CRÓNICAS DEL PAGO CHICO

El Coquito y John Keating

30/09/2016

No se conocieron y fueron antítesis. Uno disfrutó siendo verdugo de sus alumnos. El otro fue el portador de la sabía rebeldía que inculcó a sus estudiantes. Murieron, casi, al unísono. El primero, habitó el territorio del Colegio San José allá por los años 70; el segundo, la sobria y conservadora Academia de Welton.

por
Elías El Hage

El Coquito, a quien casi nadie llamaba hermano Francisco (nombre que presuntamente tomó de San Francisco de Asís, santo del que seguramente nada había tomado), fue un ser minúsculo, arropado en su saco de botones temibles, su corbata delgada como un puñal, sus ojos de hielo. Celeste gélido. Toda su pedagogía estaba basada en el terror. Fue un torturador de baja intensidad para quien las paredes del colegio eran muros. La sala de dirección el infierno. Erguido, recto, inmóvil, los pies juntitos, balanceándose al compás de su odio, dispuesto a lapidar con la mirada a esa horda de varones que lo supo detestar, en quienes (bueno, alguno habrá como excepción) no dejó más que el irreparable recuerdo de la ignominia.

Nunca enseñó nada bueno. No fue ni siquiera útil. Nos hizo beber el polvo de la humillación banal, la iniquidad porque sí: contando una por una, como disciplina matemática, las baldosas del colegio si los dos orificios de su nariz filosa detectaban que el alumno había estado fumando en el baño.

No se hizo célebre ni siquiera por su originalidad para la malicia. Fue el arquetipo del cura represor, del docente indigno, del que pudiendo estar parado sobre la tarima de salón para enseñar algo, lo único que legó fue su estela de odio insepulto. Aun cuando hace algunos meses, ya viejo y solo, murió. Si es que alguna vez estuvo vivo.

John Keating fue Robin Williams. Todos lo amamos, no tanto por Robin sino por John, por ese profesor de literatura de la Academia de Welton cuyos valores eran Tradición, Honor, Disciplina y Excelencia, un colegio también repleto de varones ávidos de aprender algo de la existencia. Welton era un prestigioso internado privado, aislado y tradicional. Se hallaba emplazado en las tranquilas montañas de Vermont, en Nueva Inglaterra (Estados Unidos), y representaba la más estricta esencia de la sociedad victoriana. Se lo veía como un edificio de estilo colonial, con un toque sombrío y austero, como corresponde al tipo de personas conformistas que quieren formar. Era un colegio de élite al que un día llegó Keating para romper con sus cuatro principios fundamentales e inculcar en los estudiantes el gusto por el arte, el sentimiento de libertad y la filosofía del "Carpe diem", o sea de vivir intensamente cada momento.

Al Coquito lo padecimos algo así como 5 años. Pero Keating pasó por nuestras vidas durante una hora y media. Le bastó con eso para tocar la eternidad. Fue el profesor de La Sociedad de los poetas muertos. Nadie que sea de este mundo puede haber salido indemne después de haber visto esa película. Una, dos, tres veces. Ninguno es el mismo desde ese día fundante en que él, silbando bajito, abrió la puerta del aula, entró y les dijo a sus alumnos que rompieran en pedacitos las páginas del pavoroso libro que enseñaba, cual si fuera un ejercicio de geometría, cómo se hacía una poesía. La noche en que Keating nos dejó para siempre, nadie pudo hacer otra cosa que no fuera ésta: pararnos arriba del pupitre de la memoria en señal de gratitud. Aplaudir al maestro, llorar por él. Tal como se pararon sus alumnos arriba de los bancos el día que las autoridades de Welton lo echaron del colegio por defender la vocación de un estudiante. Oh Capitan, mi Capitán, cómo duele la muerte de lo que nunca tuvimos en  nuestras propias aulas.

Escuchemos otra vez a Keating, al profesor que cambió la vida para siempre del extraordinario actor Robin Williams y de miles de alumnos que lo vieron, escuchemos cuando nos dice otra vez al oído: "Todos necesitamos ser aceptados, pero deben entender que sus convicciones son suyas, les pertenecen (...) aunque toda la manada diga: ¡no está bien! Robert Frost dijo: Dos caminos divergen en un bosque, y yo tomé el menos transitado de los dos, y aquello fue lo que cambió todo. Quiero que encuentren su propio camino".

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