VIÑETA
28/06/2016
El ex funcionario Guillermo Scarcella tenía marcado su destino de millonario desde su adolescencia. Un detalle insólito para la época corrobora que lo que uno fue de joven es improbable que no tenga su correlato de adulto.
por
Elías El Hage
Desde hace algunas semanas -tras la
explosiva denuncia de Elisa Carrió-, el tandilense Guillermo Scarcella está en
el centro de la sospecha por enriquecimiento ilícito tras su paso como
presidente de Aguas Bonaerenses y su rol de hombre de confianza del ex
gobernador Daniel Scioli. El posterior polvorín que levantó José López y sus 9
millones de dólares arrojados en un convento de General Rodríguez, dejó a
Scarcella en un segundo plano, aunque siguieron trascendiendo detalles aún más
increíbles de lo que se estima es su fortuna personal.
Amante de los automóviles de alta
gama, propietario de al menos tres hoteles y campos en Tandil (la denuncia lo
sindica como testaferro de Scioli), también Scarcella es acusado por tener, a
su nombre y al de su hermana, un depósito en islas Cayman por una suma
millonaria en dólares. El giro, según publicó el diario El Eco, se habría
perpetrado a través del HSBC Bank International con sede en Bahamas y Cayman por
un total que tocaría la desmesurada cifra de 29 millones de dólares.
Esta suerte de pulsión por el
dinero tiene en Scarcella un antecedente remoto en su tandilidad de origen y verificable empíricamente, de acuerdo a tal como lo señalaron distintos fuentes que fueron
testigos de aquel prematuro afán por la plata. Amigos y compañeros de la pubertad y adolescencia de Scarcella aportaron el dato que observa una suerte de
pintoresquismo capitalista inesperado para el Hijo del Zapatero: durante los
asaltos que el joven organizaba en su casa paterna del Barrio Jardín, tenía la
invariable costumbre de cobrar la entrada a los concurrentes. "Un pibe que en esa época se le ocurría cobrar la
entrada a un asalto ya presagiaba en lo que se podía convertir: en un
millonario, en un delincuente o en ambas cosas", concluyó una de las damas
que solían participar de aquellas tertulias domésticas.
En la casa de la familia Scarcella la botella de Coca de los varones y los sandwiches de miga de ellas no corrían. Había que ponerse con el efectivo. De la modesta recaudación de aquellos asaltos a los 30 palitos verdes en un paraíso fiscal del exótico caribe median algo así como cuarenta años. Ocurrió en un pueblito donde entonces nos conocíamos todos.
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