CRÓNICAS DEL PAGO CHICO

Yiyo, el Mago y la tierra negra

09/06/2017

¿Qué fue, finalmente, Arturo Petrillo? ¿Un obsesionado por la táctica? ¿Un místico del resultado? ¿Un revolucionario que se levantó contra el orden instituido?

por
Elías El Hage

Le decían El Mago y conjeturo que Petrillo fue, antes que nada, un supersticioso incorregible, un cabulero de los que ya no hay. Llegó a la aldea cuando todavía el fóbal se jugaba con el encuadre clásico de los años ochenta: el wing era un puesto sagrado y el cuarto volante un invento de la literatura fantástica. Al principio nadie pareció entenderlo. Odiaba darle ventaja a sus rivales y tuvo sus asperezas con Lucho Mestelán cuando le dijo que bajo su dirección Ramón Santamarina jugaría el Regional en su propia cancha. Mestelán, que no quería renunciar al Estadio San Martín, lo chicaneó invocando una carencia edilicia que padecía el "Francisco Fiego". Petrillo no se amilanó y en tiempo récord hizo construir el túnel para que la AFA le habilitara el estadio. Corría 1981 y el hombre se había hecho cargo del plantel aurinegro para apostar una vez más por la causa perdida a la que le entregaría la vida entera: llegar al Nacional. Su varita mágica convirtió al marcador de punta en un carrilero de ida y vuelta, al wing derecho en un inquieto cuarto volante y logró alinear a picapedreros y talentosos detrás de un Idea: la que enunciaba que el jugador ocupaba su rol en el equipo no tanto por sus características físicas sino debido a una necesidad táctica del entrenador. Bajo su batuta la Globera podría haber jugado de stopper y no habría desentonado. Muchos no entendieron su fútbol de laboratorio; otros se enamoraron de su personalidad magnética, y la mayoría prefirió respetar los ritos supersticiosos que dominaban su existencia.

 

Una tarde, en vísperas de un partido determinante para la suerte del aurinegro en el Regional, el técnico convocó a su ayudante a una mesa del Bar Ideal.

 

-Yiyo, tenemos que ir al cementerio -le susurró.

 

El recordado Yiyo Conte lo miró extrañado y preguntó quién se había muerto.

 

-Nadie. Vamos a buscar un poco de tierra negra -le respondió Petrillo.

 

Subieron al Torino y una vez que llegaron al camposanto el entrenador se arrodilló y metió un puñado de tierra dentro de un frasco de mayonesa. "Es para echarla en la cancha de esos inmorales de Olavarría", mumuró. Sostenía que el efecto de la tierra negra le traería la desdicha a su adversario. De alguna manera creía haber escuchado la voz de Mahoma quien en el año 632 ya había dicho: "Hay signos en la tierra para los hombres que creen firmemente".

 

Ese sábado el plantel partió hasta el reino de Amalita. A la noche, cuando la delegación descansaba en el hotel, Petrillo y su ayudante salieron para la cancha.

 

-Si nos agarran nos matan -le dijo Yiyo.

 

Bajo la sombra del crepúsculo los dos hombres saltaron la reja del estadio y entraron a la cancha. El Mago destapó el frasco de mayonesa y se acercó caminando, sigiloso, hasta el círculo central. Esparció el manojo de tierra negra sobre el pasto y cuando inició la retirada escuchó a su espalda el alarido del canchero:

 

-¡Alto ahí, degenerados! -gritó el tipo y se largó detrás de esas sombras chinescas que ahora huían en medio del crepúsculo.

 

-¡Corra, Yiyo, corra! -lo animaba Petrillo con el corazón en la boca.

 

El Mago atisbó la reja y se trepó a ella. Había terminado de pasar cuando oyó un quejido detrás suyo. Se dio vuelta y lo vio a Yiyo Conte, patas para arriba, enganchado a la reja desde la botamanga del pantalón. A duras penas pudo sacarlo del atolladero y cuando llegaron al hotel parecían dos ánimas arrastradas por la fatalidad. Sin embargo el operativo Tierra Negra rendiría los frutos previstos: al día siguiente Santamarina sacaría un heroico empate en dos contra Racing de Olavarría quedando a un paso de la hazaña. No obstante ni la tierra del cementerio ni todas las cábalas posibles alcanzaron para que se le cumpliera el sueño dorado: nunca pudo llegar al Regional y antes de partir Arturo Petrillo dejó caer una ácida reflexión de mago derrotado: "A Tandil habría que ararlo", dijo. Y nunca más lo volvimos a ver en la aldea.

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