias.

"Tenemos que llegar a ver qué les pasa, qué necesitan, que falta en su barrio para que quieran estar deambulando por la ciudad, por eso la estrategia marca que primero la policía local los retiene si hacen desmanes y entonces, cuando los padres los van a retirar a la comisaría, podemos establecer un contacto y empezar a trabajar con el chico y con la familia", cuenta Diéguez. En el marco de este abordaje ya identificaron y empezaron a trabajar con 21 chicos.  A la impaciencia de algunos ciudadanos que exigen soluciones responde: "Si me piden una solución inmediata no la tengo, no los vamos a cargar en un camión y llevarlos a Benito Juárez".

Entonces, la tarea consiste en tratar de encaminar cada caso para que el chico ocupe su tiempo con alguna actividad que le guste en el marco de lo que ofrece el Municipio como talleres en distintos barrios. Pero no es sencillo porque "tratamos con chicos preadolescentes que muchas veces ni saben lo que quieren, tampoco se crean que es fácil encontrar algo que los contenga, y lo que les gusta el mes que viene ya no les interesa, todo esto tratando de mantener un equilibrio porque si los agobiás se te disparan y vuelven a la plaza a armar lío".

A veces estas acciones chocan con años de desconfianza, un poco por la mala reputación que se supo ganar la policía y otro poco por prejuicios arraigados. Semanas atrás un joven en moto esquivó un control policial y fue perseguido por los uniformados hasta que lo capturaron cuando se refugió en el local donde funciona el Programa Envión. Al final resultó que era dueño legítimo y tenía los papeles en regla. "Corrió porque estos pibes históricamente corrieron cuando los persiguió la policía, así de simple, como un reflejo".

Y en ciertos casos cualquier posible acercamiento choca contra paredes que parecen imposibles de atravesar. Como cuando en la conversación con un chico, en busca de los motivos de su descontento, te dice "mi vieja labura todo el día y no tenemos ni para comer". Harto difícil encontrar argumentos para calmar la rabia que le produce a ese chico, no ya la pertenencia a una clase socioeconómica, sino una injusticia social que aplana las nociones más básicas de la dignidad.

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