Papel

Esplendor y ocaso del stripper en Tandil

30/12/2016

El primer espectáculo de stripper que se celebró en la aldea ocurrió a principios de los 90 en un lugar que ya dejó de ser. Cuenta la leyenda que aquella función debut gerenciada por la empresaria Sandra Maqueira (quien desde entonces se ganó el apodo de la Reina de la Noche), produjo una verdadera conmoción.

por
Elías El Hage

El boliche ubicado en las alturas de la ex disco Woody (años después Museo y hoy un templo evangélico) y conocido como La Terraza se llenó de ávidas parroquianas dispuestas a soltar el frenesí -una mezcla de aullidos y gruesas carcajadas- que convirtieron al pobre stripper contratado para la ocasión en el centro de la histeria femenina elevada a la máxima potencia: la potencia de ver pero no actuar (je, una añeja costumbre de las tandileras que pasaron los 40 años). Pero las crónicas refieren que esa noche el papelón no lo hicieron las damas que se deslenguaron sin pudor frente al stripper porteño. No. El papelón lo hicieron los novios y maridos de las vecinas en cuestión, los cuales, portando el machismo patriarcal con el que fueron criados, se plantaron en la puerta del boliche con una temeraria consigna: "Si vos entrás acá, olvidate de mí", dijeron. Con lo cual las damas lograron el milagro por partida doble: disfrutar del stripper y sacarse de encima al carcelero psicopateador.

El segundo espectáculo de stripper -familiar- lo detonó el elenco televisivo de Café Fashion. Con la turca Salomón a la cabeza llegaron al pueblo para ofrecer un par de funciones en la sala de la Peña El Cielito. Se hospedaron en el Plaza Hotel y esa fue la oportunidad que tuvo el mozo Fredy Restelli para conseguir dos entradas de garrón. Munido de un par de plateas para la tercera fila, Fredy marchó con su hijo de 19 años al espectáculo. En mitad de la obra Beatriz Salomón arrojó el guante sobre el público: "¿Quién se anima a bailar conmigo?", retó. Ninguno, tandileros al fin, se movió de su sitio. Entonces la Turca mandó a dos bailarinas de portentosas caderas a rastrillar las primeras filas en busca del par de caballeros necesarios para lo que iría a ocurrir después. Era una emboscada típica del teatro de revistas.

Una de las diosas lo manoteó a Fredy Restelli. La otra a don Carlos Bader. Ambas hicieron bailar a nuestros vecinos sobre el escenario. Pero cuando estaban por regresar a sus asientos, la Salomón completó la celada: "Vamos a ver quién de estos dos machotes me hace el mejor strep-tease de la noche", dijo. Y ahí nomás empezó a sonar la música de Nueve semanas y media. Bader se sacó la camisa, la camiseta y llegó hasta aflojarse el cinto. Pero lo de Fredy fue inmensamente apoteótico. Empezó a bailar y se quitó el pulóver dejando aparecer una camisa azul con una descomunal mancha de detergente en la espalda. Después la Salomón lo incitó para que le sacara ventaja a un Bader conservador (que se negaba a bajarse los lienzos). Entonces Restelli, ni lerdo ni perezoso, se largó a bailar eléctricamente mientras empezaba a dejar caer el pantalón. Allí tuvo un instante de lucidez para pensar: "Oia, ¿no tendré el calzoncillo agujereado?". Pero decidió apartar ese pensamiento de mal agüero de su mente y jugó a fondo su lance contra el hombre de Calzados Alteza: se bajó el jean como Dios manda, y también, como Dios no manda, apareció un fosforescente slip con un truculento agujero en la nalga derecha. El detalle se llevó la ovación de la noche, ganándole por puntos el strep-tease a un Bader que también recibió el aplauso de la concurrencia por semejante acto de arrojo que el hombre dos años después explicaría con una sola frase: "Aquella noche la Turca me volvió loco", confesó.

Lo último que se sabe sobre strippers y personajes ocurrió hace unos cuantos años en Tango Bar, un desaparecido boliche de la calle Alvear. Su propietario contrató a una pareja marplatense, Jessica y Sebastián, los cuales solían hacer su show juntos y también por separado. En eso estaba el infortunado Sebastián, un fisicoculturista convertido en la delicia de las fantasías femeninas, portando una minúscula tanga leopardo, cuando entró al boliche un parroquiano acompañado de sus amigos. Se trataba de un conocido abogado de la ciudad, destacado por su inagotable sentido del humor al borde del barquinazo, quien encaró derecho para una mesa, pidió una copa y se limitó a brindar con sus amistades mientras el stripper hacía su rutina. Hasta que de golpe Sebastián pasó por delante de él, se detuvo dándole la espalda, y empezó a contorsionarse frente al griterío de las damas. Luego se inclinó y se puso en cuatro patas sin imaginarse lo que iría a ocurrir dos segundos después. Porque el abogado se convirtió de súbito en proctólogo, para decirlo lo más finamente posible, y al toque un dedo insospechado merodeó el trasero del stripper marplatense. ¡Para qué! "¡¿Quién me metió el dedo en el culo?!", bramó Sebastián enfurecido. Tuvieron que sujetarlo entre los mozos. El propietario del boliche debió aconsejarle al abogado que se retirara del lugar, pues su integridad física corría serio peligro.

Fue el último acto de un género paródico sexual dedicado al target femenino que cumplió el ciclo natural atado a la dictadura de las modas: nacimiento, apogeo y ocaso del stripper en menos de una década. 

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