LA NOVEDAD
20/07/2016
En su primer día al público, la franquicia foránea presentó una cafetería muy bien puesta y una decisión empresarial antipática para la tandilidad de origen: vedó la entrada de dos chicos especiales del Taller Protegido que venden flores por las calles y los comercios de la ciudad.
Lo primero es que nada queda de la antigua casa de
fotografías que soñó y fundó el recordado Julio César Díaz. Lo segundo es que
Café Martínez tiene un estilo propio basado en una tradición desde que nació
como empresa allá por 1932. Lo tercero es que el precio del café básico -$30 el
pocillo chico- se encuentra un poco más elevado que la media de los bares
céntricos. La atención resulta impecable, dominada por manos femeninas en el
salón y detrás de la barra. Y que la novedad fue muy bien recibida ayer y hoy:
el local de calle 9 de Julio sobre la Peatonal Bipolar lució prácticamente
cubierto.
Lo último, que bien podría ser lo primero si Café Martínez
está interesado en conocer algunas tradiciones locales no escritas -o escritas en
los modos culturales y la idiosincrasia propias de la ciudad- es que hay hechos
que resultan antipáticos e injustificados. Los chicos del Taller Protegido de
Tandil, entidad que ya tiene una consolidada historia en nuestra comunidad,
forman parte del paisaje social urbano. Siempre van de a dos, con sus camperas
y sus cajones con plantas y flores que autogestionan desde hace muchos años.
Flores y miel son sus productos más conocidos. Están en la plaza céntrica, pero
también como vendedores de flores ambulantes por distintos puntos de la ciudad.
Puerta a puerta, como quien dice. De a dos entran a esos lugares concurridos y
ofrecen sus plantas a los parroquianos.
Lo mismo pretendieron hacer en la mañana de este miércoles
en el flamante Café Martínez. A las 9 y 35 llegaron hasta la mitad del salón y
allí fueron detenidos muy cortesmente por una figura femenina que parecía ser
la encargada del negocio. "Perdonen pero
acá no pueden vender", les dijo en un tono cordial, una mujer joven de pelo
castaño y lacio, alta y estilizada. Los chicos del Taller Protegido pegaron la
vuelta y siguieron su camino.
En el salón había clientes de ambas categorías teniendo en
cuenta el receso invernal: turistas y vecinos. Quizá para los primeros pasó inadvertido
el episodio. No pareció lo mismo para algunos tandilenses que descubrían la
novedad de lo nuevo en el rubro cafetería, cruzada por el leve momento incómodo
que flotó en el aire del lugar. El famoso derecho de admisión -al borde de la
discriminación- dejó sin flores a la clientela.
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