CRÓNICAS DEL PAGO CHICO

Saravia y el Pibe

17/03/2017

Suele postularse que la música es un arte mayor destinado a los elegidos que la componen y a las almas sensibles que la disfrutan. Es probable. Fue la música -y luego el amor al cigarrillo y la melancolía-, el primer puente que cruzaron juntos Héctor Pibe Techeiro y el cantor Miguel Saravia. (Conjeturo que el pucho es un gran amor, y es por eso que cuesta tanto dejarlo. Es más: como todo gran amor lo que sucede a menudo es que el tabaco nos deja a nosotros).

por
Elías El Hage

Lo cierto es que Pibe, quien en los 70 había inventado junto a sus hermanos Moncho y Tati la legendaria Vereda Musical, como representante de los músicos que tenía a cargo solía negociarle el favor de algunos bares que por el borderó le permitían a Saravia venir a Tandil y cantar y tocar la guitarra con ese estilo único que poseía y que era la cifra de lo anticomercial. Por algo el músico, a pesar de la portación de apellido, no había sido un chalchalero. No conozco otro tipo que solito con la guitarra se las ingeniara para versionar en castellano la mítica O qué será, de Chico Buarque, y esa canción valía por todo el espectáculo. Sudaba a mares cantando y Pibe siempre le tenía preparada la camisa muleto para cuando terminara el show. La música era la perfecta excusa que tenían para encontrarse, para que Techeiro escapara del encierro de Disco y Libro (donde ganaba el pan para su familia) y Saravia del presidio del Congreso de la Nación, donde trabajaba como empleado.

Pibe, quien no sólo fue un representante de artistas de los que ya no hay (y fue, vale recordarlo, el hombre que de alguna manera proyectó los primeros pasos de Sandro la compañía discográfica del momento), sino que también tenía el timing artístico en la sangre, le insistía con un consejo no menor a la hora de cerrar el concierto. Decía, con toda razón, que un artista no debe abusar de su permanencia en el escenario. "Dos bises a lo sumo", sugería. El tercero ya era un exceso, y el cuarto, quinto o sexto directamente un bochorno. El asunto no admite diletancias: un artista tiene que saber cuándo ponerle el broche de oro a la función antes de que el público, que solicitó el bis con notable entusiasmo, se duerma o, directamente, le pida al artista que se vaya de una vez por todas. Miguel Saravia sabía todo esto. Sabía que debía irse tras el segundo bis pero ya en otras ocasiones, traicionado por el entusiasmo, se había quedado en las tablas más de lo que preveía su representante y amigo. Para colmo la perfomance de Saravia tenía una relación directamente proporcional con el alcohol: bebía en plena función y cuanto más bebía más profundo e inquietante era su tono, y mejor llegaba a la gente.

Aquella noche de la década del ochenta, Jorge Bufalito Álvarez, entonces secretario de Extensión y Bienestar Estudiantil de la Universidad, lo contrató para actuar en las Veladas de Gala en el Ex Palace Hotel. Se trató de un ciclo que organizó el funcionario en el Aula Magna de la Alta Casa, y a la cual le devolvió la mística escénica de aquel hotel esplendoroso. Candelabros, velas y toda la papelería compuesta con la tipografía de la época, eran la coreografía ideal para el concierto de un inspiradísimo Saravia. "Dos bises", le recordó Techeiro en el baño antes de mandarlo al escenario. Fue una hora y media de un recital impresionante. Miguel, entre tema y tema, se bajó una botella de whisky y cuando llegó al final tenía al público en la mano. Arrastrando las palabras, bañado en sudor, el cantor anunció la despedida. Cuando metió el último acorde la gente se levantó y le prodigó el tan necesario standing ovation, y trascartón se despachó con el pedido de otra, otra y otra. Flotando en el limbo etílico, Saravia recordó el consejo y tuvo la precaución de consultar a su amigo por el tema en cuestión.

-¿Y Pibe? -le preguntó desde el escenario-. ¿Cuántos bises hago?

Del fondo del salón surgió la vocesita de Techeiro, quien jamás bebía cuando uno de sus artistas estaba en el escenario, trastornada por los efectos del alcohol. El efecto sonoro de la curda cruzó de punta a punta el Aula Magna.

-¡Hacé todos los bises que quieras, Miguel! ¡Hic! -soltó ganándose la ovación de la noche.

Saravia sonrió, cantó los dos bises que mandan los libros, y concluyó la función. En el baño, con la camisa muleto en la percha, lo esperaba su representante.

-¿Qué pasó, Pibe? ¿Te mamaste vos también? -le preguntó, extrañado, Miguel.

Héctor Techeiro sacó del bolsillo del pantalón una cajita con la medicación que el médico le estaba dando para los malhumores de ese corazón que algunos años después iría a abandonarlo.

-Tomé apenas un medio whisky. El resto lo hizo esta porquería -dijo el Pibe.

Miguel agarró la caja y la tiró al inodoro. Luego atravesaron la puerta de la Universidad tal como los dos irían a marcharse de este mundo: abrazados y fumando en medio de la noche bajo el calor de las estrellas que aún hoy los acompañan en el largo viaje del adiós.

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