NOTA DE TAPA

Pibes chorros y enfierrados

26/09/2016

Los lugares comunes abundan cuando la gente conversa sobre inseguridad. Hay argumentos prefabricados que postulan soluciones: "Hay que matarlos a todos". Y los que buscan explicar el problema: "Esos chicos tuvieron una infancia difícil".

Y nos enrollamos en discusiones semánticas para explicar que no existe la justicia por mano propia porque, precisamente, el monopolio de la fuerza lo capitaliza el Estado y una de las funciones de esa fuerza es la administración de justicia. Todo lo demás es venganza privada y está prohibida por la ley. Y en el último mes se multiplicaron estos casos. Los más visibles son los del cirujano que le pegó dos tiros a un ladrón, el remisero que forcejeó con un delincuente que lo asaltó, le quitó el arma y lo liquidó con ella y, ahora, el del carnicero que aplastó entre su auto y un semáforo a un ladrón. Hubo otros en todo el país y es bastante lógico que ocurra. Porque no basta con decirle a un ciudadano que no se compre un arma si en paralelo no se le da una expectativa razonable de que se lo va a proteger. La gente está cansada, tiene miedo y muchos están dispuestos a defender lo suyo en el convencimiento de que la policía, la justicia y la política no alumbrarán soluciones a una escalada que crece y se vuelve incontrolable. En Tandil estamos cada vez más cerca de una tragedia de esta naturaleza y eso es una advertencia para los poderes públicos.

Hoy hace una semana que a Julieta y Roberto les entraron a robar. Fue la cuarta vez. O tal vez la quinta porque, cuando empiezan a enumerar los hechos se dan cuenta de que no recuerdan con exactitud. Los robos se fueron acumulando como capas geológicas y cada nuevo despojo tapó al anterior. Con el tiempo el relato se fragmenta y se vuelve más opaco porque la atención se centra en el último hecho, en sus detalles y ribetes. El pasado pierde precisión porque la urgencia del presente le quita protagonismo, una vez, otra vez, cuatro veces.

El último robo lo sufrieron el sábado último a eso de las 19.00, cuando Julieta salió para hacer unas compras y la casa quedó sola por media hora. Llevó a la nena de tres años con ella porque su marido estaba en el trabajo, cubriendo el franco de un compañero.

"Me reventaron la puerta y se llevaron el tele y la pava eléctrica. Me fui un ratito, menos de media hora, siempre tratamos de coordinar con mi marido para que la casa no quede sola porque nos robaron tantas veces que estamos acobardados".

Los "patea puertas" obran así: Rompen una abertura dándole patadas y se llevan lo primero que encuentran apelando a la sorpresa y valiéndose de su velocidad. A esta altura del texto, para el lector desprevenido el botín parece algo menor, o, en todo caso, nada extraordinario. Un televisor y una pava eléctrica. Quien decida seguir leyendo este reportaje entenderá que "el tele y la pava eléctrica", como le dice Julieta a El Diario de Tandil, era lo único que le quedaba.

Roberto y Julieta son una típica pareja joven de clase media baja con aspiraciones de una vida mejor. Ambos le dedican a sus actividades laborales más de ocho horas diarias. Viven el uno para el otro, para la nena de tres años que sufre un trastorno de salud crónico y para el trabajo duro, con el que pagan las cuentas y los gastos médicos. Intentan ahorrar a costa de privaciones para forjarse un futuro más holgado a cambio de un presente con lo justo. La casita la hicieron con sacrificio y también con la alegría de ver plasmado el avance, ladrillo sobre ladrillo. Y después empezaron a comprar los muebles, los electrodomésticos, el televisor, una radio. Algo de confort básico. "El tele y la pava eléctrica" era lo único más o menos de valor que les quedaba.

Los cuatro robos ocurrieron en el mismo domicilio, en ese límite difuso entre Las Tunitas y Villa del Parque. "El año pasado para esta fecha nos robaron tres veces en un mes y nos dejaron sin nada", explica Julieta, con las marcas del cansancio en el rostro. "Cuando digo nada, es nada, nos quedó solamente la cama y una mesa. En los tres robos se fueron llevando desde lo más grande hasta lo más chico. Se llevaron la garrafa y hasta los pañales del bebé. Y lo que no se llevaron, lo rompieron. Unos vecinos me prestaron una cuna y un andador para mi hija porque no logramos recuperarnos para comprar las cosas otra vez".

No es solo cansancio físico y mental lo que se nota en Julieta. Sus ojos apagados se encienden en algún punto del relato. Se percibe una sensación cocida a fuego lento en el caldero de la injusticia. Un potaje espeso y amargo. ¿Es bronca contra los que le robaron hasta dejarla con lo puesto? ¿Es la desolación de suponer que la maquinaria que tiene el Estado para prevenir y combatir el delito hace rato que no funciona? ¿Hastío? ¿Ira? ¿Dolor?

