CRÓNICAS DEL PAGO CHICO

Ficciones (casi) verdaderas

09/12/2016

¿Quién escribe la historia? ¿La ficción o la realidad? Hace siete años, durante una obrita que escribí para teatro, apunté ciertos personajes y situaciones concebidas bajo la musa de la imaginación. Ficción pura. Sin embargo, inexplicablemente, el destino pateó el tablero: parece que aquellos personajes del monólogo eran personas. Una de ellas fue al teatro y la otra pidió las debidas explicaciones en la caja del supermercado Monarca. Podría jurar por la musa del escribidor (es decir por mi madre, Mariquita Musa) lo que refiere el lugar común: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Pero, sospecho, nadie me creería.

por
Elías El Hage

Escribí el libreto de "Lo que mata es el Viejazo" para divertirme y escaparme de la angustia que me producían dos textos con los que venía batallando desde hacía tiempo. Uno era un libro de cuentos; otro una novela. Pero al libreto lo escribí con el correr de la mano en el lapso de seis días y diecisiete cafés  sentado a la mesa el bar La Vereda. Como todo texto tenía algunas cuestiones autobiográficas, pero básicamente se trataba de la desventura de un cajero del Banco Nación atosigado por su propia decadencia física, psíquica y hasta cultural. Fue una experiencia de características inefables: la obra convocó a verdaderas multitudes, llenó seis veces el Teatro del Fuerte, además de otras veinte o treinta funciones en el Teatro de la Confraternidad y el viejo Club de Teatro. Cuando mi madre -quien entonces vivía- vio la cola de gente desde la puerta del teatro por Fuerte Independencia y que daba la vuelta por la calle Belgrano hasta las escalinatas del Palacio Municipal, reparó en parte el disgusto que le dio el actor en escena al final del espectáculo con el público aplaudiéndolo de pie: un pobre tipo que colmado de vanidad y en la desmesura del obeso ego que lo embarga decidió -por dos veces consecutivas- ningunear a la hora de las menciones el nombre del autor de esa pequeña obrita con la que él ganó una no tan pequeña fortuna. El actor del que hablo, obviamente, consumó el hecho inédito de competir contra el autor que lo eligió para hacer la obra, un absurdo patético que solo mereció las disculpas de su avergonzada hermana, quien formaba parte del elenco en su rol de directora. Demás está decir que nunca más el actor volvió a llenar el Teatro del Fuerte. Ahora vayamos al libreto. 

En la trama aparecían mencionados dos personajes que eran funcionales al desarrollo de la historia. Uno era Graciela, la ex esposa del bancario. El otro se trataba de una referencia menor: una señora que en la obra ocupaba un lapso de cuarenta segundos en escena. Ambos personajes eran creaciones de autor; sin embargo la realidad muchas veces nos hace un corte de manga. En la obra Graciela encarnaba a "la chica de la boutique", una muchacha que trabajaba en la pilchería "Lucky" allá por la década del 70. No sé por qué al personaje lo bauticé como Graciela y menos sé por qué la ubiqué en "Lucky", aunque quizá esto tenga que ver con el inconsciente y una fobia que me acompaña desde hace mucho tiempo: detesto probarme la ropa en los vestidores. En Lucky lo saben desde siempre y ninguna de las empleadas me insiste para que me pruebe nada. Así que cuando elijo un pantalón me lo llevo y si es chico o grande vuelvo y lo cambio. Pero nunca tuve la menor idea cómo se llamaban las empleadas de la boutique. 

Luego del estreno una señorita fue pegar un afiche de la obra? oh casualidad a "Lucky". Estaba en eso cuando una de las empleadas le dijo: "¡Fui a ver el Viejazo al teatro! ¡Porque yo me llamo Graciela y soy la mujer que habla Elías en la obra!". La señorita pega-afiches quedó atónita ante lo que para ella no podría ser una tremebunda casualidad. Por las dudas no le preguntó si era separada, como en el libreto original? ¿Sirve de algo que uno jure y perjure que Graciela fue un producto de mi cabeza y no de la familia social en que vivimos? 

Pero esto no es nada. Porque lo que viene es sencillamente atroz. He contado muchas anécdotas en mi vida, sin embargo no sabría cómo contextualizar el siguiente episodio El segundo personaje de rango completamente menos, el que estaba en escena cuarenta segundos y al que sólo subí al escenario porque era funcional a un gag, se me apareció de cuerpo presente en la cola de Monarca, sucursal centro. La vieja que yo había compuesto en el papel era idéntica. Lo que se llama, respetuosamente, una vieja de mierda. Ese ejemplar que te somete a carterazos en la góndola del híper, que hace todo lo posible para colarse en la cola, que se victimiza a cada minuto, que putea al remisero porque la dejó a diez centímetros del cordón, que maltrata a las secretarias de los médicos y que? ¡anda en un auto de la reputísima madre que vale una fortuna! Pues bien. Esa vieja de mierda que mi mente había alumbrado en una mesa del bar, se hizo realidad en su más pavorosa dimensión. En la cola de una caja de Monarca.  

En "Lo que mata es el Viejazo", la vieja era una escribana cuyo apellido omitiré aquí. Se trata de un apellido intrincado, que inventé a propósito para alejar a las tentaciones de la coincidencia. En la obra la vieja tenía un carísimo Audi. Paradoja bizarra: ¿para qué le sirve un Audi de cien mil dólares a una señora que ya está convertida en una completa vieja chota? Para nada. O sí: en el unipersonal era para querer tirarse su última cana al aire, cuestión que intentaba al pretender hacer un 69 en el asiento trasero del autito con tanta mala suerte que se quedaba acalambrada y así, rígida, la tenían que llevar a la guardia del Hospital. Un chiste. Un gag en la línea del absurdo. No conozco a ninguna vieja que tenga un Audi, mucho menos que sea escribana y muchísimo menos que haya padecido tan indecoroso accidente sexual. 

Sin embargo la vieja de la caja de Monarca no pensaba lo mismo que yo. Porque apenas pagué y encaré para afuera con las bolsas, con un estridente gritito la señora me dijo: "Yo soy la vieja del Audi, señorito maleducado". Quedé paralizado. Cuando reaccioné, intenté explicarle que la historia era sólo una ficción de una obra de teatro. "¡Qué obra de teatro ni qué ocho cuartos! Soy la escribana, la vieja chota del Audi. Y para que sepas jamás intenté hacer ninguna degeneradez en mi auto, pelotudo", me dijo al borde de la escupida. Y trascartón le ordenó al empleado de Monarca que le llevara las bolsas al? ¡Audi que había estacionado en la playa del supermercado.  

Cuando le conté este episodio a un amigo, me dijo que la anciana escribana realmente existía, razón por la cual nunca sabré quién me fue dictando al oído la historia del Viejazo que escribí durante aquellos días en uno de mis bares preferidos. Si fue la musa, el yo subliminal, el Espíritu Santo o el mismísimo demonio que viene a visitarme de vez en cuando.

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