FIN DE UNA ERA

Cierra Peinados Demarco y se van noventa años de historia

25/07/2016

La peluquería emblema del Tandil de los años felices baja la persiana. Con (casi) noventa años de vida comercial de la firma y una marca registrada a partir del apellido Demarco, el local será alquilado. "A cualquier rubro que no sea peluquería", aclararon a este portal de noticias Aurelia y Laura Demarco.

El tiempo pasa. Ese mundo que fundó don Vicente Demarco (y donde hizo escuela el gran peluquero Pedro Demarco) entró en la cuenta regresiva para quedar, en pocos días, en el territorio de la memoria. Dispuestas a disfrutar de la vida, las chicas Demarco -como suele decirse- le pondrán punto final a un ciclo que trascendió el ámbito meramente comercial para dedicarse a disfrutar de los nietos y de la vida. El paréntesis se abrió en 1927 como Peluquería y "Perfumería París, de Refojo y Demarco" y se cierra en 2016: rozando las nueve décadas de vida.

Arraigado en lo más profundo de la vida cotidiana de por lo menos dos generaciones de tandilenses, Peinados Demarco, con su salón de belleza y perfumería, creó una cosmovisión sobre el local de calle Pinto 656, a metros del Club Hípico (como se lo referenció durante mucho tiempo) está a punto de entrar en el pasado.

Habría que recurrir a los libros de historia, pero difícilmente exista en la actualidad una peluquería con tanta tradición local y capacidad de liderar una época, aggiornarse a los cambios y no perder la identidad en conceptos tan volubles a las modas como la estética, la modernidad y la belleza. "El local lo vamos a alquilar, pero no a una peluquería", aclaró Laura Demarco mientras le permitía al cronista de este portal de noticias tomar las últimas fotos del lugar. En horas nomás, Peinados Demarco entra a formar parte de la saga de comercios emblemáticos que el tiempo se llevó.

Centenares de cabezas femeninas -incluidas las actrices de elencos foráneos que solían actuar a la vuelta, en el Teatro Cervantes- pasaron por las manos de la familia Demarco. En pocos días, aunque el adiós sea meditado y elegido por sus dueñas, al cierre del negocio lo rozará el título del inolvidable libro de Isidoro Blastein: Cerrado por melancolía.

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