CRÓNICAS DEL PAGO CHICO

Esplendor y agonía de la mesa de café

06/10/2016

La postmodernidad global se ha llevado puesta muchas cosas, entre ellas la de un ritual tandilero en vías de extinción: la mesa de café. En la aldea hubo (y todavía quedan algunas) mesas legendarias, pobladas de parroquianos que cumplían a rajatabla con la cita de la amistad. La Mesa de los Galanes, la Mesa de los Tibios, la Mesa de los Amigos en el Golden, la Mesa de los Tres Mosqueteros son algunas de estas Instituciones libres del pueblo que supieron poblar los bares y otros reductos gastronómicos de la ciudad.

por
Elías El Hage

Una de esas mesas tenía una chapa de bronce como referencia. Habría de nacer y morir en un mismo café, el Bar Liverpool. Fue La Mesa de las Causas Perdidas. Se perdió, esa mesa, cuando el país implosionó en el 2001 y el dueño del boliche subió el café de $1 a $2 en un minuto. Hubo enojos y deserciones. Y la mesa voló por los aires. O más bien se recicló. Pues con el tiempo habría de convertirse en La Mesa de los Tibios. Instalada en el bar de la Uni, los recordados Aníbal Tuculet y el Cafra Tumini, más Francisco Lester, el escultor Alejo Azcue, el joven Ignacio Fosco, el veterinario Gustavo Carreras y este articulista eran algunos de sus miembros más conspicuos. La muerte de Tuculet, más cierto hastío social, disolvió la mesa de un día para otro. Pero fueron largas temporadas en donde con la caída del atardecer los parroquianos intercambiaban cuitas de toda índole, es especial: mujeres y política. La mesa comenzó a bajar la persiana cuando un integrante de la barra, harto de que las peripecias de su vida fueran el centro de conversación de la mesa, bañó enteramente a uno de los parroquianos arrojándole un vaso de soda del tamaño de la mitad de un sifón. Fue el final.

Otra mesa considerada histórica es la llamada Mesa de los Galanes. La muerte de uno de sus más firmes habitués, el dibujante y escritor Ricardo Garijo, resultó un golpe duro de asimilar para el resto de los parroquianos como Nacho Lacovara y Raúl Echegaray que se juntaron por años -quizá aún lo hagan- los sábados a la mañana en el Bar Chaplin, que alguna vez se llamó Antique. Pero sabemos que hay una mesa de jueves que no está más. Mítica mesa donde se entrecruzaba la amistad con el placer de la parrillada. Era la Mesa de los Tres Mosqueteros, pues el trío de muchachos que la integraban eran, además de amigos de toda la vida, ex alumnos del Colegio San José (pocas instituciones pueden observar un sentido de mayor identidad y pertenencia). El abogado Daniel Galli, el arquitecto Alejandro Fortunato y el médico Gustavo Gentile cultivaron durante algo así como treinta años la mesa de la parrilla Al Ver Verás. Humor y nostalgia a raudales conformaron la materia dialéctica de aquel clan tandilero hasta los tuétanos. La muerte de Gustavo terminó con el rito y al año el fallecimiento de Alejandro disolvió en el aire los duendes de la amistad, los recuerdos y las humoradas. Nunca más Al Ver Verás fue el mismo tras el mustio vacío de esa mesa legendaria.

La Mesa de los Amigos del Golden es una de las pocas que se celebra en el día a día. Reducto de vecinos sesentones se aposenta sobre la vidriera de calle 9 de Julio. Su conformación es heterogénea. El maestro del fuelle Norberto Matti y el martillero Mario Iriani son parte de esta logia que también hace ya un tiempo recibió un mazazo brutal: la muerte de Carlitos Vitullo. El Golden también posee otras dos mesas que tienen sus propias genealogías: una la ocupa el rector de la Unicen, Roberto Tassara, y funcionarios de su entorno más cercano, los sábados por la mañana. La otra resiste en un área del boliche que había sido acondicionada para fumadores, que da a la calle Pinto, y es la Mesa de la Rosca Política. Su temperatura sube en tiempos electorales o pre electorales, pero ningún periodista dejará de pasar por allí en busca de algún chimento de primera mano. Otra mesa dedicada a las polémicas políticas habita el bar La Vereda, aunque últimamente ha perdido constancia, parroquianos y dedicación. En sus mejores tiempos era frecuentada, entre otros, por el radical Juan Domingo "Tati" Loustau, el consultor Oscar Nigro (portador del oráculo invencible), Roberto Mouillerón, Carlos Lorenzo, Choli Pedersoli, Francisco Lester (El Peronista de Perón) y el martillero Carlos González.

Generalmente, la muerte es algo que les pasa a otros. Pero cuando golpea a una mesa de café, puede ocurrir lo impredecible. La tradición oral da fe de que cuando murió Lucho Mestelán, que tenía su mesa futbolera en el Bar Ideal, nunca más nadie se atrevió a ocupar su silla.

Cierta conjetura sostiene que las mesas de café son un punto de fuga. Algunos hombres se rajan de sus casas, otros de sus esposas, otros del trabajo, de la angustia, del aburrimiento, por lo cual no parece una teoría descabellada. Pero hay algo que nadie duda: cada mesa tiene su propia identidad y no cualquier recién llegado, por azar, por invitación, porque pasaba por ahí y entró, está apto para ganarse el legítimo derecho de pertenecer a la mesa. No es que alguien ponga condiciones de ingreso y permanencia, más bien se cree que se trata de una cuestión de piel. La mesa de café, como pensaba Dipi de los bares, es la Institución más libre del pueblo. Uno llega y se va cuando se le antoja, y es uno de los pocos lugares donde el ser humano puede estar largas horas de su vida sin que nadie lo obligue a ello. Pero entre sus miembros debe haber habido, quizá en otras vidas, una coincidencia cósmica. De allí entonces que las mesas no toleran nuevos concurrentes.

Con todos estos dones, aún así las mesas de café están tendiendo a desaparecer. La nueva oleada de inmigración VIP portando otras costumbres, el tsunami de la globalización, el altisonante volumen del plasma en los bares, son algunos de los tópicos que conspiran contra ellas. Por aquello de que la mesa de café es un milagro de la amistad. Un rincón para la palabra. Un ritual profano de un mundo de hombres que se van quedando sin rituales, como no sea pagar la cuota de la yogurtera y rezar para no perder el trabajo.

Hecha a la medida de la masculinidad, la mesa de café en estos días es tan escasa como la imagen de una mujer cafeteando sola en algún bar del pueblo. Como si los bares fueran un universo excluyentemente de varones. Muerta la feminista Pupé Cáceres Cano, que compraba su botella de ginebra en el Bar Firpo para estupefacción de todos los parroquianos, el café y las damas parecen funcionar como antónimos de la vida social en la comarca. Aunque esa es otra historia.

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