Opinión

Los policías que no pudieron salvar al herrero

26/01/2016

Venían como andan siempre: caminando de a dos por el centro de la Plaza Independencia. Uno de ellos se animó y detuvo al articulista justo a la altura de la Pirámide.

Primero lo primero: ayer trascendió la noticia que dos miembros de la policía local salvaron la vida de un vecino el viernes pasado en el interior de la Farmacia Tandil. Un hombre se descompensó y los oficiales Nara Tello y Gastón Kain lo ayudaron a seguir en este mundo mediante tareas de reanimación cardiopulmonar hasta que llegó la ambulancia. La novedad periodística la aportó el portal colega abchoy.com.ar. La información señaló que el hombre luego fue derivado a la Nueva Clínica Chacabuco e internado en la Unidad Coronaria. En un país donde buena parte de las fuerzas de seguridad están bajo sospecha de corrupción y otras yerbas, la noticia debe ser leída en su justo equilibrio: los oficiales de la Policía Local hicieron lo que aprendieron en sus cursos de formación, es decir lo que debían hacer: la noticia es que estaban allí, en el momento justo, para hacerlo.

Ahora volvamos al principio. Hace menos de una semana ocurrió una tragedia. Un herrero que estaba reparando un montacargas en una casa de electrodomésticos encontró una muerte horrible. Aplastado bajo los 2000 kilos del montacargas. Murió, como se sabe, en el acto. Tenía 56 años. El cronista había llegado hasta allí, hasta la puerta lateral que da sobre la calle Belgrano del negocio de Naldo Lombardi. La policía había cortado el tránsito. Había bomberos, había funcionarios de la justicia. Había otros policías. Y había el silencio inaprensible de la muerte.

El cronista cubrió la noticia y se fue. Desandando la Plaza Independencia atisbó los uniformes azules de dos oficiales de la Policía Local. Saludó por cortesía, pero uno de ellos –la mujer-, de golpe salió al cruce y preguntó:

-Perdón, señor… ¿usted es periodista del portal abc?

-No precisamente.

-Ah… ¿Viene de Naldo, no?

-Sí, estuve cubriendo el accidente.

-Claro, por eso queríamos hablar con usted. Cómo explicarle… nos gustaría hacer una aclaración, porque estamos dolidos… -señaló el policía varón.

-Es fácil, escriben un mail al sitio y piden el derecho a réplica.

-Ah, nosotros pensábamos que usted trabajaba ahí y se lo podíamos aclarar acá. Para que sepa.

-¿Aclarar qué cosa, oficial?

-Que a nosotros no nos dio impresión ni nos descompusimos…  Llegamos, el hombre estaba muerto, no podíamos hacer nada. Pero ahí escribieron que nosotros nos habíamos retirado del lugar porque nos dio miedo o no pudimos soportar la escena. Y no fue así, señor.

-Entiendo. Pueden escribir al sitio, son buena gente, si hubo un error se van a rectificar.

-¿Sabe qué pasa? Duele cuando se dicen las cosas que no son –dijo la mujer.

En ese momento el articulista tuvo un acto reflejo típicamente periodístico, de buena fe, que responde a un patrón de conducta de las audiencias frente a un episodio casi desconocido: les recomendó a los policías no escribir nada porque al hacerlo estarían magnificando el hecho. Con la probabilidad cierta de terminar aún más perjudicados.

-Si escriben que no tuvieron miedo ni les dio impresión la escena de la tragedia, este episodio se amplificará mucho más por la propia dinámica de los medios. Y si ahora están dolidos porque lo publicado no fue cierto, después quedarán más expuestos y tendrán que dar otras explicaciones, sobre todo ante sus superiores. O a sus familias, o a sus amigos.

Un gran silencio se abrió como un paréntesis atónito entre ambos. Eran jóvenes y les costaba digerir el mal trago de la información errónea. Como si una mancha inmerecida les hubiera caído sobre el uniforme. Había sido una mañana atroz; quizá todavía estaban reparando en el terrible sinsentido de la vida. En el parpadeo absurdo de la existencia. Agradecieron el consejo y se fueron caminando en silencio.

No iba a contar esta historia. Pero ayer se supo que dos integrantes de la Policía Local salvaron la vida de un hombre en el interior de una farmacia. La noticia se hizo pública porque entraña una bienvenida novedad. Debemos decir también que hace menos de una semana otros dos policías de la misma fuerza no pudieron hacer nada por la vida del herrero aplastado bajo el montacargas de Naldo Lombardi. Pero si el destino les hubiera dado una mínima chance, la conjetura ante la gravedad de sus rostros es que ambos habrían actuado de la misma manera que los oficiales Nara Tello y Gastón Kain.

Foto ilustrativa

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