AGUAFUERTES DE LOS AÑOS FELICES
01/07/2016
(Por E.E.H) Hace 42 años algo así como 40 pibes estábamos en primer año Bachiller del Colegio San José. Andábamos por los trece años. Y era -si la memoria no distorsiona- un mediodía del 1º de julio de 1974.
O tal vez fuera a la mañana. Uno se confunde porque en ese
entonces -no sé ahora- el Colegio tenía doble turno. Tal vez hacía mucho frío y
hasta por ahí llovía. O chispeaba.
Lo que resulta inconfundible tras el velo negro de la
memoria, fue el profesor que nos dio la noticia. Todo él en sí mismo era una
suerte de personaje que no circulaba por los extremos del amor o del odio como
pasaba con otros. Circulaba en modo neutro, digamos. Su única pasión popular
que lo hacía un poco más de este mundo era su fanatismo total por Boca Juniors.
Este fervor lo humanizaba, lo acercaba un poco al corazón de esos cuarenta
pibes de blazer azul, corbata al tono y pantalones
grises que tenía enfrente. Debajo de la tarima. Porque la tarima, como
plataforma simbólica de autoridad y exposición, era algo mucho más profundo en
el diagrama mobiliario del salón.
Roberto Molina, de él estamos hablando, profesor de
matemática (árida materia donde había que ser un semidios para alcanzar la
simpatía de sus alumnos), también era joven aquel 1º de julio de 1974.
Seguramente era un profe con poco terreno recorrido. Debido a su candente
pulsión por Boca, el tono de sus clases dependía del buen humor -o no- que le
había dejado la actuación boquense de la fecha anterior. Otro matiz un tanto
simpático (aunque no para él) abrevaba en las facciones de su rostro, en cierta
morfología que le deba un perfecto aire porcino a su cara. Por eso popularmente
y hasta el final de su carrera como docente se lo conoció en voz muy baja como
El Chancho Molina, dicho sin ningún ánimo ofensivo. Él lo sabía y hasta quizá
lo asumiera con resignada dignidad. Uno al fin de cuentas debe rendirse con
forzado esplendor ante los mandatos irreversibles de la naturaleza o la
genética. Para colmo había un tema de Credence que pasaban en Circulares cuyo
estribillo lo evocaba con un estentóreo "Moliiiiiiina?.". De estas cosas sabe
mucho más el aún disc-jockey Guillermo "Cura" Anderson. Volvamos.
Lo cierto es que ese mediodía en que empezaba el segundo
semestre de 1974 (por ese entonces nadie esperaba con ansiedad la llegada del segundo
semestre), Molina entró al salón con su saco y su corbata pero no fue hasta el
escritorio, como hacía de costumbre. Se detuvo en seco justo en la línea imaginaria que divide al salón en
dos. Y sin subirse a la tarima, mirando fijamente a sus alumnos, dijo con voz
grave, con cierta solemnidad propia del acontecimiento que se aprestaba a
comunicar.
-Señores: ha fallecido el presidente de la Nación. Vamos a
suspender las clases y retirarnos del Colegio.
Un silencio gélido se instaló en la atmósfera del aula
durante aquel instante que duró una eternidad.
Luego cada uno guardó los útiles en el portafolio y nos
fuimos del Colegio San José mientras Juan Perón empezaba a retirarse de la vida
de los argentinos pero sin irse nunca del todo. Como le cuadra a un alquimista
fantasmal que ha creado algo imposible de discernir desde la razón pura, una
cosmogonía doctrinaria, emocional y mítica que expresará el raro prodigio de reinventarse a
como dé lugar con el correr de los años, las décadas, y el siglo. El peronismo,
que le dicen.
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