Después de los primeros robos la pareja trató de salir adelante. "Sacamos un préstamo para arreglar lo que nos rompieron y pusimos alarma. Cada vez que la casa quedaba sola cargábamos lo poquito de valor que teníamos y lo llevábamos en el auto con nosotros. De lo que se llevaron no pudimos reponer nada, solo compramos el televisor por la nena, para que mire algún canal infantil, llevamos pagadas cuatro cuotas de doce. Tengo que seguir pagando ocho meses y ya no lo tengo".

Se le hace un nudo en la garganta a esta chica trabajadora, madre y esposa. Entiéndase bien, no está hablando de un aparato electrónico. Está hablando de posesiones materiales que adquirió con años de trabajo. Esa impotencia, esa bronca contenida, esas larvadas ganas de que alguien pague de una vez por todo el daño es lo que transmite la víctima. Le robaron una cuna, un andador, una garrafa, sillas, microondas, televisor, pava eléctrica, radio, muebles, secador de cabello, ropa, sábanas, plancha. Y la lista sigue. Así dicho es un catálogo. Pero puesto en el contexto de esta familia y de lo que para ellos representa es parte del inventario de sus sueños. Bienes que fueron comprando de a poco para darle funcionalidad a su hogar. Los ladrones no les robaron cosas, les robaron sueños y proyectos.

"Me duele el alma porque todo lo que hago es con esfuerzo y ellos como si nada entran y se lo llevan. Mi marido es carnicero y yo trabajo por horas, imaginate lo que nos cuesta. Tengo que dejar a la nena de un lado para otro para poder trabajar más horas porque queremos progresar y estos basuras vienen justo cuando uno deja la casa sola. Yo se que en algún momento voy a salir de esta y voy a poder tener lo mío pero ellos siempre van a ser los mismos basuras y nunca van a tener más que su misma miseria".

Entre los sueños posibles y concretos que les robaron a Roberto y Julieta está el de mejorar la vivienda. No solo porque les robaron las ganas de seguir adelante sino porque, al despojarlos de todos sus bienes básicos, tienen que reponerlos antes de volver a pensar en ahorrar para mejorar la casita. "Queríamos ampliar adelante pero ya no te dan ganas. Yo no doy más, me cansé, no tengo fuerzas, no me recupero y la verdad es que no se qué hacer".

 

Una noche de furia

Cuando Julieta llegó de hacer las compras, vio la puerta rota y se percató de que le habían llevado sus dos últimas posesiones sintió que tocaba fondo. Le mandó un WhatsApp a su marido, que pidió permiso a su jefe y salió antes de la carnicería. Llegó el móvil de la alarma, enseguida apareció Roberto y salió a dar vueltas por el barrio para ver si veía a los ladrones. Media hora después llegó el móvil de la policía."Son siempre los mismos, están recontra identificados por la policía y por nosotros, y ellos tampoco hacen nada para disimular que son chorros, a mi me entraron hasta con alarma, no los para nada ya a estos basuras", apunta Julieta.

En los días previos al robo habían conversado sobre el caso del carnicero "billy" Oyarzún, que persiguió a los ladrones que entraron a su local y mató a uno luego de embestir con su auto la moto en la que huían. La empatía con el asaltado fue total. "No nos alegramos por la muerte del ladrón porque eso no está bien, no somos así, pero ellos (los delincuentes) eligen esa vida, el carnicero solo eligió una vida de trabajo y le fueron a robar un montón de veces y en la última le tiraron seis tiros". Días después el hartazgo de un hombre de trabajo que no se mete con nadie apareció entre ellos. Esta vez no fue una conversación. Julieta vio como Roberto salía de la casa a tratar de recuperar lo que les habían robado y se tornó lívida. "Mi marido es más bueno que el pan pero esa noche se cansó, ya cuatro veces es mucho. Primero lloraba como un nene porque nos pasan estas cosas tan feas. Cuando salió de casa me dio miedo, me puse a llorar y le gritaba que los dejara, que volviera, tenía miedo de que me lo mataran, pero él estaba ciego de la ira, yo salí atrás de él pero no lo podía encontrar. Estuvo metiéndose por Las Tunitas, tratando de encontrar a los que nos robaron porque sabemos bien quienes son, y la policía lo sabe también porque más allá de la crisis social y económica que hay, siempre en nuestro barrio son los mismos".

Julieta no hizo la denuncia policial esa noche y estaba decidida a no hacerla nunca porque "las veces que me robaron no recuperé nada, unos vecinos me insistieron con que haga la denuncia para que se formalice un expediente, porque así funciona el sistema, pero estoy cansada de este sistema, que la verdad, para mí no funciona hace rato porque todos se tiran la pelota y nadie hace nada por las víctimas. Y si encima das nombres después tenés represalias y nunca van presos".

