CONTRATAPA

Derecho de piso

01/07/2016

La "Crónica del pago chico" publicada el sábado 27 de junio en el Semanario El Diario de Tandil

Postulamos aquí la significancia traumática de un impuesto abominable que todo el mundo debe pagar alguna vez: el Derecho de Piso, inicialado por la gravedad que impone el acontecimiento. El primer día de trabajo, para cualquier ser humano, es un salto vacío. Y mucho más si ese primer día de trabajo del empleado representa también la inauguración de una empresa largamente soñada. Esto ocurrió en el exacto momento en que al cerro El Centinela llegaron las aerosillas que había comprado Luis Cerone. Obsesivo, mientras ultimaba los detalles de puesta a punto de sus máquinas voladoras, Cerone había ilustrado al personal acerca de la primera regla que debe aprender un operador turístico: ser, antes que nada, una persona cortés. Acaso sin haberlo leído nunca, percibía la magistral sentencia del filósofo alemán Arthur Shopenhauer: "La cortesía es un acuerdo tácito mediante el cual los defectos de la gente, sean morales o intelectuales, serán pasados por alto y no motivarán ningún reproche".

Con sus formas, Cerone ampliaba el espectro del silogismo: la cortesía debía hacerse extensiva también no sólo a los sujetos morales o intelectuales citados por Shopenhauer sino también a esos seres humanos a quienes la fatalidad en el momento que Dios arrojó los dados condenó a padecer algún tormento físico irremediable. Acaso recordaba, no sin pavor, cierto suceso ocurrido a mediados de los 90 cuando a un funcionario del régimen zanatellista -en su vocación por incentivar el turismo- se le ocurrió traer a Tandil al manosanta Garrincha, y como resultado todo el pueblo se colmó de lisiados, parapléjicos, enfermos terminales y toda cuanta tragedia humana exista en el mundo y busque en el auxilio de un presunto sanador el remedio para sus males.

Lo cierto es que el día de la inauguración de las aerosillas, Cerone reunió a sus empleados e impartió los últimos consejos operativos. Mantenerse calmos, obrar con prudencia, subir a la gente con precaución y bajarla sin renunciar, en ningún caso, a los buenos modales.

Al primer contigente que llegó al cerro lo recibió Tincho, un empleado tímido que recién estaba aprendiendo el ejercicio de esperar al pasajero, tomarlo del brazo y ayudarlo a salir de la aerosilla, la cual una vez que está en marcha nunca se detiene. La novedad de lo nuevo había convocado a una multitud de turistas pero también de vecinos al cerro. Tincho vio llegar al forastero, un hombre de unos 50 años con jogging y cámara fotográfica al cuello, y le ofreció su brazo? pero el intento fue inútil. Su mano no encontró nada a la hora de tomar de la extremidad al fulano para sacarlo de la aerosilla. Cuando lo quiso sujetar otra vez volvió a fallar y de los nervios empezó a sudar la gota gorda. Hasta que escuchó la voz del tipo diciéndole: "Pibe, agarráme del brazo izquierdo, que es el único que tengo". 

Abochornado por el mal momento ahí nomás Tincho le dijo al patrón que se volvía a su casa. Cerone le pidió que se tranquilizara y regresara a la playa. "No te des manija, eso le puede pasar a cualquiera", lo consoló. El novel empleado volvió a su puesto y se alistó para recibir a su segundo pasajero. Esta vez no ocurrió ningún hecho imprevisible. Cuando el turista culminó el viaje Tincho lo retiró suavemente de la aerosilla. Satisfecho, recordó el consejo de cortesía que su patrón le había repetido hasta el cansancio y decidió ponerlo en práctica. "¿Le gustó el paseo?", preguntó. "Mucho, mucho", le respondió el pasajero. "¿Vio el paisaje qué belleza?", abundó Tincho haciendo gala de sus buenos modales. "No, no vi nada?", balbuceó el tipo. "¿Cómo? ¿No vio las sierras milenarias, los pinares y la cavas de las antiguas canteras?" inquirió, didáctico, Tincho. Entonces al tipo no le quedó más remedio que contestar: "Bueno, la verdad es que no pude ver el paisaje porque soy ciego?". Derrotado por la contrariedad ahí nomás Tincho presentó la renuncia. Cerone no se la aceptó. "Esta fatalidad sólo puede pasarte un primer día de trabajo", reflexionó tiempo después el empresario, quien, por las dudas,  derivó a su empleado a un sector alejado de la de cortesía que nos impone la buena educación y la aspiración de ser una ciudad turística y no -como piensa Ernesto Palacios- una ciudad con turistas.

En rigor, ningún emprendimiento puede evadir el impuesto al Derecho de Piso. En tiempos de antaño, la verdugueada solía venir del lado de la patronal, como para ir tanteando el carácter y la personalidad del novel empleado, o de los compañeros de trabajo. O de ambos. En ocasiones de ninguno de los dos: es el misterioso destino el que urde la trama. El legendario Bar Ideal no fue la excepción, mucho menos en sus años de oro, allá por década del 80, cuando el mozo que cumplía su primer día de trabajo ponía a prueba su espíritu de supervivencia ante la humillación que habría de ocurrir durante la jornada bautismal. La historia que sigue la contó el mozo Eduardo Rivarola en mi libro Memorias del Bar Ideal. Conste que Rivarola fue uno de los mozos más emblemáticos de aquel Tandil ya evaporado entre las nieblas del pasado y todo un personaje en sí mismo.

"El primer día de trabajo era sagrado: el que entraba al Ideal cagaba fuego, por lo menos si yo estaba cerquita. Me acuerdo de un día que jugaba Tandil y Ayacucho en el Estadio San Martín, un partido muy esperado. Yo entraba a las cinco de la tarde al Ideal, y aguardaba al otro mozo a las seis. Era nuevo y yo no le tenía mucha simpatía, y él tampoco a mí. Cosas que a veces pasan. Nos miramos de costado y ni siquiera la mano nos dimos. Ahí pensé: ?A éste lo tengo inaugurar, algo le tengo que hacer?. Si usted hace memoria recordará que detrás de la barra estaba la bacha, que era una  medialuna que iba subiendo, donde se colocaban los vasos, y en la última estantería de la bacha se ponían las bandejas de los mozos. Cuando uno llegaba agarraba la bandeja y se iba a laburar.

"La cuestión es que este muchacho tenía una bandeja que parecía una fuente, tenía mucho borde. ¿Entonces qué hice? Se la llené de agua, parecía una pileta la bandeja. El hombre llegó, se acomodó el moño y manoteó la bandeja. Fue como si se diera una ducha, se empapó de cuerpo entero. Pero no me dijo nada. Fue, se cambió y se las tomó del bar. ¡Me largó solo con todo el salón! Mire, cuando llegaron los hinchas de Ayacucho y de Tandil después del partido yo vendí esa tarde lo mismo que vendieron los tres mozos de El Cisne? Me tuve que bancar solito todo el turno por la joda que le hice a un tipo con el que hoy somos íntimos amigos".

Fue una de las pocas veces que la víctima en su primer día de trabajo -aun a costa de arriesgarse a perder el empleo- dejó pagando al verdugo de ocasión.

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