PERSONAJE DE LA SEMANA

Alma de Cantinero

10/08/2017

Carlos Walter Yaponi es el portador de una vieja estirpe, ya en extinción. Desde el mostrador del club Paso del Portillo le sirve el vino a los estoicos parroquianos, mientras les presta su atención o los deja en la más absoluta soledad. Está y no está al mismo tiempo. Esa es su principal virtud y la de todos los cantineros de alma. Personajes singulares que resisten al paso del tiempo.

por
Mauro Carlucho

La historia de Yaponi nos obliga a contar primero como surgió este bar en el corazón del barrio Fatica. Allí en la intersección de Primera Junta y Rauch. Paso del Portillo era una planta fraccionadora y envasadora de vino que se encontraba a media cuadra, enfrente de donde estamos hablando con Walter.

Muchos le decían "el vino de Tandil", pero lo cierto era que llegaba en barricas desde Mendoza y aquí solamente se fraccionaba y envasaba. El producto estaba muy identificado con la ciudad, pero la planta era omnipresente en el barrio. No solo porque le daba empleo a más de 50 familias, sino porque generó lazos de amistad que perduran desde hace más de medio siglo.

El Club Paso del Portillo es el fruto de ese encuentro entre gente de bien. Los empleados, junto a los Boato (dueños de la fábrica) levantaron una institución social y deportiva que unió a varias generaciones.

Walter nació hace 47 años a pocas cuadras de allí, en "Las Ranas". Pero tiene recuerdos de la fascinación que le causaba este lugar a los pibes que soñaban con ser grandes. "Nosotros andábamos todo el día chiveando por ahí, pero siempre nos dábamos una vuelta por el bar. Veníamos a jugar al pool o simplemente a ver a los viejos que jugaban a las cartas y se tomaban la copa. Apenas si nos quedábamos hasta las 20 horas, no eran tiempos de andar de noche", recordó ante el micrófono de ElDiarioDeTandil.

Nuestro personaje es de pocas palabras. Vivió la transformación de una zona repleta de baldíos hasta este presente de casas encimadas una sobre la otra.

"Esta era una zona de ferroviarios, de metalúrgicos, de obreros sobre todo", sostuvo mientras mirábamos las fotos de aquellos hombres que le dieron vida al Club. "Este de acá es Orsingher, era chofer en la bodega y jugó al futbol libre con la camiseta de este club. Este otro es Carlos Pereyra, que fue el cantinero durante muchos años. El club se fundó en el año 1966, al poco tiempo de abrirse la planta", agregó.

Había una relación mancomunada entre los patrones y los laburantes de Paso el Portillo. Con esto no quiero relajar la histórica tensión que nos explicara Marx, pero había ciertos lazos que unían a estos dos extremos de las relaciones laborales.

El club Paso del Portillo sigue guardando hasta nuestros días esta dicotomía. Entre sus parroquianos hay viejos obreros de la bodega, hoy jubilados. Hay laburantes jóvenes que pasan a relajar la tensión con una copa y hasta podemos encontrarnos a intelectuales o políticos que ven en este lugar una extraña atmosfera de pasado y presente entrelazados.

"Estas dos botellas que ves acá, son las ultimas de Paso del Portillo. Son dos reliquias para mí", nos dijo. Trabajar en Paso del Portillo es la gloria para Walter, a pesar de que no lo transmite con su cara.

Hizo de todo en su vida, fue vendedor callejero e hizo changas de todo lo que se les ocurra. Pero lo que más lo llena es el trabajo de cantinero o cocinero de la peña. No piensen en comidas gourmet o sofisticadas. Yaponi prepara nuestros menús criollos. Sin más secretos que el ADN identitario.

