PERSONAJE DE LA SEMANA

Cali Tattoo, inspiración a mano alzada

21/06/2017

Su DNI está a nombre de Esteban Algarte, pero para todo el mundo es Cali Tattoo. Desde la galería en calle 9 de Julio dibujó y pintó la piel de miles de tandilenses. También incursionó en el graffitti y dejó su impronta en las calle de la ciudad. Un personaje de la cultura serrana.

por
Mauro Carlucho

De pibe lo apasionó el dibujo, en el colegio sus amigos le pedían que les dibujara las caratulas que separa cada asignatura. Algo estaba naciendo.

En mi casa a mis hermanos también les gustaba dibujar, "mi viejo hacía letras y según me contó mi vieja tengo un bisabuelo o tatarabuelo que pintó la Iglesia del Centro". Su oficio tiene raíces que vienen desde hace tiempo.

Lo divertía plasmar imágenes sobre las hojas blancas, "me gustaba dibujar autos, camiones. Eran mi especialidad de pibe. De chico dibujaba todo el tiempo", la pasión nació sola, sin forzarla.

Autodidacta desde el comienzo, recuerda las clases de plástica con José Luis Lunghi (hermano del intendente) en los salones del Colegio San José. Luego pasó un tiempo por Polivalente donde probó con el diseño gráfico, pero llegado el momento decidió que haría su camino por su cuenta.

Con menos de 15 años comenzó con el tatuaje, junto a uno de sus amigos fueron a la casa de un pibe que se hacía sus propias máquinas para tatuar y dejó su primer marca en la piel. La tapa del disco ?Despedazados por mil partes? de La Renga todavía se puede apreciar en su cuerpo.

"A los pocos días empecé con agujas y tinta china, me encerraba en el baño para que no me vea mi vieja y me tatuaba solo", en aquellos años era muy difícil conseguir las herramientas necesarias, pero de alguna manera se las rebuscaba.

Después le tocó a sus hermanos, sus amigos. Corría el año 1999 y la ola comenzaba a crecer.

 Para juntarse unos mangos también incursionó en las letras, pintó los carteles de un almacén y una bicicletería. La tinta tiraba fuerte.

El primer que confió en él fue Juani, su amigo, no dudó en pedirle que le pinte las iniciales de su ídolo Sergio Daniel Martínez, ?el manteca?. "Se lo hice en su casa, vivía por el barrio golf y salió bien tumbero, con tinta china", recuerda.

En aquellos años no había internet para copiar, solo aparecía alguna revista en cuenta gotas y era todo nuevo. El camino debía comenzarlo solo.

Luego llegó el momento de ir por más. "Le compré una maquina a Diego, (este pibe que lo tatuó al principio), el loco era bueno con la electrónica y me vendió mi primer máquina, que era muy rudimentaria. Ahí empecé a tatuar a todos los conocidos, venían a casa, nos encerrábamos en la pieza y le dábamos hasta tarde. Mi vieja se empezó a poner nerviosa porque tocaban timbre a cualquier hora y dejaban las bicicletas en la cocina, un día me dijo, tenés que poner un local y dedicarte a esto", relató.

Tampoco era sencillo vivir del tattoo, en un comienzo funcionaba como el trueque, cambiaba tatuajes por discos, zapatillas, ropa, la plata no importaba tanto. Estaba haciendo lo que le gustaba y descubriendo un mundo nuevo.

El primer local comercial llegó con ayuda de sus hermanos y amigos. María Inés, la mamá de otro amigo también aportó su granito y pudo abrir las puertas. Era mayo del 2002, en la misma galería que todavía camina todos los días.

Junto con el estudio llegarían mejores máquinas, materiales traídos de Buenos Aires, revistas con muchos modelos y tintas importadas. Pero algo no cambió, "seguía dibujando todo el día, fui mejorando porque no descansé nunca. Miro a los mejores y trato de copiar lo que me gusta, pero siempre respetando lo mío, mis gustos y mi estilo".

Quizás en aquella época no hacía los grandes trabajos que vemos a diario en las calles de Tandil, pero era uno de los pocos que hacía tatuajes y no había estrellas. "Había dos o tres, el mejor era Ezequiel Núñez, pero era otro precio y cada tanto desaparecía de la ciudad. Yo seguía mi camino".

En aquellos años el tatto no era masivo, de cada 10 personas solo uno se le animaba a la tinta y los que lo hacían elegían trabajos simples, que pudieran taparse con la ropa.

Ya para el año 2003 tuvo que armar una agenda, dar turnos y organizarse. "Me compré el primer celular, ya era un empresario", se ríe al recordar aquellos años.

Los clientes fueron llegando, la agenda cada vez tenía menos espacios en blanco y su técnica se fue refinando. "Año a año el número fue creciendo, pero el boom se da recién en el 2009. Ahí cambió todo, la gente empezó a pedir trabajos más copados, mangas completas y empecé a trabajar con turnos a largo plazo, hay clientes que vienen una vez por mes y trabajo por etapas porque son tatuajes que no se pueden hacer en un día".

Hoy su local luce profesional, como los mejores de Buenos Aires. Armó un equipo de amigos y el tatuador numero uno por excelencia.

Un estilo propio

Los que lo conocen de toda la vida ven en sus trabajos de hoy ideas que estaban en aquellas caratulas de principios de los ?90.

"Me gusta dibujar con perspectiva y va surgiendo en el momento. Pocas líneas, sombreado, con profundidad, relieve y brillo. No tanto delineado como es el estilo más usual. Yo tengo otro estilo, prefiero los grises, no el color", aconseja los tonos grises para nuestra piel latina, además que los colores sufren la falta de cuidados y la exposición al sol.

Su forma usual de laburo consiste en escuchar las ideas de los clientes y luego bocetar en papel, "se llama free hand, me tiran ideas y yo creo, dibujo con fibras y marcadores. Son horas de trabajo e improvisación en tu casa que luego se plasman en la piel".

Su trabajo no comienza en el local, hay muchas horas de práctica acumuladas a lo largo de estos años. "Dibujo todos los días, buscó modelos que vayan con mi onda, estudio la técnica y practico. A la noche me quedó despierto dibujando en mi casa, escuchando música. Hoy me acompaña mi hija que se pone a dibujar conmigo", se nota que es su pasión, que ama lo que hace.

Ya son más de 15 años trabajando de lo que le gusta, haciendo números rápidos habla de mil tattoos por año, con lo que lleva más de 15 mil trabajos. Por sus manos pasaron médicos, cirujanos, abogados, políticos, obreros, vagos, futbolistas y abuelos que llegan con sus nietos.

Hay una relación de psicólogo con el tatuador, "estamos muchas horas charlando con el cliente.  Hablando de nuestros problemas, porque uno también se abre y surgen amistades".

Aquí radica una de las diferencias con las grandes ciudades, porque Esteban es Cali Tatto todo el día, no solo cuando está en la galería. "Cansa un poco, porque estas en el supermercado y te vienen a hablar de tatuajes, te muestran bocetos en el teléfono y uno quiere desenchufarse un poco. Pero tampoco me quejo, hago lo que me gusta y estoy orgulloso del camino transcurrido".

El oficio lo llevó por convenciones en todo el país, ganó premios y cosechó amigos lejanos.  En esas reuniones de confraternidad aprovecha a charlar con colegas, descubre nuevas técnicas y el trabajo se sigue retro alimentando.


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