PERSONAJE DE LA SEMANA

Sobreviviendo

21/07/2017

David Gabriel Ibarra es un reconocido Personaje de nuestra ciudad. Nació en el barrio de Villa Italia y es un ejemplo de superación y esfuerzo. Durante muchos años fue un constante animador de las pruebas atléticas y desde hace más de 20 años atiende el kiosco del lago, frente al murallón.

por
Mauro Carlucho

Cuando rajés los tamangos

Buscando este mango

Que te haga morfar

La indiferencia del mundo

Que es sordo y es mudo

Recién sentirás

Verás que todo es mentira

Verás que nada es amor

Que al mundo nada le importa

Yira, yira

                               Enrique Santos Discépolo

Luego de pasar un largo rato junto a David Ibarra a la vera del Lago del Fuerte, salí cantando este tango que escribió Discepolo en el año 1930. La canción habla de la soledad y la desesperanza, es un drama personal y colectivo donde queda explícita la bajeza de los hombres, las amistades y el desamor.

David Ibarra sabe mucho de esto, ya que su vida estuvo signada por estos estigmas. Llegó al mundo hace 49 años y a los pocos meses sufrió una parálisis cerebral que le dejó secuelas irreversibles.

Su madre también estaba sola, ya que el padre de David nunca se hizo cargo. "Le debo todo a mi madre, pero tengo que reconocer que sufrió lo insufrible. Su familia la había hecho a un lado y quedó sola con un hijo discapacitado. Yo siempre me di cuenta que ella sufría por mí, era terrible", sostuvo el entrevistado.

David tenía problemas en los miembros inferiores, secuelas de aquella parálisis que mencionamos anteriormente. Por esto su madre lo envió a la Escuela 501, pero rápidamente los educadores se dieron cuenta que su capacidad intelectual era la acorde a su edad y lo cambiaron a la Escuela 56, donde llegó hasta sexto grado.

Era el año 1980 y tenía 12 años. Apenas había pasado la madrugada cuando su madre falleció de un ataque al corazón. Quedó solo. Obligado, tuvo que dejar la casa de Sáenz Peña 770 y empezó a deambular en busca de su propio destino.

"Todo el barrio conocía a mi madre, Cecilia Ibarra era una gran luchadora. Yo le debo todo, porque me formó ética y moralmente. Siempre digo que me crió apurado, como si supiera que se iría rápido. Pero me tuve que adaptar. Primero me enviaron con unos tíos a Mar del Plata, pero no me querían y me tuve que ir a la calle", recuerda de aquella triste época.

David tenía familiares, pero según él, nunca se hicieron cargo. Tampoco hubo una institución que lo cobije. La peleó de abajo, pero mal. Pasó momentos terribles, fríos, hambre, mucho dolor. Cuando me cuenta algunas anécdotas de aquellos años, se me pone la piel de gallina. Me emociono y nos emocionamos juntos. Duele escucharlo y sentir en carne propia la ajenidad que sentía en aquel momento.

"Así empecé a deambular por todos lados, dormía en la calle o donde encontraba un lugar. A veces la noche me encontraba en la ruta, como una vez que me levantaron haciendo dedo y me llevaron a trabajar al campo. Pensá que yo me operé mucho tiempo después y antes caminaba 10 veces pero que ahora, pero así y todo trabajé en una guachera, levantando la cosecha, alambrando. Me las he tenido que rebuscar muchas veces", soltó, con el lago de frente.

Estuvo varios años en el campo y decidió volver a Tandil, al pueblo donde había nacido. "A pesar de todo, siempre tuve mucha fuerza para salir adelante. Cuando no podía, pedía ayuda, pero no me iba a quedar de brazos cruzados. Así empecé con el atletismo en el año 1989, recuerdo con gran orgullo mi primer Tandilia. La gente no podía creer que yo la pueda correr. Apenas podía caminar y me largué a recorrer los 11 mil  metros que separan la largada de la llegada. Capaz lo hice de puro renegado, pero seguí muchos años en el atletismo. Incluso llegué al podio de una Maraton Adidas, un logro muy importante que en Tandil pasó totalmente desapercibido. Tandil es una ciudad muy parca, es muy difícil que te reconozcan", dijo con un dejo de tristeza.

