Opinión
12/12/2016
El debate sobre el estado de la educación argentina desvía la atención sobre los problemas reales.
por
Juan Carlos Pugliese
La crítica se centra en la metodología de los instrumentos
de medición que se vienen aplicando desde hace muchos años. Dispositivos
internacionales (OCDE/PISA), regionales latinoamericanos (Unesco/Serce), nacionales
(ONE), cuando lo que debiéramos es enfocarnos en la necesidad de mejorar con la
información disponible ya que es mucho lo que se puede hacer.
Como dice Juan Carlos Tedesco, debemos centrar el debate
"en estrategias para la enseñanza y el aprendizaje de la lectura y la
escritura, de las matemáticas y las ciencias exactas y naturales, de los
valores ciudadanos que promuevan adhesión a la democracia y a la justicia
social. Nos debemos un serio debate acerca de la formación, carrera y las
condiciones de trabajo de los docentes, que son la clave para políticas de
mejora de la calidad. Asimismo deberíamos estar discutiendo públicamente la
transformación de la escuela secundaria, las estrategias para la educación
inicial obligatoria o las políticas para la incorporación de las tecnologías de
la información."
La exclusión de Argentina de las pruebas PISA nos informa
que se han toqueteado por parte del gobierno anterior los instrumentos, reiterando el desapego por
las estadísticas y la imprescindibilidad de los datos para la formulación de
políticas públicas. Frente al dato lo que no corresponde es la neutralidad: el
100% de los chicos de 5 años están en la escuela. El 50% no termina la
educación obligatoria (secundario), de los que la terminan, la mitad tiene
problemas de comprensión de texto y dificultades de expresión. 9 de cada 10 que
no terminan corresponde al sector más desfavorecidos.
La contundencia del dato nos obliga a ponernos de acuerdo en
la transformación de la escuela y la educación junto a la reducción de la
brecha de desigualdad que rompe el entramado social.
Se trata de un tema político central, no de una cuestión
técnico pedagógica.
La centralidad del conocimiento nos interpela encarar una
política educativa con fuerte innovación y que rompa el círculo vicioso de una
educación pobre para pobres.
Necesitamos escuelas bien dotadas, abiertas a la
participación de todos, con docentes bien formados y actualizados, con
remuneraciones adecuadas y programas de estudio que incluyan la formación
básica y capacidades para el ingreso al sistema productivo. Si éstos son los
objetivos que compartimos, éstas son las variables que debiéramos medir en
todos los operativos de evaluación y comparación.
El dato resultante debe ser un elemento fundamental para la
aplicación de políticas concertadas que alejen la educación de la competencia
política porque es un tema central en el que se juega nuestro destino como
nación.
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