PICARDÍA CRIOLLA
27/09/2016
En la media tarde del martes ocurrió un accidente a metros del Monumento al Fundidor. Lo aparatoso del vuelco de un automóvil Renault con patente de último modelo no llamó tanto la atención como el detalle sutil que incurrió el conductor apenas se bajó del auto destruido. (FOTOS).
Fue a las cinco de la tarde, hora coincidente con el célebre
poema que Federico García Lorca dedicó a la muerte del torero Ignacio Sánchez
Mejías. El paseo del Lago del Fuerte lucía atestado de caminantes y corredores,
quienes a través de la senda aeróbica con el florecer de la primavera procuran -algunos
no sin esfuerzo- el reverdecer de sus propios cuerpos.
Un automóvil Renault de color negro con chapa patente de última
generación trepó la ardua loma que conduce al Monumento al Fundidor. Luego su
conductor -se cree que intentando superar a otro coche- justo en la curva
perdió el control del vehículo y entró en una suerte de trayectoria
estrambótica que incluyó un vuelco para terminar con las cuatro ruedas sobre el
piso pero la carrocería en estado de catástrofe. A falta de parte oficial, la
versión es que tanto el conductor como el acompañante serían oriundos de Mar
del Plata. Cuando detuvo su marcha, el acompañante, un hombre joven, debió ser
asistido por los ocasionales caminantes. Entonces el que manejaba, que vestía
una remera blanca y un pantalón negro, tras constatar que aparentemente las
lesiones de su compañero eran leves, entró al auto, retiró una botella de
cerveza y la arrojó unos metros más allá, unos tres metros en dirección al capó
del coche. "Venímos de jugar al básquet", dijo a un testigo que se acercó a ver
qué pasaba. En medio de la confusión, otras fuentes sostuvieron que el Renault
había atropellado a un caminante que venía por la calle de tierra que se une al
asfalto en el eje de la curva.
Minutos después llegaron dos agentes de la Policía Local, y
al unísono la ambulancia que se llevó al herido. La botella probablemente haya
quedado allí. Como testigo o detonador de un vuelco aparatoso que, al decir de
las versiones, sólo debe lamentar un herido leve -si se confirma la información
extraoficial- y fierros rotos por doquier.
Eso sí: si el que manejaba estaba pasado de alcohol, la
niebla de la cerveza no le impidió, segundos después del vuelco, un resto de
lucidez para sacarse de encima la evidencia comprometedora. A las cinco de la
tarde, a metros del Monumento al Fundidor, con un
paseo repleto de gente, en el despertar de la primavera.
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