Y aún cuando albergaran alguna esperanza mínima en la eficacia del Estado el mensaje que le dejó uno de los policías que llegó a su casa fue desalentador. "Nos dijo que nos tenemos que juntar entre veinte y quebrarlo todo al ladrón. Así nomás. Porque si vamos a esperar que hagan algo de arriba nos van a matar a nosotros. Eso dijo. Te juro que me duele el alma y que no puedo más. No es justo esto, si yo me rompo el alma trabajando, dejando a mi hijo de un lado a otro para que estos hijos de putas me roben a mí que no tengo nada. Tengo ganas de matarlos, no es justo vivir así".

 

Pibes chorros y enfierrados

Roberto se acostó de madrugada, dormitó de a ratos y se levantó al alba del domingo después del robo. Casi no pegó un ojo. Julieta, por el contrario, no se pudo levantar hasta más tarde. El mismo estrés que a su marido lo mantuvo alerta y acelerado a ella la dejó de cama. Más tarde se unió a su esposo en la recorrida en busca de sus pertenencias robadas y, en una esquina, localizaron al que pensaban que les había robado. Un chico de 14 años que, en compañía de otro de 18, recorre la zona en moto, sospechan que estudiando el movimiento para cometer ilícitos. Todos tienen antecedentes por robo.

"Fue tremendo cuando lo encontramos al pibe porque estaba con otros en la esquina fumando, creo que marihuana, y nos sacó un arma y nos dijeron que nos iban a matar. Y también que nos dejemos de joder porque nos iban a prender fuego el auto. Fue un momento fatal".

Después de eso finalmente decidieron hacer la denuncia, no tanto por el robo sino porque consideraron que la amenaza de muerte era verosímil. De hecho, de ese grupo en el que todos tienen entradas a la comisaría y no en plan de visita guiada, el menor de edad es de temer. Su propia madre reconoce que se droga y que está fuera de control. Se lo repite a los vecinos que le recriminan las actitudes de su hijo. Ese es su salvoconducto para no hacerse cargo de lo que le toca como responsable de su descendiente.

Mientras la pareja hacía la denuncia por las amenazas y por el robo de la noche anterior, seis patrulleros detuvieron al chico. Quería entrar en una casa prefabricada de la calle Grand Bourg, entre De Los Granaderos y Picheuta. Una persona alertó al 101 y finalmente lo atraparon. Desplegaron seis patrulleros y se oyeron dos disparos. El cómplice mayor de edad escapó. El ladrón, de 14 años y con antecedentes penales, estuvo en la comisaría alrededor de una hora y luego volvió con su madre -la misma que dice que se droga con Paco y que no lo puede controlar- porque el sistema funciona así. Funciona es un modo de decir.

Al final el preconcepto de las víctimas sobre que los delincuentes que los tienen acorralados son siempre los mismos no estaban equivocados. Los sospechosos de siempre lo son porque se lo ganaron. Hay más de sentido común y experiencia que de estigmatización cuando un vecino que vive en el barrio hace 24 años señala una casa y apunta "eso es un nido de chorros y los pibes están pasados de drogas".

Mientras tanto, la policía demora en llegar; los que patrullan se la pasan mirando la pantalla de su smartphone en vez de estar con cuatro ojos para hacer prevención; culpan a la Justicia y a los legisladores porque las leyes están hechas para los delincuentes y le recomiendan a las víctimas, como hicieron con Roberto y Julieta "que los matemos que nadie los va a reclamar". Y la Justicia dice que trabaja con las herramientas que tiene. Y los legisladores alegan que no hay que cambiar las leyes sino cumplir las que ya están. Todos tienen alguien a quien culpar mientras allá afuera los delincuentes le siguen robando a las familias los bienes, la tranquilidad y los sueños. En Facebook y WhatsApp circula un texto sobre la inseguridad que cierra con una frase de esas que tienen tendencia a quedar grabadas: "Los Derechos Humanos para los humanos derechos". La frase es demagógica porque los derechos y las garantías constitucionales son para todos por igual, pero es hora de que alguien le empiece a prestar atención a las víctimas, como Julieta y Roberto.

Ella tiene 26 años y él menos de 30. Jóvenes, decentes, con una hija hermosa, con trabajo y llenos de proyectos; los sucesivos robos les fueron borrando la sonrisa. Es difícil describir el estado en el que los encontramos para este reportaje. Acobardados. Desesperanzados. Devastados. Impotentes. Hay cada vez más vecinos entre nosotros que se parecen a ellos. Víctimas anónimas que reciben menos atención de la que debieran. Muchos están hartos, enojados y desprotegidos. En esas condiciones habrá cada vez más gente proclive a la venganza privada o, como se la llama erróneamente "justicia por mano propia". Roberto es un hombre de bien, tranquilo, que no mata una mosca. Sin embargo salió a buscar a los delincuentes en una situación extraordinaria. Porque cuando al hombre corriente se lo empuja a esas circunstancias, puede reaccionar movido más por el instinto que por la razón. Como Oyarzún, un carnicero que de la noche a la mañana se convirtió en asesino. Es tarea del Estado desactivar esta bomba de tiempo. El tiempo sigue corriendo y hay mucha gente haciendo tic-tac.

 

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