"En otra época estuve también de cantinero en el club Huracán, que está acá cerca. Fui colaborador en el Independiente de Carlos Zulberti, les hacía los asados o me ponían a cortar entradas en la puerta del estadio. Si hay que laburar yo no le hago asco a nada, si hasta cuidaba auto en los boliches de la ruta o vendía pasteles por la calle. Acá me hice cargo en el 2008, me ayudaron unos amigos para juntar los mangos y todavía estoy. Es el trabajo que más me gusta. Viene gente seria, sin problemas, hasta te dan una mano cuando estás mal. No pienses que gano mucho, pero a mí me alcanza y la paso tranquilo. Yo no tomo, ni tengo vicios. Hago mi trabajo y me vas a ver siempre dispuesto", indicó.

Me detengo en la frase de gente seria, el pre concepto reinante en la actualidad es que solo los borrachines van al bar. Pero la realidad está muy lejos de eso. Las cantinas son un espacio excepcional para encontrarnos con vecinos o gente que no conocemos. La bebida y la distracción hacen que se genere un ambiente cálido y fraternal.

Cuando hablamos con nuestros amigos sabemos para qué lado puede salir o que puede opinar de tal tema, pero en el bar se advierte la sorpresa. Escuchamos otra campana que nos desorienta y nos deja pensando. También es el sitio ideal para dejar nuestra carga en la vereda. Allí acodados en una mesa no somos más que otro parroquiano igual que los demás, diferentes pero a la misma altura.

Mientras charlamos, entra un hombre mayor y pide un vaso de vino tinto. Paga con 10 pesos y clava la mirada en el televisor sintonizado en Crónica TV. Hay tópicos que son una fija. El futbol y la quiniela son temas obligados cada día. No importa si son las 12 del mediodía o las 19 de la tarde. Walter abre a las 10, porque desde que cambió la ley no lo dejan expender bebidas alcohólicas antes de esa hora. Hasta no hace mucho abría a las 6 de la mañana y antes de la puesta del sol ya tenía a algún caballero esperando por un vaso de vino y un pastel de hojaldre.

"Nunca sabes cuándo puede venir alguien. En la semana lo que más sale es el vino, después el fin de semana piden un vermouth o la cerveza. Los sábados al mediodía hacemos almuerzos para 10 o 15 y de vez en cuando preparo algo en la semana para que piquen acá", nos explicó. Los precios son realmente populares: 10 pesos el vaso de vino, 20 el Gancia con limón y 25 el fernet. "Ojo que el Gancia sale con limón de verdad, nada que ver con las botellitas esas. Entre las cervezas la gente no quiere más a Quilmes, prefieren la Palermo. En eso han cambiado las cosas. No puedo aumentar los precios porque sería para peor, hoy esta dura la cosa y la gente primero tiene que llevar la comida a la casa y afrontar todos sus gastos, esto es el último", advierte.

Las mesas están siempre preparadas para las barajas. Sale mucho el truco y el mus. Algunos pibes vienen a jugar al pool y otros son los esporádicos, los que caen cada tanto porque alguien les habló de la magia que flota en esas cuatros paredes.

En los últimos años se entabló una relación fraternal con los amigos zitarroseanos del pueblo. La historia cuenta que el gran Néstor Di Paola supo leer esa atmosfera tan particular que lo asocia con el tango y la música rioplatense.

El periodista no se quedó con eso y junto a otros colaboradores crearon una sede que cuenta con mural, plazoleta y una identificación plena con el creador de "Guitarra negra", entre tantos éxitos.

No soy un gran conocedor de su historia, pero me lo imagino a Don Alfredo parado frente al mostrador, ante la presencia de Walter sirviéndole un vino. 

"Cada vez quedan menos clientes, pero son todos de buena cepa. Yo espero seguir acá por mucho tiempo, es un trabajo digno y sencillo", finalizó.

No te creas Walter. A usted le sale naturalmente, pero no sabe lo difícil que es conjugar esa presencia ausente y el afán de tratar a todos como si fueran iguales. Sentados en la mesa, cantando falta envido o llorando para los adentros mientras  nos remuerde un dolor.

Que vivan los bares y los cantineros como "el Walter" Yaponi.

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