MIRADAS
22/09/2016
Los trabajadores de Cinpal luchan contra un patrón sin rostro, uno de los símbolos de la globalización. Abandonar una empresa, no pagar los sueldos a sus trabajadores y salir a caminar las calles de todos los vecinos no le sería tan sencillo al ejecutivo de Cinpal, si el empresario fuera de Tandil.
por
Elías El Hage
Dicen en el mundo empresarial que no se registran abundantes
casos de una empresa que de un día para otro decide abandonar su planta moderna
librada a la suerte de Dios, como quien deja un barco al garete en medio del
mar.
Eso hizo Cinpal Brasil con su fábrica de Tandil. Una planta
que -aseguran- vale unos 15 millones de dólares. Sin embargo, contra todos los
pronósticos, Cinpal lo hizo. Un día instruyó a su administradora local para que
levante campamento. En la huida dejaron a sus cuarenta trabajadores con los
sueldos (ya van cuatro meses) y el aguinaldo caídos. Desoyendo una de las
máximas empesariales de todos los tiempos: el acto sagrado de pagar los haberes.
El resto es historia conocida: ausencia en todas las
audiencias que dictó el Ministerio de Trabajo de la provincia; un acta firmada por
todas partes en el Ministerio de Trabajo de la Nación, con el compromiso de
pago escalonado que tampoco se cumplió, y lo último: una nueva defraudación
tras el ultimátum de 24 horas que la UOM le había dado a Cinpal. Y que tampoco
sirvió de nada. Vencido el plazo, los trabajadores -con tanto hastío como
cansancio- decidieron volver a la medida de fuerza que más duele en el
escenario político y empresarial local: el bloqueo del ingreso al Parque
Industrial, que afecta seriamente el normal desarrollo de las actividades que
en el PIT se producen.
Uno de los peores signos de la globalización está presente
en el conflicto: la ausencia física y hasta imaginaria (¿cómo es la cara del dueño de Cinpal?) del
patrón de la empresa. O de los miembros del Directorio. O de los que cortan el queso. Como
están lejos, en la populosa San Pablo, no hay interlocutor válido y hay
impunidad de modos.
¿Le sería tan sencillo al o los propietarios de Cinpal
abandonar una fábrica, dejar a sus trabajadores en la calle, adeudarles meses
de salario, y a la vez tener que caminar las calles de Tandil en el día a día?
La memoria reciente data de un hecho de alta conflictividad que ocurrió en el familiar cara cara entre trabajadores y empresarios. El empresario en
cuestión no había cerrado ninguna fábrica, pero produjo uno de los insultos más
impropios a la clase trabajadora que -como el caso de Cinpal- también orbitaba el mundo metalúrgico. Ocurrió cuando el presidente de Apymet, Omar Farah,
cometió un brutal exabrupto contra la dignidad de los trabajadores a través de los micrófonos de Radio Tandil. La respuesta
fue inmediata. Farah se comió una de las manifestaciones de repudio más
beligerantes que la historia recuerde. El empresario tomó un megáfono y pidió
disculpas a los obreros y sus familias. Dio la cara parado en la puerta de la institución
que presidía y recibió una lluvia de insultos y huevazos, pero no le salió
gratis, aunque resistió la airada protesta con entereza frente a su propio
dislate.
Se podrá decir que si un empresario está dispuesto a defraudar
a sus empleados, lo hará, siendo nativo, foráneo, o venido y quedado. Puede
ser, pero los costos no son los mismos. Hoy los trabajadores de Cinpal no
tienen un lugar físico ni el rostro para ubicar al responsable de este dislate.
Tampoco lo tuvieron los pocos amigos y familiares que
resistieron -hasta donde pudieron- la catástrofe que jamás le ocurrió al
fundador de Metalúrgica Tandil, don Santiago Selvetti. La explosión del horno
número 6 de la tradicional planta de Villa Italia que en 2014 se llevó la vida
de tres jóvenes trabajadores. El nuevo dueño de Metalúrgica Tandil en la
genealogía de la globalización es la francesa Renault con su filial argentina.
Mes a mes, disimuladamente, el Directorio fue vaciando la planta del staff
jerárquico que había estado en funciones al momento de la tragedia. Pero nadie
supo nunca cómo era el rostro del Señor Renault, por decirlo así, el nuevo
dueño de una ex empresa que fue el motor de desarrollo industrial en Tandil a partir de
mediados del siglo veinte.
La globalización tiene estos efectos indeseados. Dueños de grandes
empresas en la categoría de seres invisibles, donde la ajenidad y el anonimato
los protegen de sus calamidades. Los visibles, los que están jodidos, ya se sabe
quiénes son, dónde nacieron y en qué ciudad viven.
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