Ante tanta indiferencia, David se propuso hacer lo imposible. Primero se fue en una bicicleta Aurorita, transformada en triciclo, hasta Lujan. Tardó 5 días de ida y otros tanto de vuelta. Llegó ensangrentado y exhausto, pero cumplió su promesa.

Luego, junto a Daniel Avila, unió a pie Tandil y Mar del Plata. Lo hizo durante dos años seguidos y cuando estaba por realizar la tercera aventura falleció su compañero.

"Daniel fue un gran amigo, le faltaban las dos piernas y lo conocí haciendo remo en el dique. Fue mi gran sostén en esos viajes a Mar del Plata. Él viajaba en este triciclo, que todos conocen y después quedó para mí", dijo sobre su vehículo, tan particular.

"Después que él falleció nunca más corrí. Me renegué, nadie me acompañaba y dejé esa pasión. Es muy triste mi vida, pero es lo que me tocó. Muchas veces siento que perdí la fé, que no quiero seguir viviendo, pero aquí me tienen", dijo entre lamentos.

El kiosco en el dique lo tiene desde hace 20 años, luego de que Zanatelli se lo entregó en comodato. Hoy no tienen ningún papel, pero es su lugar en el mundo. Allí vive, trabaja y sufre.

"Salvo en las vacaciones o en los fines de semana largo no viene mucha gente. Se hace difícil pagar la luz o el gas. Y eso que yo no bebo, no fumo, ni cabareteo de noche. No tengo vicios. Pero así y todo me va mal. La plata apenas me alcanza para vivir y muchas veces tengo que pedirle ayudas a los amigos. Siempre digo que no es fácil vivir en este estuche. La gente debe ponerse en la piel del otro. Intentar comprender que siente la gente como yo. Soy un cristiano como cualquiera, pero lamentablemente la vida me dio varias palizas y así estoy. Y no hablo solo de las cargadas o los chistes por mi discapacidad. Me han robado infinidad de veces el kiosco o el triciclo. Pero bueno, acá seguimos tratando de seguir adelante", declaró.

El kiosco pasó de llamarse "El sueño de David" a "La posta de David". Quizás como dando a entender que ya no creía en milagros.

 "Capaz voz venías a escuchar una linda historia y te tiré muchas pálidas, pero es lo que hay. La vida tiene cosas lindas y feas. Hay que saber aceptarlo. Ahora estoy entusiasmado con las vacaciones de invierno. Me estoy preparando para trabajar todos los días. Son las épocas que hay que aprovechar. Me llevo muy bien con los turistas, les pregunto cómo ven a ciudad, que les gusta. Me gusta saber cómo nos ven", dijo.

La vida no le dio una familia cerca, pero supo cosechar amistades. Lo invitan a comer, le dan una mano con el triciclo cuando tiene un problema y hasta le prestan una cama cuando hace mucho frio.

Finalizando la entrevista nos pide que le saquemos una foto junto a sus amigos y sobre el triciclo, por un rato se ríe y juega que es un modelo.

Esas sonrisas lo alejan de la sombra de la soledad. Como bien dijo nuestro personaje, hay que ponerse en la piel del otro. Escucharlo, darle el lugar que se merece y no excluirlo por un problema de salud o su aspecto físico.

Nos falta crecer mucho como sociedad. Hay hermanos y vecinos que están sufriendo a pocos metros de nuestra casa y hacemos poco por ellos. Debemos ser más solidarios, más humanos. ¿Qué haríamos nosotros si estuviéramos en su situación?, empecemos por hacernos estas preguntas.

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