Con el tiempo llegaron las cadenas de librerías que de alguna forma le quitó parte de su identidad a Don Quijote, a la par que crecía, sobre todo, la librería Alfa de Alicia Laco, de neto cuño local. Y llegaba El Atril, con otras novedades y otra metodología en el rubro, que incluyó las mesas de café, una experiencia foránea con ciertos rasgos de inédita que supo ganarse un lugar.

Ahora la novedad es que Don Quijote se traslada unos setenta metros de su local de calle Rodríguez, entre Pinto y San Martín. Muda sus libros y su historia a un lugar cargado de historia, el sitio donde la familia Demarco construyó su peluquería legendaria. Concluido el ciclo, las hermanas Demarco habían asegurado que alquilarían el local a cualquier rubro menos perfumería. Y cumplieron. En breve, la librería Don Quijote -que hoy forma parte de una cadena de librerías- apegará allí sus libros y estanterías. Sobre la calle Pinto. En términos comerciales es un desplazamiento que tendrá sus costos, porque no es lo mismo ni la visibilidad ni la circulación ni la potencia simbólica de una calle que otra. Pero como todo cambio, una historia recomienza para la tradicional librería que resiste los embates de los tiempos, las modas y el nunca cumplido augurio acerca del final del libro de papel a manos de las nuevas tecnologías.